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ENTREVISTA
El responsable de logística de Médicos sin Fronteras en Gaza: “Hay una desesperación que no había visto nunca”

Reparto de agua con camiones cisterna en Gaza.

Néstor Cenizo

Málaga —
7 de marzo de 2024 19:47 h

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Recién llegado de Rafah, Alfonso Artacho (55 años) asume con naturalidad su papel de comunicar lo que ha visto en Gaza, pero dice que es difícil contar. “Hay que vivirlo”. Es una tarea extra que se añade a la que ha desempeñado en la franja, donde durante un mes ha asumido la coordinación logística de Médicos sin Fronteras. La entidad ha recuperado una clínica en Rafah y ha levantado otra en Al-Mawasi (también al sur), donde atienden a unos 1.200 pacientes al día. También ha puesto en pie una maternidad, porque la destrucción y la muerte no frenan la vida. “Sigue habiendo mujeres embarazadas, enfermos crónicos, necesidades médicas”, subraya.

La ONG distribuye cada día 200.000 litros de agua potable mediante camiones cisterna que a duras penas pueden moverse por una ciudad abarrotada. La falta de agua limpia y saneamiento en la franja está provocando trastornos intestinales, diarrea, enfermedades cutáneas y casos de deshidratación, que se suman a las enfermedades infecciosas y las respiratorias propias del invierno. Los más expuestos son los niños.

“No deja de ser una gota de agua en un océano, porque la necesidad es tanta que llegamos a donde llegamos”, admite Artacho. Concede esta entrevista en Málaga recién llegado de un lugar donde los muertos a manos de Israel se cuentan por decenas de miles (30.717 personas, según el Ministerio de Sanidad gazatí, más de 13.000 de ellos niños y niñas), las de heridos superan los 72.000 y los ataques a civiles y personal sanitario son moneda corriente. También las violaciones del derecho humanitario.

Desde 2006, ha vivido en primera persona crisis en Sudán del Sur, Haití, Mali o Sierra Leona. Pero nunca había visto algo así. “Tienes que dar una vuelta por Rafah y ver cómo está viviendo la gente. Yo me he vuelto al paraíso y ellos se han quedado allí”, dice con cierta melancolía.

¿Qué se ha encontrado?

La primera sensación que me viene a la cabeza es el hacinamiento de personas en Rafah y en Al-Mawasi, que es donde estamos trabajando. En Rafah vivían 300.000 personas y ahora hay más de 1,5 millones de desplazados. Desde el inicio del conflicto, los bombardeos y la violencia han ido obligando a la gente a moverse desde la ciudad de Gaza y los principales enclaves de la Franja. Ahora prácticamente toda la población con capacidad de moverse está en Rafah. En un mes he visto el crecimiento de la población.

¿En qué condiciones viven en Rafah?

Las condiciones de vida son infrahumanas: la gente vive hacinada, literalmente, en abrigos provisionales construidos con un trozo de plástico y cuatro maderas. Ha sido invierno, ha hecho mucho frío, ha llovido y la gente vive debajo de un plástico sin suelo. Las noches en que caían trombas de agua salían nadando. No hay saneamiento. No hay agua potable. Las infraestructuras han sido parcialmente destruidas y ahora, además, hay más de 1,5 millones de desplazados: yo dudo de que lleguen a un litro por persona y día. Y eso, en la zona donde mejores condiciones hay para los desplazados. La OMS tiene una ratio para situaciones de emergencia: 20 litros por persona y día.

Israel sigue diciendo que no falta ayuda humanitaria. ¿Es cierto?

El único punto por el que la poquita ayuda humanitaria está entrando es Rafah. Antes del conflicto entraban en torno a 500 o 600 camiones diarios. Ahora, el mejor de los días entran cien. Además, la gran mayoría son saqueados justo al pasar la frontera. Yo he visto cómo las mamás arrojan a sus bebés o a niños tirando piedras a los parabrisas de los camiones para que tengan que frenar, y en cuanto el camión se detiene lo saquean. Se suben 50 personas en la caja y en cuestión de minutos no queda absolutamente nada.

