Dice José María Aznar, el peor villano del peor Partido Popular, que si Israel pierde la guerra, Occidente se pondría “al borde de una derrota total”. ¿De qué guerra habla el deslenguado expresidente? ¿Contra qué Ejército disparan sus balas asesinas los soldados de Israel? ¿Qué aviones palestinos derriban, qué tanques de la misma procedencia destruyen? Qué tipo, qué ruin, qué miserable este Aznar, tan bien conocido por todos nosotros. ¿Quiere decir el gran hombre que, además, debemos estar agradecidos a ese ser infecto que es Benjamin Netanyahu, por salvarnos de no se sabe qué sangrientas represalias que nos traerían los pocos niños, mujeres y hombres que queden vivos del infierno gazatí si las bombas israelís no acabaran con todo ser viviente que se halle en aquella región? ¿Cómo creen ustedes que pasará a la historia el lamebotas de George Bush, el paje obediente de Tony Blair, hay armas de destrucción masiva en Irak, masacren Bagdad, acaben con Basora o Mosul? Ya vamos, ya, que bien sabemos que es el mismo personaje, te reconocemos, malandrín, aunque te afeites el bigote, que aseguró, con todo el peso de ser presidente de un gobierno, que los atentados del 11-M, casi 200 muertos, los había cometido ETA. La gran e indigna mentira por puro interés electoralista. Pero en fin, basta ya del siniestro personaje, que seguro que entre el público habrá personas de salud delicada que no soporten tanta bazofia.
¡Ah, Gaza, qué perfecto parteaguas! Ya pueden utilizar esos políticos bocachanclas que pronto les mostraremos en este mismo texto, todos los recursos léxicos-semánticos para tapar sus infamias, desde las habituales metáforas, hipérboles, retruécanos o metonimias, hasta la paranomasia, la anáfora, la anadiplosis, la epifora, la epanadiplosis, la lítote o la sinestesia. Se les ve el plumero de la falta de humanidad, por fanáticos o ignorantes, incluso en ocasiones personajes dueños de ambas virtudes, en cuanto abren la bocaza y anteponen cualquier razonamiento al hecho indiscutible, irrebatible, trágico, del infierno que viven los palestinos. Nada, ninguna frase, ninguna palabra, ninguna letra, antes de sufrir y llorar por esos hombres masacrados cuando buscaban comida para sus hijos, de esas mujeres llorando a gritos ante su bebé hambriento, de esos niños con una bala en el cerebro disparada por un soldado blindado con la más moderna dotación que puede usarse en el siglo XXI.
Ahí tienen, por ejemplo, para empezar por personajes importantes, que luego citaremos las minucias, a Friedrich Merz, el canciller alemán, de visita la semana pasada en Madrid. Representante de la derecha más clásica de su país, ha criticado a Netanyahu con claridad, pero se frena en acciones serias contra él, tal que hablar de genocidio, como ya lo ha hecho hasta Naciones Unidas, y ha justificado esas diferencias de criterio con Sánchez por “la historia de Alemania”. Qué curiosa es esa historia, en verdad. Ellos fueron, los alemanes, los que protagonizaron el genocidio salvaje de la II Guerra Mundial. ¿Tienen mala conciencia por el infame gaseado de cientos de miles de judíos? Quizá. Pero ningún alma honesta puede entender que intenten hacerse perdonar aquellas terribles matanzas viendo asesinar, impertérritos, a miles y miles de palestinos. El corazón es para todos los seres humanos, recen a quien recen. Y todos se merecen las mismas lágrimas. Y, por supuesto, que se luche por ellos para acabar con ese, sí, mil veces sí, genocidio. El horror no se cura con otro horror: sólo se dobla el espanto.
Y ya puestos, vayamos con las minucias, que si Feijóo que si Díaz Ayuso. Permitan al Ojo repetir las palabras del ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich, en un foro inmobiliario en Tel Aviv esta misma semana: “Hemos pagado mucho dinero por esta guerra, ahora debemos decidir cómo repartir los porcentajes de la tierra en Gaza”. Y el susodicho, tan telendo, agregó que el plan inmobiliario “ya está sobre el escritorio del presidente Trump”. Valga decir entonces que aquella aberración que un día nos enseñaron en un vídeo hecho con IA, en el que la franja de Gaza aparecía convertida en un emporio lleno de casinos, rascacielos y hasta estatuas doradas de Trump, no era el sueño de una mente enferma, sino que se trataba de un proyecto real pergeñado por algún canalla o, quizá, un numeroso grupo de canallas. La pesadilla puede cobrar vida. El director de La Vanguardia, Jordi Juan, ha encontrado una fórmula sencilla para explicarnos de qué estamos hablando en estos momentos, que a veces no hay nada mejor, tan simple, que un pargo a la sal con aceite de oliva virgen extra. Dice Juan: “El debate de fondo, sin embargo, no es que Israel pierda ninguna guerra, es que se impida que pueda perpetrar un genocidio para construir un resort”. Y añade: “Esto ya no es demagogia. Es una cuestión de humanidad frente a la barbarie”.
