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“Mocetas, mocetas, levantaos, que están disparando en la pradera”, así asesinaron a las hermanas Malón en 1936

Rosario Malón fue asesinada por los falangistas en 1936 y enterrada en el Monte de Santo Domingo

Óscar F. Civieta

Zaragoza —

El 21 de julio de 1936, Rosario Malón Pueyo (22 años) dejó su hogar –con el resto de su familia– para huir de los falangistas. El 19 de agosto fue asesinada en el Monte de Santo Domingo. 82 años menos un día después, el próximo 18 de agosto, regresará a casa. Su hermana, Lourdes –asesinada el mismo día a sus 18 años–, continúa allí arriba.

Mariano Malón Mendi, sobrino de Rosario y Lourdes, ha vivido en una continua remembranza de la historia de sus tías, de su abuelo Francisco y de la abuela Francisca. Fue su padre, Mariano Malón Pueyo (el único que logró huir de ese monte y que falleció en 1999 a los 93 años de edad), quien le narró lo sucedido una y otra vez. Ahora rememora, de nuevo, esos días de asesinatos, huidas y pena. Lo cuenta como quien relata una novela. Pero no lo es, es real. Y cruel.

Los asesinatos

La familia Malón Pueyo, explica Javier Ruiz –arqueólogo que ha dirigido los trabajos de exhumación y miembro de la Asociación Charata para la Recuperación de la Memoria  Histórica de Uncastillo–, era socialista y estaba bastante significada políticamente. Tanto Mariano como sus dos hermanas estaban afiliados a las Juventudes Socialistas.

Esta historia comienza el 21 de julio de 1936. Mariano Malón –que la escuchó de boca de su padre en infinidad de ocasiones– la relata sin pausas, sin obviar los detalles, con meridiana claridad. La cuenta así:

“Ese día hubo un chivatazo, avisaron de que los falangistas iban a entrar en Uncastillo (Zaragoza) y mi abuelo, mi padre y sus dos hermanas decidieron huir al Monte de Santo Domingo. Con ellos fue más gente del pueblo, en total eran un grupo de 20 o 25 personas. Mi abuela se quedó en casa y, horas después, los falangistas se presentaron allí. Ella les dijo que no sabía dónde estaba su familia, y que, aunque lo supiera, no se lo diría. Se la llevaron y el 2 de agosto la fusilaron –junto a un matrimonio– en Luesia (a 10 kilómetros de Uncastillo).

Las personas que huyeron al monte, durante el día estaban juntas, pero se separaban para dormir, tenían miedo de que les pillaran y aquello fuera una masacre. Toda mi familia se refugiaba en una pequeña cueva.

El 19 de agosto, sabemos –porque tenemos testimonios que lo demuestran– que un grupo de falangistas se unió en Urriés y, tras hacer una cena y una pequeña fiesta, salieron hacia el monte, al que llegaron al amanecer. Se separaron en dos grupos, uno se fue a la parte de arriba, donde hay una pradera, y el otro se quedó a 20 metros de la especie de cueva donde dormía mi familia“.

Entonces Mariano se detiene (hasta ahora las pausas habían escaseado) y da un salto secular en el relato. Se traslada a otro 19 de agosto, pero de 2016. Con emoción y entereza, como su padre recordó durante toda su vida ese mismo día de 80 años antes, cuenta que en esa fecha subió a la cueva y durmió en ella. Solo le acompañó una foto de su familia y un ramo republicano. Un particular homenaje.

Tras pasar esa noche allí, explica, “tengo claro que los falangistas sabían perfectamente donde iban, porque es muy difícil encontrar la cueva. Además, tuvieron que llegar muy sigilosamente, ya que en plena noche te aseguro que se escucha hasta el vuelo de un pájaro”.

Rápidamente regresa al 36: “De repente, mi padre y mi abuelo escucharon disparos. Mi padre siempre repetía la frase que pronunció para despertar a mis hermanas: ‘Mocetas, mocetas, levantaos, que están disparando en la pradera’. Primero se incorporaron mis tías y, al ver movimiento de sombras, llegó la primera descarga. En esa murió Rosario. El resto logró escapar –cada uno por su lado– aunque Lourdes lo hizo muy herida.

Al rato, encontraron a Lourdes tratando de curarse las heridas. Hemos hablado con las hijas y los nietos de uno de los falangistas que la encontró. Nos han dicho que su padre (abuelo) les contaba que hubo una discusión: había gente que decía ‘dejadla, dejadla, está herida, no la hagáis más daño’, pero finalmente la asesinaron. Este señor contaba que mi tía, con 18 años, no se acobardó en ningún momento y que, antes de morir, gritó ‘¡viva la República, viva la libertad!’. Los familiares del falangista nos contaron que muchas veces el señor subía al monte y lloraba, tenía remordimientos.

