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“No podemos permitir que las cuidadoras internas vivan en semi-esclavitud”

Carolina García a la izquierda (de negro) y su compañera de la asociación Karen Urrutia

María Bosque Senero

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Alrededor de 350 personas integran la Asociación de Trabajadoras del hogar y cuidados de Zaragoza. Todas, menos dos hombres, son mujeres. Y ninguna de estas personas es de origen español. Denuncian la situación de cuasi “esclavitud” que viven las internas, todas mujeres, y en su mayoría sin papeles. Han conseguido el derecho al paro, pero siguen a la espera de la aplicación e implementación del convenio 189 de la OIT y a ser incluidas en el Régimen General de Trabajo para dejar de cotizar por tramos y equiparar sus derechos con el resto de trabajadores.

El día 30, con motivo del día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, la asociación de la que es usted presidenta, organizó una movilización en Zaragoza. ¿Cuál es el perfil de persona que llega a esta asociación?

Son mujeres, de origen extranjero, en situación irregular que necesita trabajar para poder vivir aquí. En este momento más de 350 mujeres forman parte de la asociación. En cuanto a la edad, hay mujeres de todo tipo: desde las que deberían jubilarse, hasta chicas de veinte años que, por cierto, en los últimos años, cada vez son más. Tan solo hay dos hombres. Y en ningún caso tenemos o hemos tenido presencia de personas de origen español. 

Apuntas que, en la asociación, no hay mujeres que sean de origen español ¿Por qué habéis detectado que se produce este hecho?

Porque, aunque también hay mujeres de origen español que trabajan como empleadas del hogar, sobre todo en limpieza, su realidad respecto a las mujeres inmigrantes es muy distinta. Las mujeres de nuestra asociación, en la mayor parte de los casos, no tienen redes, ni familia. Carecen de un entorno en el que apoyarse y eso hace que se vean obligadas a aceptar trabajos que, en otras condiciones más favorables, nunca aceptarían. 

También asegura que, en los últimos años, han visto como cada vez más mujeres jóvenes llegan a la asociación ¿Qué las lleva a trabajar como empleadas del hogar? 

En los últimos años ha aumentado la llegada de personas jóvenes de otros países. Chicas de unos 23 o 24 años. Cuando están aquí, se encuentran con una Ley de extranjería que les da pocas opciones, incluso a aquellas que tienen una carrera universitaria. Sin embargo, conseguir un trabajo como empleada del hogar, en limpieza o en cuidados es relativamente sencillo, aunque tu situación no esté regularizada. En los hogares no hay inspección. La economía sumergida está ahí, pero todo el mundo mira para otro lado.

¿Cómo y porqué llega una mujer extranjera a trabajar como interna o como trabajadora del hogar?  

Porque no nos queda otra opción. Para conseguir tarjeta de residencia y trabajo la Ley de extranjería contempla varios casos. Uno de ellos es el arraigo laboral, otro por formación, que no te permite trabajar, así que solo lo pueden cumplir los jóvenes que puedan mantenerse por sus medios durante el año que contempla la Ley; y el otro es el arraigo social, el más común, y es el que te conceden a los tres años de vivir en el país, demostrándolo con el padrón y con un contrato de trabajo, pero durante esos tres años tienes que vivir de algo y, como ya he dicho, donde no hay inspección, no hay altas en la seguridad social, y hay trabajo es en las tareas de cuidado, limpieza y hogar. 

Carolina, tienes 47 años. Desde hace trece, trabajas como empleada del hogar y tu primer trabajo fue como interna ¿Cómo recuerdas aquella experiencia?

Fue un tiempo muy duro. Cuando llegué a España, mi pareja no tenía trabajo así que yo encontré un empleo como interna, cuidando de una persona mayor por 600€, y lo acepté. Aguanté un año. No dormía. Me levantaba hasta diez veces por la noche porque la familia no quería ponerle a esta persona mayor un pañal para dormir y tenía que atenderle cada vez que me llamaba o que le escuchaba moverse para evitar que se cayera. Esta falta de descanso me provocó problemas de sueño crónicos. No tenía días festivos, aunque yo sabía que me pertenecían. Te sientes encerrada, sin intimidad y muy sola. Dentro de lo que cabe yo tuve suerte. Otras compañeras viven a diario situaciones de violencia verbal, les limitan la comida o no les permiten tener una dieta diferente a la que lleva la persona mayor, algunas ni siquiera tienen una habitación, las obligan a dormir con la persona a la que cuidan o les hacen un hueco en el salón o incluso en la cocina para dormir. Es una situación denigrante. 

Esta situación ¿es la misma para las mujeres que tienen sus papeles en regla? 