Y ahí, mis queridos amigos, en la barbarie, es la acera en la que se encuentran, arracimados, los melifluos Merz, von der Leyen y otros chicos del montón como el inane Alberto Núñez Feijóo, incapaz de resistir los embates de Abascal, ¿se acuerdan de Jaws, aquel personaje de 007 de La espía que me amó y Moonraker con mandíbula de metal? Pues eso. Es que tampoco resiste ni el primer asalto de los feroces Aznar o la reina del vermú, tan ignorante como delirante sectaria, incapaces de entender, como decíamos más arriba, dónde está la humanidad y dónde el resort. Dice nuestra queridísima amiga que “la educación no es compatible con las consignas, la manipulación ni las coacciones de ningún tipo”. Fíjense ustedes qué cosas pasan, que el Ojo está de acuerdo: fuera curas y monjas de cualquier lugar de enseñanza, fuera la asignatura de religión, fuera el Opus, los jesuitas o los propagandistas de cualquier centro en el que cursen estudios los jóvenes. Quiere prohibir la frutera de Madrid que los chicos y chicas muestren su solidaridad en los centros de enseñanza a los que acuden, ¿dónde si no, en el Movistar Arena?, empeño tan ridículo que sólo nos muestra la desconexión de Ayuso con la realidad.
Por cierto, permitan al Ojo que les suelte una parrafada sobre esta circunstancia, que le tiene algo intrigado. Causa asombro que tipos tan populistas, tan bochornosamente populistas, podíamos decir, como Miguel Ángel Rodríguez y el resto de Rasputines que visten, calzan, peinan y maquillan a la lideresa, no hayan entendido que las buenas gentes, aquellos a los que tanto dicen querer y, además, representar, los de las terrazas, la libertad y los churros, están con los niños que se mueren de hambre y no con el ominoso ejército israelí. Datos: el último barómetro del Real Instituto Elcano señalaba que el 82% de los españoles califica la actuación de Israel en Gaza como genocidio. Habría muchos madrileños en la muestra, se supone. Y es que es de primaria, ni siquiera hay que haber cursado el bachiller para entender algo tan obvio. ¿Qué pasa entonces en ese Gobierno de la Puerta del Sol para equivocarse de esa manera? Aquí, en este pequeñito rincón, no somos muy conspiranoicos, la verdad. Pero no nos importa, somos repugnantemente liberales, que lo sean ustedes. O sea, elucubren sin límites, tienen la venia papal, sobre qué poderes ocultos, políticos o financieros, fluyen por aquellos sótanos que en tiempos oyeron los gritos de terror ante las torturas de los esbirros franquistas. Incluso ya puestos, para hacer capicúa este articulillo, pueden investigar las finanzas del señor Aznar López, y ya en carrera, las de su abundante familia.
Si tontos no son, ¿qué mosca les ha picado para adorar de esa forma tan necia al execrable dios Netanyahu?
Yo no pregunto, no vaya a ser que me lo expliquen.
Adenda. Donald Trump ha despedido, sí, él, dejémonos de rodeos, el presidente de los Estados Unidos de América, ese país al que llaman cuna de la democracia, al humorista Jimmy Kimmel, en la cadena ABC desde 2003, cien veces galardonado y presentador en cuatro ocasiones de los premios Óscar. Quizá el animador más famoso del país. Al monstruo naranja no le gustó un comentario de Kimmel sobre el asesinato de su amigo Charlie Kirk -¡qué funeral, gensanta, esas llamadas a su dios mientras apoyan al asesino de niños en Gaza!- y ni corto ni perezoso, su poder es omnímodo, hizo que uno de sus altos cargos llamara a la gigantesca cadena ABC, propiedad de la aún más gigantesca Disney para amenazarles con duros castigos económicos si no echaban al osado humorista. Y los directivos de la cadena, esos tipos ruines y despreciables, agacharon la cerviz y despidieron, esa misma mañana, a su hasta entonces estrella más preciada. Fuera, a la calle, lo ha mandado Trump.
¿Se imaginan ustedes por un momento que el presidente español hubiera actuado de igual forma con Ana Rosa Quintana, con Pablo Motos o con cualquiera de las innumerables voces que diariamente cargan en radio, televisión o prensa con palabras más que gruesas en su contra? Ya se imaginan la reacción: “Pedro Sánchez, ese ser indigno, psicópata, tirano, hijo de puta, amén de chulo de las mismas profesionales, ha traspasado una vez más todas las líneas rojas de respeto a la democracia ¡Qué desfachatez! ¿Cómo se puede vivir en esta dictadura?”. Así están las cosas, que tenemos que leer que el director de El Confidencial, Nacho Cardero, así se llama el certero periodista, titulara de esta manera su habitual ecuánime comentario: “Trump y Sánchez, la misma música contra la prensa”. ¿De verdad? La patochada es del mismo jaez que la comparación que hizo Díaz Ayuso entre Sarajevo y los incidentes de la Vuelta Ciclista. ¡Cuánta, cuánta basura de esos medios que se llaman, ellos a sí mismos, ajenos a toda evidencia, profesionales y rigurosos!
Lo cierto es que nada de lo que está ocurriendo en Estados Unidos nos extraña ya, con una guerra abierta de Trump y sus secuaces contra cualquier germen de inteligencia. Él mismo se ha querellado contra The New York Times y ha pedido una indemnización sideral, 15.000 millones de dólares, que podría acabar con el periódico más importante del mundo. Ítem más: el mismo enloquecido dictador ha ordenado a la fiscal general, en teoría un cargo independiente del poder ejecutivo, que persiga “ya” a todos los enemigos críticos con su persona. Como si Estados Unidos fuera la Rusia de Putin o la Corea de Kim Jong-un. Un camino al infierno totalitario.
Ocurre algo peor: o reaccionan rápido, o los norteamericanos se van a convertir más pronto que tarde, efectivamente, en los rusos de Putin o los norcoreanos de Kim Jong-un. Siervos y borregos.
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