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Pues bien, el pasado domingo en Catalunya Ciudadanos dio un gran paso adelante, que tendrá que confirmarse en las generales de diciembre, para afianzarse como un partido de gobierno después de haber conseguido frenar el plebiscito soberanista, de haber encabezado el bloque constitucionalista con todos los matices que se le quieran poner, de haber conseguido solo dos diputados menos que la suma del PP y el PSC, partido este último que aguantó el tipo gracias a la desinhibición de Iceta, y de haber ganado en distritos tan simbólicos para la izquierda como Nou Barris, o en municipios del denominado “cinturón rojo” como L´Hospitalet de Llobregat, o de playa como Salou.
En este escenario europeo de fuertes desigualdades sociales, de aumento de la xenofobia y, en el caso de Catalunya, del independentismo que el Premio Nobel Joseph Stiglitz también achaca a las políticas de austeridad de Merkel y al fracaso del euro, Ciudadanos puede desempeñar el papel de partido balsámico como, en otras circunstancias históricas de salida de una larga dictadura, lo hizo la UCD.
A pesar del esfuerzo por homologarse con los partidos demócratas liberales que gobiernan en siete países de la Unión Europea, entre ellos Holanda, Bélgica, Dinamarca y Finlandia, los dos, Ciudadanos y la UCD, respiran la misma ambigüedad ideológica pero, probablemente, para muchos ciudadanos la prioridad ahora mismo es lo nuevo, descomprimirse del bipartidismo, y suavizar el enfrentamiento ideológico y el conflicto social: la moderación y la recuperación de la convivencia que no es lo mismo que la coexistencia.
Y hablando de polarización ideológica, y de extraordinario aumento del voto a la izquierda del PSOE, no deja de ser curioso que la inmensa mayoría de los españoles nos hayamos preguntado estos días qué es la Candidatura de Unidad Popular (CUP) en cuyas manos, o para ser más precisos en el voto de sus diez diputados, está el futuro de la Generalitat. La CUP, una formación anticapitalista desconocida en el resto de España, también para los analistas de la capital, lleva funcionando en barrios y municipios de Catalunya desde 1986.
Como decía, Ciudadanos puede tener efectos balsámicos para aliviar la destrucción política y la división ciudadana que están arrastrando las políticas de austeridad, de desigualdad, precariedad e inflexibilidad.
Si, visto lo visto en Catalunya, y con la candidatura a presidente de Gobierno de su principal activo político, Albert Rivera, va calando esa idea en el resto de los territorios, el partido naranja podría ser decisivo en la formación del próximo Gobierno de España que tendrá, nada más y nada menos, que actualizar el Estado con reformas constitucionales, y asentar la distensión y la convivencia en un país tan diverso que lo que menos necesita ahora mismo son las recetas del palo y de la judicialización, la antítesis de la política, lo más opuesto al diálogo y a la negociación.