No, es muy distinta. Para las mujeres regularizadas la Ley dice que pueden trabajar cuarenta horas semanales y, además, permite hacer otras veinte horas presenciales. Pero como interna tu jornada media es de 16 horas al día, con lo cual ya estás haciendo horas de más. La Ley también reconoce que el fin de semana debes tener 36 horas de descanso continuas, que rara vez se cumple, hay ofertas de trabajo por  salarios de 700 u 800 euros, que no llega ni al salario mínimo, y con una salida de una vez al mes. Esas son las ofertas que las trabajadoras de nuestro sector están aceptando por una cuestión de extrema necesidad. 

Vuestra asociación representa a las trabajadoras de Zaragoza ¿sois conscientes de que estas condiciones se produzcan en el resto de Aragón? 

Sí, somos conscientes de que esto pasa en el resto de Aragón y en otros lugares. También se da la circunstancia de que muchas mujeres son contratadas desde Zaragoza, pero para ir a trabajar a los pueblos, a cuidar de personas mayores que están lejos de sus familias. Esta situación todavía provoca que se sientan más desarraigadas, en un pueblo donde no conocen a nadie, donde no está la asociación para apoyarlas. Muchas de estas mujeres viven en una situación forzosa de aislamiento y soledad.

¿Cuáles son los logros que habéis conseguido hasta el momento gracias a vuestro movimiento?

Hemos conseguido que desaparezca la figura del desestimiento, que daba la posibilidad al contratante de despedir sin motivación alguna. Recientemente se ha aprobado la Ley de riesgos laborales, pero no es efectiva porque no hay un texto en firme hasta el momento. Esperamos que siga adelante y que se concrete lo antes posible. Otro de los logros importantes para nosotras es haber conseguido que se nos reconozca el derecho al paro, aunque no será factible hasta que se cumpla un año desde su aprobación, es decir, en octubre de este año. Hasta ahora, aunque tuvieras papeles en regla y estuvieras contratada no tenías derecho al paro. Hay mujeres que llevan quince años trabajando en este sector y si las despidieran mañana, no cobrarían ningún tipo de subsidio por desempleo. 

Y ¿Cuáles son ahora mismo vuestros objetivos?

Seguimos luchando para que se nos incluya en el régimen general, que haya una creación de categorías profesionales donde se distinga las labores de limpieza y de cuidados y donde haya un reconocimiento del impacto de la salud física como psicológica de las trabajadoras. Pero, sin dejar de lado eso, el principal objetivo es poner en el foco en las mujeres que están trabajando como internas en lo que consideramos que es un régimen de “semi esclavitud”. Creemos que esto tiene que cambiar, y que lo tiene que hacer a nivel general. Tanto las familias como el Estado deben encontrar una forma de resolver esta situación, bien sea a través de ayudas económicas, o ampliando las prestaciones de los servicios de ayuda a domicilio que existen ahora. Creando políticas públicas de cuidados. Somos conscientes de que hay familias que necesitarían hasta tres personas para los cuidados de un familiar; dos entre semana y una para los fines de semana, y que esto es inviable. Pero no pueden explotar a las trabajadoras como lo están haciendo, con jornadas inhumanas, en condiciones denigrantes o contratadas por menos de la mitad de las horas que trabajan. 

¿Qué papel ocupan los hombres en este sector? ¿Hay espacio para ellos?

Por supuesto que lo hay, y son muchos los hombres, todos de origen extranjero, los que vienen a la asociación en busca de información para trabajar en el sector de la limpieza y de los cuidados, pero la sociedad no termina encajarlos en estas tareas. Por lo general, las familias que contratan ven más capaz para cocinar y limpiar a una mujer que a un hombre. Y no digamos ya cuando se trata de cuidados y de la higiene personal. De entrada, las personas mayores no se sienten cómodas si es un hombre el que les tiene que limpiar, así que nunca se les contrata. 

A lo largo de la entrevista ha nombrado en varias ocasiones las palabras redes y soledad ¿Qué significa la asociación para las mujeres, y también para los escasos hombres, que formáis parte de ella?

Es una segunda familia. Además de los talleres de orientación laboral que impartimos, y de luchar por erradicar las desigualdades y las injusticias que vivimos en nuestros trabajos, hemos intentado que se cree un ambiente de comunidad. Por eso organizamos actividades de carácter lúdico en las que se implican otras asociaciones. Hemos hecho talleres de fotografía, de cocina, actividades en bicicleta y tenemos un huerto comunitario. Es una forma de invitar a las asociadas para que se conozcan y creen círculos. Desde la asociación organizamos las tareas de riego, de siembra, de cuidado, y la recogida de los alimentos, y después, lo que hemos cultivado lo repartimos entre todas. Intentamos que esta asociación haga la función de red, esa que nos falta a muchas cuando llegamos solas a un lugar nuevo. 

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