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El denominado “síndrome Stendhal”, lo que sintió el escritor francés del siglo XIX en su visita a Florencia, tiene mucho que ver con el vértigo ante la acumulación de belleza. Algo así experimenté hace unos días en el pase privado en los cines Palafox de Zaragoza de la nueva película de Paula Ortiz, “La novia”, una versión de “Bodas de sangre” rodada en una combinación de paisajes monegrinos y turcos, que se presentará el próximo 26 de septiembre en el festival de San Sebastián y que se estrenará comercialmente el 27 de noviembre.
Desde la primera imagen, la película avanza con una estremecedora potencia visual, literaria, musical y simbólica, que te remueve por dentro porque conecta con el odio, el rencor y la violencia rural que se transmite de padres a hijos, con la pasión y con la tragedia anunciada, predestinada, que nada ni nadie puede frenar ante los atónitos e inocentes ojos del padre de la novia.
La fotografía roza la excelencia y la actuación de Luisa Gavasa, la madre del novio, te cautiva desde el primer momento por su fuerza en la expresión y su autenticidad. Es una de esas madres que en mundos aislados pero abiertos a la luz, y a la naturaleza virginal, como lo son los Monegros, la Capadocia, y el ruinoso Cortijo del Fraile en Níjar (Almería), paradójicamente a pocos kilómetros del mar, donde sucedieron los hechos en 1928, una de esas madres, decía, que defienden con uñas y dientes lo suyo, su familia y su hacienda.
Inma Cuesta está omnipresente con esa hermosura tan lorquiana, que huele a aceituna y a limón, y que personifica la contradicción entre dos amores, entre la razón y la pasión, que la empuja a flirtear con la muerte simbolizada en una nómada andrajosa que nunca para de caminar transmitiendo escalofrío y misterio.
Y todo envuelto en música, la música del compositor japonés Shigeru Umebayashi, las voces de Carmen París, de la chilena Soledad Vélez, y en literatura, en un desbordante esfuerzo creativo y divulgativo de la obra de Lorca. Han pasado ya varíos días y no me quito de la mente ni la escena de los cristales volando por los aires ni la interpretación que hace Inma Cuesta del poema “La tarara”.
En fin, una hermosísima sorpresa cinematográfica dirigida por una aragonesa con un talento especial para la fotografía, para captar la expresión de los ojos, “todo está en los ojos, el espíritu y el carácter”, le dice Rembrant a su discípulo Elías Ambrosius en “Herejes” de Leonardo Padura. Con un talento especial para la luz y para la belleza, en la que han confiado inversores y productores internacionales, alemanes, turcos, holandeses, que si consigue superar el filtro comercial podría tener un éxito comparable a lo que supuso el año pasado “La isla mínima” de Alberto Rodríguez.
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