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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en elDiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos, sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Pensar el poder de todos los sintientes

Ilustración
25 de julio de 2025 06:00 h

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Muchas actividades humanas tienen un carácter aspiracional. Están orientadas hacia lo que aún no se ha realizado. Deseamos llevar a cabo nuestros planes porque son algo diferente de la realidad. Tenemos la voluntad de conseguir algo porque aún no lo hemos conseguido. Queremos perfeccionar algo porque no es perfecto. Lo que pone en marcha este proceso es la insatisfacción con la situación actual y la inexistencia de una mejor. Esta carencia puede motivar, indicar la dirección a seguir, constituir un punto de referencia. A veces es determinante, y pueden suceder muchas cosas en su nombre. Cuando es acuciante y se experimenta colectivamente, puede activar mecanismos sociopolíticos a gran escala, convirtiéndose en un factor constitutivo del sistema y, sin duda, en un factor cultural. Al señalarla, podemos llamar la atención sobre los valores más importantes.

Se ha escrito mucho sobre el papel cultural y político de las utopías. Las reflexiones al respecto alcanzan una amplitud muy grande, pero a veces incurren en el narcisismo: se deleitan tanto en sí mismas que, cuando se confunden con la realidad, provocan dolor y decepción. Los intentos de suavizarlas mediante empeños tenaces por convertir la teoría en práctica solo empeoran la situación. Algunos prefieren pensar en protopías. Este concepto se asocia a la figura del escritor y futurólogo Kevin Kelly. El cambio protópico se lleva a cabo en un ciclo de mejoras progresivas y relativamente pequeñas. Lo nuevo está en estrecho contacto con lo que viene a sustituir. La protopía, con su pragmatismo cortoplacista del progreso, evita el ímpetu y el desborde de lo visionario, pero también ella es capaz de llevarnos muy lejos. Por desgracia, no se sabe muy bien a dónde, ya que, inspirada en cierta medida en los mecanismos de la evolución, evita la teleología. Sea como fuere, e independientemente de lo alejado que se encuentre de la realidad o de lo factible que resulte, lo no existente es algo atractivo y seductor que actúa como el motor de arranque de todos los procesos de cambio. Es su catalizador.

En el proceso de cambio social, es inevitable la tensión entre la realidad insatisfactoria existente y la realidad alternativa inexistente. Sin embargo, antes de que se haga realidad, lo inexistente cobra forma de plan, de proyecto, de propuesta, de sueño, de teoría. Pero aun en esta dimensión sigue siendo un importante portador de valores, en especial si lo que debería ser está lejos del es enjuiciado. Esto se ve con claridad en el que tal vez sea el proyecto social más ambicioso de todos: el llamado abolicionismo proanimal. Este nombre tan poco atractivo se refiere a un movimiento en favor de animales sintientes distintos de los humanos. Lo utilizan algunos académicos, y se puede encontrar, por ejemplo, en publicaciones provenientes de los Estudios Críticos Animales, la ética, la filosofía política y el estudio de los movimientos sociales. También lo utilizan los (relativamente escasos aún) grupos más atrevidos, más radicales, dentro de la defensa de los animales. A veces se cuela en los medios de comunicación. Por desgracia, el periodismo proanimal es muy pobre, por lo que la mención del abolicionismo en la prensa es prácticamente nula.

Un mundo completamente diferente

Son muchos los contextos en que puede hacerse referencia a él. En su sentido histórico, su asociación más común es la relativa al movimiento por la abolición de la esclavitud humana de los siglos XVIII y XIX. En la actualidad, el enfoque abolicionista suele expresarse en cuestiones como la pena de muerte, el sistema penitenciario, las fuerzas policiales, las fronteras estatales o la desinstitucionalización de la asistencia sanitaria a las personas con discapacidad intelectual, entre otras. En el contexto de los animales, implica creer en la necesidad de un abandono completo y sistemático de la explotación perjudicial de los animales para la satisfacción de las necesidades humanas que podrían satisfacerse de otra forma. Dada la normalización máxima de que goza hoy en día el trato instrumental de los animales, es imposible pensar en una rápida materialización del proyecto abolicionista. Se trata, por tanto, de un objetivo a largo plazo, cuyas reivindicaciones pueden parecer hoy exóticas y ser percibidas como un intento de poner el mundo patas arriba. Y es que es cierto que un mundo abolicionista sería un mundo completamente diferente.

