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El lenguaje construye nuestro mundo y nos permite vivir en él, por eso es necesario emplearlo con mimo, sin pervertirlo ni manipularlo, porque de esa forma corrompemos nuestras relaciones, humanas y con el entorno, causando terribles desastres sin darnos cuenta. A veces esas perversiones son intencionadas, como la confusión entre algunos conceptos que Israel y Estados Unidos de América han generado desde hace un tiempo. Su intención es claramente política y busca el beneficio de ambos estados, pero a costa de justificar grandes y crueles injusticias. Por ello queremos esclarecer varios conceptos.
Judío (descendiente de Judá, cuarto hijo de Jacob) es quien pertenece a un grupo étnico que comparte la tradición cultural, religión, lengua -al menos para sus celebraciones religiosas- e historia del pueblo hebreo, que es uno de los pueblos semitas del Levante mediterráneo. En absoluto existe la raza judía, la base de su identidad como pueblo son sus tradiciones y su religión.
Semitas, literalmente, son los descendientes de Sem, uno de los hijos de Noé, el del arca. Incluye árabes, judíos, fenicios y acadios. Todos ellos hablan lenguas similares en su fonología y gramática, las lenguas semitas. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX se le antepuso el prefijo anti y se aplicó solamente a los judíos. Por ello, con el uso actual de la palabra antisemitismo nos referimos a quien muestra desprecio, odio o rechazo hacia los judíos, pudiendo llegar incluso a promover su eliminación física, como hizo el nazismo.
Sionismo, es la postura que defiende la existencia de un estado judío y para los judíos en Oriente Próximo, cuya capital sea Jerusalén (a día de hoy, tan solo es reconocida como capital por Israel y Estados Unidos de América). Es decir, la postura que defiende lo que conocemos como el estado de Israel desde su creación tras la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, antisionismo es la oposición al sionismo, pero no al pueblo judío, de hecho hay judíos que son antisionistas.
El Holocausto, o la Shoá, como lo llaman los judíos, fue el genocidio llevado a cabo por la Alemania nazi contra los judíos de Europa y de sus territorios conquistados, o aliados, del norte de África y Oriente Próximo. La nueva extrema derecha oscila entre negarlo y aplaudirlo.
Los judíos se encuentran desperdigados por el mundo desde el siglo VIII a. c., La diáspora, lo llaman, a pesar de lo cual no han olvidado su antiguo reino, es más, ya vemos cómo el actual Israel lucha, a sangre y fuego, por conservarlo y ampliarlo. Al poco de su creación, en 1948, se enzarzó en la guerra Árabe-israelí, que causó el exilio 750.000 palestinos, a los que han de sumarse otros 350.000 expulsados en la Guerra de los Seis Días en 1967, más de un millón en total. Parece una ingenuidad esperar que los palestinos, que también son semitas, y que también tienen una palabra para designar su dispersión, la Nakba, vayan a olvidar el exilio que sufren, ¡si no hace siquiera un siglo!
Nunca se cumplieron las resoluciones de la ONU para dividir la Palestina británica en dos estados diferentes, uno árabe y el otro judío. Israel sigue ocupando militarmente la mayor parte del territorio palestino, en el cual fomenta y ampara los asentamientos ilegales de colonos judíos, además de impedir el normal y libre funcionamiento de toda Palestina, cuyos derechos vulnera sistemáticamente. Nunca ha permitido el retorno del millón largo de expulsados, sigue ocupando los Altos del Golán, que son territorio sirio, y mantiene una frontera ilegal con Líbano, que es fuente de continuos enfrentamientos. Pero desde los despiadados y criminales ataques de Hamás y la Yihad en octubre de 2023, estamos presenciando una reacción israelí que no solo perpetra crímenes de guerra y de lesa humanidad, sino que parece iniciar un descarado proceso genocida.
Baste recordar parte de las atrocidades que Israel está llevando a cabo desde esa fecha: No se habían presenciado bombardeos de esta magnitud contra población civil desde la Segunda Guerra Mundial. Más del setenta por ciento de los muertos gazatíes son mujeres, niños y ancianos. Se está empleando el hambre como arma contra la población civil y se está impidiendo la ayuda humanitaria internacional. Se han lanzado bombas de fósforo blanco, incluso sobre campos de refugiados. Hay sistemáticas detenciones masivas de civiles y se aplican torturas a muchos detenidos. Los periodistas se han convertido en objetivo de importancia con el fin de evitar la información de tales actos, especialmente los testimonios audiovisuales.
Hasta tal punto llega la barbarie, que la Corte Internacional de Justicia de la ONU ha dictado a Israel medidas para evitar el genocidio y los crímenes de guerra, las cuales, como siempre ha hecho, está incumpliendo. Además, la Corte Penal Internacional ha dictado orden de captura contra Netanyahu y su ministro de defensa por crímenes contra la humanidad y de guerra. También la dictó contra tres líderes de Hamás responsables de los ataques del siete de octubre, pero nunca se podrán hacer efectivas porque Israel los ha matado, a dos de ellos con bombardeos que también asesinaron a cientos de civiles, y al tercero mediante un atentado terrorista, después de haber asesinado antes a casi toda su familia.
