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La revolución rosa de la ginebra

Alejandro Ávila

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El aroma a fresas impregna el ambiente. Bajo la cubierta atribuida a un discípulo de Eiffel, una decena de empleadas embotellan, etiquetan y precintan el último boom de la noche: la ginebra Puerto de Indias. No es una frase hueca, sino la realidad de una destilería, Anís Los Hermanos, cuyos dueños han pasado de ser mileuristas a facturar 5 millones de euros con una ginebra con sabor a fresas.

Los acontecimientos se han sucedido a un ritmo de vértigo durante los dos últimos años en La Finca de los Brenes. Los hornos de leña que alimentan con su calor los alambiques centenarios dan fe. Están destrozados, como si, literalmente, hubiera estallado una bomba en su interior y los ladrillos hubieran quedado desencajados y calcinados.

En su interior ha ardido sin descanso durante los últimos años leña de olivo, con un enorme poder calorífico, para conseguir que el alcohol de melaza de remolacha, el enebro, el fresón de Huelva y los botánicos andaluces se transformen en la ginebra rosada.

José Antonio Rodríguez, dueño de la destilería junto a su hermano Francisco, se encarga de explicar al visitante con detalle cómo es el proceso de producción. Cuenta cómo todo los ingredientes se introducen en las calderas del alambique. “Es como si fuera un puchero”, ejemplifica Rodríguez. Al calentarse el alcohol con los ingredientes, éste se evapora a través de un serpentín que recorre la estancia hasta sumergirse en una fuente exterior. Sus aguas a 23 grados enfrían los gases del alcohol y se obtiene la bebida, que sale a través de unos caños de cobre. Pura química.

Tras décadas produciendo aguardiente, el alambique le termina dando ese toque anisado a la ginebra. Las aguas que enfrían y componen la bebida también tienen su historia: proceden de un manantial que los romanos ya utilizaron como termas. Han resistido al paso de la historia: José Antonio abre una escotilla inferior y descubre al visitante las obras milenarias. Al hacerlo, el frescor de las aguas subterráneas alivia, por unos instantes, el calor de este día primaveral.

No es la única sorpresa que depara al visitante la finca carmonense. Sus termas romanas del siglo I terminaron convirtiéndose, durante la época árabe, en molinos de trigo. Sus restos pueden verse aún en la sala de la destilería.

Tras obtenerse el licor, los bidones de ginebra se llevan a una nave contigua, donde se encuentra la línea de producción. La tradición da paso a la modernidad. Allí es el olor a fresón onubense el que predomina por encima de la fragancia a anís. Afirma José Antonio que ha ido adquiriendo cada máquina poco a poco: la taponadora, la llenadora, la etiquetadora y la precintadora fueron llegando con cuentagotas conforme las cifras de ventas confirmaban que se podía hacer la siguiente adquisición.

Cuenta Rodríguez que su éxito le llegó por casualidad, cuando un día macerando fresas con alcohol para su consumo al estilo de las guindas de Cazalla, se dio cuenta de que su aspecto no permitía la comercialización. Empezó a experimentar y probar hasta conseguir la fórmula actual que, con la determinación de un ejército romano, ha ido conquistando territorios por las provincias béticas e hispánicas.

Para su sorpresa, la expansión ha llegado a los dos países que se disputan la cuna de la ginebra: Reino Unido y Países Bajos. Lo ha hecho bajo la etiqueta de 'Sevillian Strawberry Gin', una idea de su hijo Basilio, que su padre cuenta con orgullo. “Este producto ha demostrado que hay una marca Sevilla”, explica Rodríguez.

Bajo esa marca, José Antonio ya prepara su próximo golpe. Lo guarda en el sótano del alambique en unas enormes barricas. ¿Alguna pista? El maestro destilador prefiere no dar muchas: a su 'revolución rosa' se han unido otras empresas que han aplicado, dice, una “competencia desleal”. Solo desvela que la nueva bebida llegará con el otoño y que se añadirá así a su colección de anises, ginebras y licores de canela y yerbabuena. ¿Será un nuevo 'error'?

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