Después, mi padre regresó y tapó los cuerpos con unas piedras para que no se los comieran las alimañas. Por testimonios que hemos recogido en el pueblo, estamos seguros de que los falangistas, unos días después, cogieron a gente de izquierdas del pueblo y les ordenaron subir al monte para quemar y enterrar los cuerpos, bajo amenaza de tomar represalias contra ellos y sus familias. Parece que hicieron como si los quemaran, pero que finalmente no fue así, y solo las enterraron“.

Cuatro meses después

“Mi padre y mi abuelo lograron escapar. Mi padre siempre decía que el abuelo no volvió a levantar la vista, solo miraba al suelo y comía porque le obligaban. Habían asesinado a su mujer y sus dos hijas, no quería vivir. En diciembre, unos cuantos decidieron que la única alternativa era tratar de llegar a zona republicana, el abuelo se negó y, casi moribundo, mi padre lo tuvo que abandonar”.

De nuevo se detiene, solo un momento, lo justo para recordar que, muchos años más tarde, su padre volvió con su hermana al lugar donde había dejado al abuelo.

Regresa al pasado para terminar: “Mi abuelo murió el 28 de diciembre, murió de pena. Mi padre llegó a zona republicana, el resto de su vida no fue fácil, ni muchísimo menos, pero tampoco te lo voy a contar todo. Otro día si quieres, que hay un montón de historias”.

La exhumación

Las, hasta el momento, últimas páginas de esta historia comenzaron a escribirse en 2009. Fue cuando Javier Ruiz y el resto de miembros de la Asociación Charata empezaron a documentarse: “La historia de las hermanas Malón es muy conocida en Uncastillo”, señala.

Sabían que estaban enterradas en el monte de Santo Domingo, pero hasta cuatro años después no pudieron iniciar los sondeos. Uno en 2013 y otro en 2014, “en ambos casos con medios propios y con subvenciones de la Comarca de las Cinco Villas y el Ayuntamiento de Uncastillo”.

La familia, recuerda Ruiz, se implicó al máximo desde el principio: “Nos lo ofrecieron todo, ponían los todoterrenos para subir al monte, nos subían comida, nos trasladaban, sin ellos hubiera sido imposible”.

En los sondeos de 2013 y 2014 encontraron dos enterramientos: uno de época visigoda y otro medieval. En 2015 todo se paralizó por falta de fondos y pudieron retomar la búsqueda en 2016, gracias a las ayudas de la Diputación Provincial de Zaragoza. La prospección se hizo con georadar en un área de 3.000 metros cuadrados. Cada anomalía, apunta el arqueólogo, “era investigada (en total tuvimos 12), y fue en la última, a finales de octubre de 2017 –cuando habíamos perdido la esperanza–, en la que apareció el enterramiento”.

La prueba de ADN, cuyos resultados recibieron a finales del pasado mes de mayo, confirmó que era Rosario Malón Pueyo.

“Lo recordaba cada día”

El próximo 18 de agosto, a las 11:00 horas, en el salón noble del Ayuntamiento de Uncastillo, tendrá lugar un acto de homenaje en el que se hará entrega a la familia Malón Mendi de los restos de Rosario. Posteriormente, será enterrada en Pinsoro, donde reposa el cadáver de su hermano Mariano.

“Ni mi padre ni yo pensamos nunca que este día podría llegar”, dice Mariano, “para él, hubiera sido un día muy especial, siempre nos transmitía la pena por no poder enterrar a sus familiares, no era rencor, era pena”.

Apunta que de Uncastillo se fueron a vivir a Pinsoro y que, cuando el día está claro, desde allí ven el Monte de Santo Domingo: “Mi padre  lo recordaba a diario”.

El futuro

Mariano Malón evoca el día que Javier Ruiz le confirmó que los restos encontrados correspondían a su tía: “Nos abrazamos y rompimos a llorar”. Después hablaron y decidieron darse un respiro, aunque ambos aseguran que tienen en mente volver y tratar de encontrar a Lourdes.

“Dicen que a los muertos hay que dejarlos en paz. Nosotros hemos luchado por aliviar nuestra pena, por eso ahora no tenemos pena por enterrarlos y la gente no nos da el pésame, sino la enhorabuena”.

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