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El girasol, víctima y símbolo de las olas de calor que machacan el campo andaluz

Las hectáreas dedicadas al girasol han crecido hasta casi 250.000 este año en Andalucía.

Antonio Morente

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Lo del girasol es complicado. Un cultivo con tendencia a la baja los últimos años en Andalucía y en el resto de España se encontró con que le revitalizaba una tragedia, la invasión rusa de Ucrania, de donde se importa buena parte del producto. Así que los agricultores apostaron por plantar más girasol y el resultado fue un incremento del 20% de la superficie, pese a lo cual ahora se encuentran con que la producción va a estar pareja a la del año pasado. ¿El motivo? Las sucesivas olas de calor que han azotado el campo andaluz en lo que va de año han dado al traste con parte de la cosecha, porque encima la primera avalancha de días con el termómetro por las nubes se produjo en mayo, en plena floración.

El girasol es una víctima pero también un símbolo de una situación que, se advierte una y otra vez, será una realidad cada vez más cotidiana a cuenta del cambio climático. Si a eso le añadimos que la Política Agrícola Común (PAC) para el periodo 2023-2027 elimina una ayuda hasta ahora asociada a este cultivo, no son pocos los que auguran un rápido declive que conllevará un sustancial cambio en el paisaje del campo andaluz durante varios meses del año. El cuadro termina de completarse con el actual contexto de inflación, lo que ha multiplicado los costes de producción, con lo que el oscuro panorama del girasol viene a ser un reflejo del propio mundo agrario.

Los cálculos apuntan a que el cultivo de esta oleaginosa ha crecido este año en Andalucía más de un 20%, de casi 194.000 a 246.374 hectáreas, con lo que se ha intentado dar respuesta a unos precios disparados tanto del aceite de girasol (lo que arrastra también a la industria conservera) como de los piensos para el ganado. Pese a este aumento de la superficie cultivada, se calcula que la producción sólo se incrementará alrededor del 7,5%, lo que no permitirá atender ni la propia demanda nacional: en principio la cosecha española será de unas 825.000 toneladas (algunos ya prevén una revisión a la baja de esta cifra) frente a las 1,2 millones de toneladas que serían necesarias para atender las necesidades internas.

Adelantar la recolección para evitar males mayores

Las primeras malas noticias han llegado desde la provincia de Sevilla, la principal productora de España, donde la siembra de girasol se incrementó todavía más, hasta el 30%. Las altas temperaturas han aconsejado adelantar la recolección, y ahí se ha empezado a confirmar lo que se esperaba: se ha perdido parte de la cosecha y además el producto no ofrecerá un buen rendimiento. “El girasol no viene bien”, subraya Pedro Gallardo, presidente del grupo de trabajo de oleaginosas y proteaginosas del Copa-Cogeca, la voz de los agricultores ante la Unión Europea, para quien la planta se ha resentido con tanto calor y con días con un levante ardiente. Si a esto le añadimos la sequía, nos encontramos con que el campo está muy seco y con las probabilidades de incendios multiplicadas, de ahí otra causa del adelanto en la recolección “porque con estas circunstancias nos jugamos el trabajo del año”.

El también máximo responsable de Asaja en Cádiz explica que este año la plantación se retrasó en muchas zonas a la espera de la autorización para incrementar la superficie cultivada, lo que ha hecho que las primeras olas de calor hayan cogido a las plantas en momentos más delicados. ¿El resultado? Una cosecha similar a la de 2021 “pero con incremento de los costes”, y encima con el anuncio de la pérdida de la ayuda adicional que ofrecía la PAC, “esto para el girasol es otro golpe más, y duro”. Al menos, y teniendo en cuenta que el conflicto en Ucrania tiene pinta de ir para largo, Bruselas acaba de extender la excepción del uso de tierras en barbecho a 2023, lo que se aprovechará para incrementar los cultivos de cereales y de girasol.

¿Adiós al girasol en Andalucía?

Al margen de que ahora los precios que se pagan han mejorado, el girasol aporta tradicionalmente al campo otras ventajas. Por un lado, se considera la mejor alternativa para rotar los cultivos de cereales y, por otro, no requiere de agua en abundancia porque la planta es capaz de buscar la humedad a bastante profundidad. Encima, “no se le echa abono porque aprovecha el nitrógeno que se ha ido hundiendo en la tierra”, resalta Ramón García, responsable de herbáceos en COAG Andalucía.

Y aunque el girasol no es lo que se dice un cultivo tradicional en el campo andaluz (“aquí se planta desde hace 50 o 60 años, no más”), la invasión de Ucrania ha supuesto una cierta resurrección porque llevaba varios años a la baja. A ello ha ayudado también la caída en prestigio del aceite de colza, que ha impulsado al de girasol y ha mejorado su precio, pese a lo cual García no le augura mucho futuro porque la guerra terminará, volverán los bajos precios y no habrá ayudas adicionales de la PAC. “A la larga va a desaparecer de Andalucía”, pronostica.

Por su parte, Francisco Delgado, agricultor de UPA que siembra arroz y girasol, tiene claro que el cambio climático adelantará la siembra de esta oleaginosa, porque “cada vez hace más calor y hay menos precipitaciones”. El momento en la actualidad es entre enero y marzo, pero el aumento de temperaturas y la falta de precipitaciones pueden ir alterando el calendario de un cultivo de verano que esta temporada ofrece “menos rendimiento por hectárea porque se está acortando el ciclo”.

Apuesta creciente por el olivar

La cuestión es que las sucesivas olas de calor han afectado a las plantas, con menos altura y una panocha o cabeza también más reducida, lo que implica menos pipas. Tampoco se muestra Delgado muy optimista con su otra producción, un arroz al que afecta mucho la sequía porque el agua que se está utilizando “es de muy mala calidad por exceso de sal”, ya que la falta de precipitaciones aumenta la salinidad del río Guadalquivir.

Ramón García, por su parte, incide en que el girasol “genera mucha biodiversidad” y, por ejemplo, mantiene a muchas abejas, y que esto se perderá como también cambiará el paisaje de las campiñas. “¿Y qué alternativa vamos a tener para rotar con el cereal? La Unión Europea está empeñada en que pongamos leguminosas y proteaginosas, pero todos no nos podemos poner a plantar garbanzos”, lo que está llevando a muchos (animados además por los buenos precios) a apostar por un olivar superintensivo que, con su abundancia, “distorsiona los precios y el mercado”.

“En el campo se están poniendo demasiados huevos en la misma cesta”, coincide Pedro Gallardo, ante el crecimiento imparable no sólo del olivar, sino también del almendro y el pistacho. Un olivar por cierto cuyos cultivos también preocupan por la falta de agua, como ocurre con el algodón, el maíz y la ganadería: al haber menos lluvias hay menos pasto, lo que obliga a alimentar a los animales con pienso y encarece todavía más el proceso. Sequía, olas de calor, costes disparados, malos precios..., la combinación que se está dando en el campo es tan preocupante que, según Francisco Delgado y “en función de las decisiones que tome Bruselas, a la larga puede llevar incluso a una falta de alimentos”.

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