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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Yo, mí, me, conmigo

Un ombligo.

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Aprende a pensar en ti mismo, ¡priorízate! Deja de pensar en los demás, ¡céntrate en ti! Aunque hayan conseguido escapar a la invasión de libros de autoayuda y de reels para sentirse mejor gracias al consejo de un desconocido, seguro que todas estas consignas les suenan. Se venden como la solución a la infelicidad, a los problemas de salud mental. Se dispensan como quien reparte pastillas sin receta ni criterio y se han convertido en el peligro número uno de una sociedad peligrosamente individualizada.

Cuando escucho ese tipo de mensajes pienso en cuánta gente conozco que anteponga los intereses o necesidades de los demás a los suyos, que se sacrifiquen por otros, que estén pendientes de verdad del bienestar del resto, tanto como para que eso les suponga un serio lastre. Sinceramente, con semejante entrega, me vienen muy pocos nombres a la cabeza.

La infelicidad y la insatisfacción son males muy extendidos y entre la larga y variada lista de aspectos que las motivan no suele estar el de pensar más en la primera persona del plural que en el yo. Si acaso el choque se produce entre los demás y el yo, en lo que yo espero de los demás, en lo que yo creo que los demás piensan de mí… No se confundan, tener un yo fuerte es imprescindible para sobrevivir porque si el individualismo es un peligro para la sociedad, la falta de autoestima es la madre de todos los males, pero hacer universal ese mensaje de que te hará más feliz que todo te importe una mierda nos está arrastrando a todos a una era gris.

La movilización ciudadana pierde fuelle, la ha ido sustituyendo poco a poco la proeza de firmar un change.org. El asociacionismo parece cosa de viejos, significarse con las causas sociales no es cool, las laborales ya no digamos; solo importan las propias, eso sí. No apoyo las condiciones del Globo, claro, pero ¿qué pedimos esta noche? Parece que la consecución histórica de derechos conlleva la amnesia de cómo se consiguieron y el desconocimiento de que los deberes son inherentes a esos derechos. Algo ocurre y está pasando muy rápido, se percibe al comparar la respuesta ante la última guerra de Irak y la del genocidio en Gaza, por ejemplo. Parece otro país.

El individualismo galopante nos afecta a todos de algún modo, nos hace ser peores pero también sentirnos peor. Porque en la socialización está la base de la felicidad. Tejer una red de personas a tu alrededor es garantizarte seguridad y bienestar. Y si es crucial para el desarrollo personal, cómo no va a serlo a la hora de construir una sociedad. Ese término proviene del latín societas, unión, así que solo con sus ciudadanos empujando juntos avanza una sociedad; si no, prosperan los negocios, pero no las personas.

No sé si los libros de autoayuda serán el nuevo Armageddon o si lo será la fiebre del “emprendedurismo”, ¡sé tu propio jefe!, ¡crea tu marca personal!, pero, desde luego, parte de sus mensajes contribuye a alimentar esa individualidad exacerbada que no genera sino malestar en todos y cada uno de los individuos. Hay que rescatar la red o no nos recuperaremos del batacazo.

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