Esto está asociado al concepto de los derechos individuales, y es fácil de entender mediante el ejemplo ilustrativo de los derechos humanos. Reconocer la necesidad de respetar y proteger de manera sistemática los derechos fundamentales y civiles de todos los seres humanos implica aceptar su reflejo no sólo en los sistemas jurídicos, sino también, en un sentido más amplio, en la ideología del Estado, la axiología de las instituciones y los criterios de buenas prácticas empresariales. Esperamos que la cultura, en sus múltiples manifestaciones, esté impregnada de valores relacionados con la idea de los derechos humanos, y que los planes de estudios se orienten hacia su comprensión y su asimilación. Así, que las personas que conforman la sociedad la interioricen de forma consciente, convirtiéndola en una parte importante de su visión del mundo. Nos gustaría que todo ello se reflejara en las múltiples prácticas sociales, incluso en las cotidianas y menos espectaculares, aceptando con aprobación que se asiente en el núcleo de nuestras costumbres. La idea de los derechos como forma de proteger al individuo debe, en última instancia, expresarse y concretarse en el plano de lo personal y lo social. De ello dependen las normas sociales y nuestro modo de vivir en sociedad. Un mundo sin la idea de los derechos humanos sería un mundo completamente diferente, ¿verdad?

La implementación del abolicionismo, que implica el reconocimiento de los derechos fundamentales de todos los sintientes, es decir, de todos los seres con capacidad de sentir, cambiaría el mundo de una manera que hoy en día es difícil siquiera de imaginar. Orientar la vida social hacia la protección de su vida y su integridad física implicaría la puesta en marcha de una nueva política alimentaria, que incluiría la desaparición de industrias tan influyentes hoy en día como la cárnica y la láctea. Tampoco se permitiría la explotación injusta en nombre de la ciencia, la educación y el arte, ni la dedicada a fines como el entretenimiento, el deporte, la moda o el trabajo. La garantía estatal de un estatus para los individuos capaces de sentir que, independientemente de su especie, los protegiera de ser tratados como meros medios para fines ajenos, cambiaría el modelo de producción de alimentos y, en un sentido más amplio, la estructura profesional de las sociedades. El respeto por la otredad no humana cambiaría los estándares de los medios de comunicación y los códigos éticos de la publicidad, pero también el uso del lenguaje. Al fin y al cabo, también la forma en que comunicamos y expresamos nuestros pensamientos es un canalizador de valores. Tendríamos que renunciar a muchas tradiciones e identidades. El panorama religioso se vería necesariamente transformado, las tradiciones existentes pasarían a estar sometidas a una reinterpretación radical y surgiría tal vez un espacio para nuevas formas de expresión espiritual. El cambio no solo afectaría a los dogmas y las estructuras de lo sagrado, sino también a las prácticas religiosas, tanto individuales como colectivas e institucionales.

El ámbito político sufriría transformaciones colosales. No hablamos de meros programas políticos que reflejaran las expectativas de votantes con una visión del mundo hoy compartida sólo por unos pocos. La nueva política tendría que tener una dimensión interespecie, es decir, tendría que tener en cuenta no solo los intereses, las necesidades, las reivindicaciones y los derechos de los seres humanos. Serían precisos pues unos mecanismos políticos de representación y participación completamente diferentes, incluyendo nuevos cargos públicos y nuevas instituciones. Una redefinición del bien común que abarcase de manera justa también las perspectivas no humanas requeriría de facto de un nuevo sistema.

Sentiocracia

En 2019, durante la séptima edición de la conferencia ‘¿Cultura de la exclusión?’, celebrada en la Universidad Jagellónica, propuse el neologismo “sentiocracia”, con base en la raíz latina sentire (“sentir”). La sentiocracia es un intento de ir más allá de la democracia, que ha demostrado con reiteración que, en lo que respecta a los animales, no es más que otra herramienta de opresión y de exclusión. Se trata de un nuevo sistema político en el que los humanos compartirían el poder con el resto de animales capaces de sentir, denominados en este contexto “sintientes no humanos”. La revisión del lenguaje y un nuevo aparato conceptual relacionado con la ética, la política y la vida social permitirían dar rienda suelta a la imaginación. Gracias a ello, ganaríamos nuevas energías para teorizar al mismo tiempo que mejoraríamos la calidad de nuestras reflexiones. Pero, sobre todo, se trata de desarrollar colectivamente un lenguaje y, por tanto, unas estructuras mentales que puedan ser más funcionales para la protección de todos los seres sintientes.