Con tal situación, ser antisionista no sólo es comprensible, sino que parece inevitable para cualquier persona que empatice con las demás, pertenezcan a la etnia que pertenezcan, sin que ello quiera decir que también sea antisemita. Sin embargo, los Estados Unidos, Israel, los partidos postfascistas de ultraderecha, y desgraciadamente parte de la derecha tradicional, pretenden identificar antisionismo con antisemitismo. ¿Por qué sucede esto?. En el caso del estado judío está claro que le interesa dicha identificación. Respecto a Estados Unidos, se dice con frecuencia que el elevado número de población judía del país es un factor importante. No lo creemos, pues aunque vivan allí más hebreos que en el mismo Israel, representan tan sólo el 2% de su población. Es más, el interés y las estrechas alianzas entre ambos países no nacieron hasta finales de los años sesenta, cuando el amigo americano entendió la importancia geopolítica del pequeño estado. Las palabras de Alexander Haig, Secretario de Estado con Reagan en 1982, lo muestran con descarada claridad: “Israel es el portaviones estadounidense más grande del mundo que no puede hundirse, no lleva a bordo ningún soldado estadounidense, y está situado en una región crítica para la Seguridad Nacional de EEUU.” Tras el fin de la Guerra Fría esta nave resulta más necesaria que durante ella, especialmente tras los atentados de las torres gemelas. Un portaviones, no lo olvidemos, que se ha negado a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear y del cual se sospecha, fundadamente, que posee un poderoso arsenal de armas nucleares.
Más difíciles de entender resultan los apoyos de la ultraderecha y parte de la derecha tradicional. Por un lado, esta corriente política ha hecho suyos los negacionismos del Holocausto, y ha manifestado su simpatía hacia quienes lo perpetraron. Por otro, parecen haberse vuelto, de repente, tan sionistas que incluso incumplen, como el gobierno húngaro -que forma parte del Tratado de Roma- la orden de detención contra Netanyahu. Contradictoriamente practican el saludo nazi en público, como Musk, y a la vez muestran un apoyo inquebrantable hacia el país judío. La explicación más rápida es que Israel está llevando a cabo un blanqueamiento del Holocausto, no de modo teórico (como han hecho los historiadores negacionistas de ultraderecha), sino práctico, de hecho. Su actual comportamiento está justificando el del nazismo, pues existen abrumadores paralelismos con aquel genocidio: los nazis animaban a asesinar niños porque eran los enemigos futuros, hoy se calcula que más de la mitad de los muertos en la Franja de Gaza son niños. En los campos de exterminio, el hambre y el frío fueron más empleadas para matar que las cámaras de gas; Israel, al impedir la ayuda humanitaria, está causando miles de muertos por inanición, por falta de medicinas y por condiciones penosas respecto al clima. La Alemania nazi decidió aprovecharse económicamente de los masacrados, apropiándose de sus pertenencias, e incluso de sus cabellos y prótesis dentales. El gobierno israelí aplaude la idea de Trump de convertir Gaza en la Riviera de Oriente Próximo. Alemania trató de destruir y ocultar todo prueba de sus acciones genocidas; el gobierno israelí tiene en su objetivo a los periodistas que tratan de informar y documentar su barbarie. Los aliados conocieron lo que estaba sucediendo en los campos de exterminio, pero no hicieron nada pues su prioridad era el fin de la guerra y que la URSS avanzara lo menos posible en suelo alemán. Ahora, la mayoría de la comunidad internacional presencia las atrocidades pero sigue negociando con Israel.
Ciertamente, el genocidio nazi fue por completo irracional, es decir, carecía de razón para llevarse a cabo, pues los judíos ni habían hecho nada, ni suponían el menor peligro para Alemania, para Europa o para el mundo. Su propaganda los convirtió en el terrible enemigo que debía ser abatido, como un animal, pero del mismo modo podían haber escogido por enemigo a quienes fueran pelirrojos, o cojos de la pierna derecha, o cualquier otra excusa. Por eso el Holocausto es el modelo de la irracionalidad y la ausencia de sentimientos humanos. En cambio, Israel tiene razones para acabar con los palestinos, pues suponen un peligro para su estado, pero ello no significa que no haya comenzado a practicar un genocidio. Lo que no parecen entender es que por ese camino, tras los palestinos vendrán los árabes vecinos, luego los no vecinos, luego ... Y siempre quienes denuncien estas atrocidades. Hoy Palestina y los estados árabes están en desventaja, como lo estuvieron los judíos durante milenios, pero nadie sabe lo que el futuro depara. Lo que sí sabemos es que por esta vía de odio y sangre, no será nada bueno.
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