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Coinciden estos días de grandes hazañas deportivas y récords olímpicos pulverizados ante millones de espectadores, como los de Bolt, Phelps, Biles, Belmonte o Nadal, con otras que no pasaran a la historia y ni siquiera serán recordadas pese a que para la consecución de sus logros contribuyen cada día con algo tan preciado como la vida.
Allá en Rio, en las canchas, piscinas y demás espacios habilitados para la práctica deportiva, los atletas olímpicos se baten en duelo contra sus contrincantes, el cronómetro y en muchos casos contra ellos mismos en pos una medalla, un nuevo récord y la gloria olímpica. Aquí cerca, mientras tanto, casi a la puerta de nuestras casa, se desarrolla otra “olimpiada” mucho más dura y peligrosa en la que los vencedores no reciben al término de su jornada ni medallas, ni felicitaciones o aplausos multitudinarios por sus victorias. Tienen eso sí y como única recompensa el abrazo de sus familiares y allegados que los reciben con un suspiro de alivio cada vez que vuelven a sus casas tras otra dura jornada de su particular olimpiada.
No es que una no reconozca el enorme esfuerzo, la ilusión, la entrega y el trabajo planificado y de años de entrenamientos que dan como resultado récords como el de Usain Bolt al correr prácticamente sin despeinarse y en 9,81 segundos los 100 metros libres. O las incontables medallas de oro del que dicen es el mejor nadador de todos los tiempos, Michael Phelps, que son el resultado de miles, sí, miles de kilómetros nadando, recorridos durante años en aburridas series y entrenamientos en incontables piscinas, para mejorar su técnica, pulir defectos o superar miedos y fracasos.
Y es que aunque para nosotros sean seres casi invencibles, hechos de otra pasta o venidos de un planeta en el que los sueños se hacen realidad, lo cierto es que sus triunfos se consiguen a base de trabajo, constancia, mucha planificación y sufrimiento, mucho sufrimiento.
Vaya, lo mismo que los protagonistas de esa otra olimpiada, que imagino que a estas alturas muchos ya sabéis quienes son: los integrantes de las BRIF, las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales.
Sus componentes, hombres y mujeres -que también las hay en estas Brigadas- comienzan todos los años allá por mayo, su propia olimpiada. Una que les llevará a interminables jornadas de 14 o 16 horas luchando contra el fuego, casi siempre en condiciones desiguales no solo por el enemigo a batir sino por los medios con los que cuentan para ganarle la batalla a unas llamas que avanzan sin control.
Las BRIF siempre participan en una contienda desigual, en la que como les sucede a los contrincantes de Bolt o Phelps, se busca el triunfo en una carrera que se presume, desde antes de que se dé la salida, casi imposible de ganar.
Para los integrantes de las BRIF no solo se trata de ganar al que más corre, el fuego, sino que para salir triunfador en esa carrera que puede durar varios días hay que tener en cuenta los medios que se disponen, que o quien son los autores - en la mayoría de los casos la mano del hombre - de esos fuegos que arrasan a su paso bosques, tierras de labranza, parajes protegidos, casas y lo que es más importante vidas.
La pelea es y será siempre desigual, y lo saben, pero no por ello y pese al miedo que sin duda deben de sentir, se dan por vencidos y luchan contra los incendios forestales con unos medios siempre escasos. Muchos menos de los tantas veces requeridos a esas administraciones que con insoportable tacañeria les contratan y pagan. La larga y dura experiencia contra el fuego les ha enseñado lo difícil que resulta ganarle la batalla a las llamas solo con su impagable trabajo, si los recursos de los que disponen son pocos, viejos y las brigadas están muchas veces a falta del más que necesario recambio y ampliación del número de sus integrantes.
Los miembros de las BRIF se juegan cada verano sus vidas en una improbable olimpiada en la que no hay laureles ni medallas para los ganadores. Desarrollan su trabajo en espacios insoportables debido a la elevada temperatura y el calor, en condiciones adversas y de continuo peligro. Luchan contra los innumerables incendios que todos los años por estas fechas arrasan nuestros montes, en jornadas interminables, por unos escasos sueldos, racaneadas sus nóminas hasta el extremo, producto de los recortes que las administraciones imponen a los departamentos de los que dependen. Recortes que se traducen también en avituallamientos escasos , denunciados en incontables ocasiones, consistentes en el mejor de los casos en dos bocadillos y alguna botella de agua. Trabajar mal pagados y peor comidos.
Durante estos meses en los que el calor, los rayos, la imprudencia de algunos o la voluntaria y salvaje mano de otros prenden nuestros montes, allí estarán ellos, al pié del cañón. Los puedes encontrar en la siempre castigada Galicia, La Palma, Extremadura, el Pirineo aragonés, la Comunidad Valenciana o Andalucia disputando su particular y peligrosa olimpiada. Siempre trabajando contra el fuego, ya sea cerca de donde vives, disfrutas de tus vacaciones, tienes tus campos de cultivo o explotaciones ganaderas. Defendiendo también nuestro patrimonio natural, nuestros montes y a sus pobladores sean seres humanos o animales.
Sin duda no ganarán medallas y mira que se las merecen todas. Tal vez incluso y como pasa a menudo cuando los recursos de que disponen -aviones, helicópteros o camiones- sean pocos y viejos, alguno pague con su vida en una ofrenda dolorosa e insoportable que el dios fuego exige para ceder por unos días en su empeño por arrasar nuestra seca tierra.
Mientras los grandes deportistas obtendrán tras estos días en Rio 2016 la gloria y un sitio en la historia del deporte y de las Olimpiadas, los héroes anónimos, los componente de las BRIFs, los trabajadores que luchan contra el fuego cada verano, solo tendrán un espacio en el corazón de sus familias, amigos y en el de aquellos que como yo hemos tenido el privilegio de conocer a alguno de sus componentes. La admiración y el respeto que se les profesa nunca será tan grande como el peligro que corren al desarrollar su trabajo.
Sus nombres puede que no figuren en el libro de los récords olímpicos ni mundiales, pero no os quepa duda que sus logros, su lucha diaria contra el fuego se merece mucho más reconocimiento, cariño y admiración por nuestra parte y la de las administraciones, que cualquiera de esos deportistas que además de los aplausos, la fama y la adulación recibirán miles de euros o dolares por sus medallas.
¡Muchas gracias por vuestro impagable trabajo compañeros!