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Su líder, António Costa, llegó a salir en un mitin rodeado de jóvenes con camisetas en las que se leía: “No quiero emigrar”. Pesó más la conmoción y la herencia del exprimer ministro socialista José Sócrates, que fue encarcelado por acusaciones de corrupción, fraude fiscal y blanqueo de capitales, que las propuestas de bajada del IVA o de eliminación de los recortes en los servicios públicos universales.
Es un dato a tener en cuenta antes de que Rajoy eche las campanas al vuelo porque su homólogo y afín Passos Coelho sea el primer dirigente que, después de cumplir a rajatabla los recortes exigidos por la troika, renueva su mandato con la oferta electoral de moderarlos: reducción de la deuda pública del 128,5 por ciento del PIB y del déficit al 3 por ciento. Vamos, que gana las elecciones con la imagen de que el enfermo ha salido de la UCI y ya está en planta.
Rajoy, aunque lo pretenda difuminar subrayando su experiencia en la gestión frente a unos rivales legos, está atado jerárquica y generacionalmente al discurrir de Bárcenas, de Camps, de Fabra, de la Gürtel, de la Púnica, de Rato, de Rodrigo como le decían los más allegados, el santo y seña del milagro económico del PP en gobiernos de los que también formaba parte el presidente.
Podrán animarse sus asesores con que la percepción de la corrupción, devastadora para el crédito de las instituciones y para la confianza y la moral democrática ciudadana, se minimiza envolviendo buenos datos económicos y recorrido político a la estupenda edad de 60 años, pero dudo que resulte esa estrategia. Por cierto, tanto Suárez, como González, Aznar o Zapatero, rondaban los cuarenta, o cuarenta y tantos años, cuando llegaron a la presidencia.
En Portugal, la corrupción, aunque sea mayoritario el voto a las formaciones dispersas y difícilmente compatibles de la izquierda, ha podido más que las ofertas de defensa de los servicios públicos, y de los derechos de los pensionistas y de los funcionarios, ha podido más que la fuerte bajada del IVA a la hostelería.
La iniciativa del candidato socialista portugués, António Costa, tuvo precedentes en la reciente campaña española de municipales y autonómicas. Al menos en Zaragoza, los socialistas divulgaron en las redes sociales un emotivo video en el que un padre, fiel votante socialista, despedía a su hija emigrante en la entrada de la estación de las Delicias explicándole, desde sus arrugas, por qué iba a seguir votando al partido de la rosa.
Muchos de nuestros hijos, que se han esforzado por ser buenos en su especialidad con el apoyo económico de los padres que han tenido disponibilidad para hacerlo, y de los impuestos de todos los españoles, ya no se marchan como en los sesenta para trabajar en París, en Zúrich o en Dusseldorf, en una portería, o de carteros o fresadores en un taller, se marchan para ocupar puestos cualificados en grandes compañías, en centros de investigación, en hospitales, en países a los que les está saliendo más a cuenta ficharlos del Sur que formarlos.
Una profesora de la Universidad de Lisboa, Luísa Cardeira, coautora del estudio “Fuga de cerebros: la movilidad académica y la emigración portuguesa cualificada”, concluía que “el dinero que nos ha prestado Europa se lo estamos devolviendo en forma de mano de obra cualificada”. Y estoy de acuerdo con el ganador Passos Coelho que no hay que estigmatizar a los que no teniendo oportunidades en su país de origen las buscan en otras economías. Es una opción muy saludable y estimulante aunque, irremediablemente, nos empobrece desde el punto de vista del conocimiento y la innovación, y nos hace más viejos.
En Zaragoza, esa apuesta por tocar la fibra sensible tampoco evitó el fuerte retroceso electoral de los socialistas porque el votante joven y urbano se fue mayoritariamente a opciones alejadas del bipartidismo, y sin mancha de corrupción o corruptelas, a opciones más abiertas, participativas, auténticas y cercanas generacionalmente, a opciones a las que no pudieran responsabilizar de su frustración profesional, de los bajos sueldos y la falta de reconocimiento social.
A opciones decididas a eliminar los privilegios de los establecidos en las instituciones y a opciones que, a la hora de elegir a sus candidatos, no se limiten a contar firmas de militantes, y a primar la obediencia frente a la capacidad y a la discrepancia, que se abran de verdad a los ciudadanos rompiendo con las viejas inercias cortoplacistas de los aparatos.