¿Y eso qué implica?

Eso significa que al norte de la franja no está llegando prácticamente nada. Tenemos información directa de compañeros gazatíes que tienen familiares en el norte, y dicen que allí no está llegando ninguna ayuda humanitaria, no hay alimentos. Se está empezando a hablar de hambruna, de condiciones de agua y saneamiento incluso más severas que en Rafah. No nos dejan movernos y nos esperamos lo peor. En el norte hay muy poquitas estructuras sanitarias funcionando. Hemos construido nuevas estructuras, pero la información que tenemos es que no queda en pie prácticamente ninguna, no hay personal sanitario, con lo cual la asistencia a la población es prácticamente nula.

El acceso al agua potable es crítico. ¿Qué dificultades implica ahora esta tarea?

Intentamos hacer llegar la máxima cantidad posible a la población, pero es muy difícil encontrar un camión que funcione y combustible. No podemos distribuir el agua de manera óptima porque no hay gasolina para hacer funcionar la motobomba. Tenemos que hacer un sistema de distribución garrafa por garrafa, que es bastante más lento. Y los desplazamientos dentro de Rafah en un camión con 20 o 30.000 litros son un reto diario porque la población está desesperada.

Y necesita agua.

En cuanto lo ven llegar, la gente salta encima. Han llegado a agredir a nuestros compañeros gazatíes responsables de la distribución de agua. Cualquier aspecto que en otras misiones era relativamente fácil de solucionar, dentro de la Franja es un auténtico reto. Las condiciones de hacinamiento, el nivel de desesperación de la población, el nivel de sufrimiento, yo no lo había visto hasta ahora y llevo desde 2006 trabajando con esta organización y normalmente en emergencias y contextos complicados. Lo que me he encontrado en la franja es difícil de describir.

¿Cuál es el acceso a alimentos?

Cuando llegué la situación era muy precaria. Era muy difícil encontrar comida. Sorprendentemente, durante el mes que yo he estado allí, al menos en Rafah y en Al-Mawasi la gente estaba consiguiendo sobrevivir. ¿Por qué? Porque la poquita ayuda humanitaria que entra para toda la franja se queda en Rafah. Solamente algunos camiones con escolta armada han conseguido llegar al norte.

¿Cómo se hace el reparto?

Las familias se apuntan, pero normalmente todas las distribuciones acaban completamente descontroladas. Hay que abandonar el camión o el almacén. Y la gente desesperada entra, agarra lo que puede y se marcha. ¿Cómo funcionan las dinámicas dentro de la comunidad de esas donaciones o esas distribuciones? No tengo ni idea. Están en modo supervivencia, parte lo utilizan para el consumo, parte lo venden. Yo he visto cosas inverosímiles dentro de la franja, he visto vender trajes de aislamiento que utilizamos cuando hay epidemias de ébola.

¿Cómo se coordina la logística de una ayuda cuya llegada restringe Israel?

Hay un montón de material que necesitamos para hacer el trabajo y no llega. Hay una lista de Israel de material que no es posible meter dentro de la franja. Te hablo de generadores. No hay electricidad en la ciudad de Rafah ni en Al-Mawasi. Necesitamos generadores para tener electricidad. Tampoco pueden entrar paneles solares. No puede entrar un montón de material médico. Hay una lista interminable. Y con el material que sí puede entrar se forman colas infinitas en la frontera. Hay un sistema de inspección de camiones absolutamente ineficaz que retrasa muchísimo tanto la entrada de medicamentos como de material logístico y cualquier otra cosa necesaria. Al final es como un asedio.

Una vez dentro, ¿qué problemas tiene repartir?

El problema es la densidad de población. Moverse en Rafah en coche es un reto. Imagina 1,5 millones de personas en un área tan pequeña. Y luego está el nivel de desesperación y violencia que ves en las calles. La gente no soporta ya más. El mero hecho de ir en un camión o en un coche y tocar el claxon nos ha nos ha supuesto que nos han roto parabrisas y zarandeado el vehículo. Hemos tenido que salir del coche y abandonarlo en algunas ocasiones.

Hemos hecho una distribución kits de abrigo, mantas, colchones, etcétera en una escuela donde había hacinadas 15.000 personas, y hemos tenido que desestimar camiones de transporte abierto de gran tonelaje y optar por pequeños camiones donde no se vea la carga para llegar al colegio y una vez dentro, cerrar las puertas y abrir los camiones.

¿Qué comunicación tiene con los actores en el terreno?

Nosotros con el gobierno palestino tenemos que tener cierta comunicación, sobre todo por la parte médica. No se puede llegar allí y decidir de manera unilateral entrar a ampliar esta maternidad o construir un centro de salud nuevo. Tienes que tener contacto con el director del hospital y con personal del Ministerio de Salud. Cuando empezamos tuvimos bastantes dificultades, pero luego han visto la capacidad operacional de Médicos Sin Fronteras y la colaboración ha cambiado de manera absoluta.

¿Y con Israel?

A efectos de seguridad teníamos que tener un contacto diario con las fuerzas israelíes. Como responsable de la seguridad del equipo, cada día tenía que mandar a Israel cuáles iban a ser nuestros movimientos, fotos del vehículo, matrícula, las estructuras en las que estábamos interviniendo. Había que mandarle las coordenadas diariamente a las fuerzas israelíes para que supieran cuáles iban a ser nuestros movimientos. La respuesta de Israel siempre ha sido la misma: “Me doy por notificado, pero no garantizo tu seguridad”.

Trabajar dentro de la franja supone un riesgo. Dentro de Rafah hay targets individuales y lo que hay alrededor para ellos es irrelevante. Si está en la puerta de una clínica llena de gente esperando para recibir cuidados médicos o de desplazados en sus tiendas de campaña y consideran que hay un individuo que eliminar, lo eliminan y se acabó. Entonces niños, mujeres y lo que sea necesario, no importan.

En los últimos días Estados Unidos ha empezado a repartir ayuda por vía aérea. ¿Qué ventajas y qué riesgos implica?

El riesgo es que pueda ser desencadenante de algún evento de violencia. ¿Quién va a hacerse responsable? ¿Quién va a coger esa mercancía? ¿Quién va a ser el beneficiario? Es aleatorio y el riesgo de que haya acontecimientos de violencia es muy alto. La parte positiva es que cualquier cosa que entre en la franja es muy valorada, porque la escasez es absoluta.

¿Hay alguna situación particular que le haya impactado especialmente?

Son impactantes las noches. Creo que nadie que trabaje ahora en la franja puede decir que haya dormido una noche seguida, porque a partir de las siete u ocho de la tarde hasta las seis o siete de la mañana, los bombardeos son continuos. Hay veces que la cama salta un palmo porque la última bomba ha caído más cerca de lo que debiera. Nos han roto los vehículos, hemos sufrido situaciones de violencia, ha habido bombardeos muy cerca de las clínicas donde trabaja el personal médico. Hemos visto desde donde vivimos que cada vez que una barca de pescadores intenta entrar para sustentar a su familia hay varios barcos de la Armada israelí que las atacan. Pasear por las calles, el olor. Son más de 1,5 millones de personas generando basura diariamente. No hay sistema de recogida.

Esta situación, durante seis meses, supone no solo una amenaza vital, sino un desgaste emocional brutal.

Percibes el miedo en todas las personas con las que te cruzas en la calle. No quieren que llegue la noche porque los ataques son más intensos. Están atemorizados y ya no saben dónde ir porque han ido estrechando el cerco del norte hacia el sur. Ya no hay otra zona donde moverse, están pegados a la frontera con Egipto.

¿Cómo afecta una experiencia así en lo personal?

Yo volvería con los ojos cerrados. Me ha costado mucho dejar allí a mis compañeros gazatíes trabajando, porque la presión emocional es enorme. He sacado mucho trabajo para adelante, pero queda tanto por hacer que me he venido con una sensación agridulce. El mero hecho de estar allí ya da esperanza a la población gazatí porque dicen: “¿Qué hace una persona de España dentro de este infierno donde nos bombardean todas las noches, donde no hay agua ni comida?”. 

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