Dicha protección no se limita al marco de los llamados derechos negativos, como el derecho a no ser esclavizado o sometido a violencia física. Sería necesario tener en cuenta el ámbito de los derechos positivos mediante medidas sistémicas en favor de los individuos sintientes que contribuyeran a su desarrollo y mejorasen la calidad de sus vidas. Y hay otra cosa que brinda a todo ello una dimensión compleja pero intelectualmente muy atractiva: en la sentiocracia, los sintientes humanos y no humanos formarían una comunidad sociopolítica compartida. Como toda comunidad, tendría que enfrentarse a antagonismos y conflictos, así como a imperfecciones y limitaciones, que deberían gestionarse de la forma menos gravosa posible. ¿Acaso no resulta inspirador? ¿Acaso no se aprecia el potencial para la revitalización de unos discursos estancados hoy en las rutinas profundas de unas relaciones exclusiva o principalmente interhumanas? ¡Cuánto por inventar!

La sentiocracia no existe. Es más: nunca ha existido en ningún lugar. Por eso es tan urgente pensar en ella y debatirla. Hay que aprenderlo y no tener miedo, aunque a veces resulte incómodo. Debemos imaginar la sentiocracia, y no de forma improvisada y privada, sino metódica y pública, para que pueda influir en el mundo actual. Si queremos que lo inexistente sea un motor del cambio social, debe articularse y hacerse visible en el espacio comunitario. Podría ser un espejo en el que se reflejen las normas actuales.

Relacionamos demasiado la imaginación con las predisposiciones intelectuales de los individuos, asociándola con ciertas capacidades excepcionales y ciertos destellos de genialidad. Delegamos esta labor a especialistas y personas de gran inspiración. Sin embargo, la imaginación también necesita de un trabajo de base que permita la creación sistemática de las condiciones óptimas para su florecimiento. Sin duda, se puede hablar de un déficit contemporáneo de imaginación moral y política, pero también hay escasez de procedimientos y estructuras que favorezcan el desarrollo de la misma. Quizá deberíamos empezar a hablar también del derecho a imaginar. Su gestación debe ser sembrada por las personas que nos rodean, pero también por el Estado. Esto es muy importante, pues, aunque todos ellos son, en mayor o menor medida, partícipes del daño a los demás animales, también son víctimas de la habituación moral. Nacen, maduran y se organizan en una realidad social en la que la soberanía humana se presenta como incondicional y monolítica. Somos víctimas de una violencia simbólica que nos convierte en chovinistas de especie, y la imaginación parece ser una de las herramientas no violentas más importantes con las que podemos intentar recuperar nuestra capacidad de autodeterminación.

Estamos atrapados en una norma social pegajosa, en un estado de inercia. ¿Qué imagen tan lamentable ofrecemos como comunidad en esta situación? Basta con echar un vistazo a los debates en torno a los animales no humanos. Pondré algunos ejemplos que puedan ser conocidos incluso por personas no interesadas en esta temática. Hacen referencia a ciertas tentativas por cambiar la legislación. Esto es significativo, pues este nivel de cambio social suele requerir siempre de un apoyo social considerable. Hace años que se viene intentando prohibir en Polonia la cría de animales para la obtención de pieles. No ha habido aún sin embargo forma de conseguirlo, con independencia de las diferentes configuraciones políticas sucedidas. No se ha conseguido a pesar de la relativa insignificancia de la industria peletera, de su estado decadente y de lo innecesario de las pieles naturales para la vida de los seres humanos. En Polonia se siguen empleando también algunos animales en los circos, algo que, como la industria de las pieles, se ha prohibido ya en otros países. No existe voluntad política para resolver positivamente ni siquiera una cuestión tan sencilla como ésta, carente de un lobby de confrontación significativo y sin prácticamente ninguna repercusión en la vida de la mayoría de las personas.

Desde hace años, las organizaciones proanimales más conservadoras vienen luchando por que se retiren del mercado los huevos marcados con un ‘3’, procedentes de gallinas enjauladas. No es preciso entrar aquí a explicar lo moralmente incorrecto de esta forma de cría tan intensiva. Por desgracia, una reivindicación tan limitada implica la aceptación del uso de huevos marcados con un ‘2’. Estos también proceden de la cría industrial intensiva, solo que sin jaulas. Es cierto que sustituir los ‘treses’ por ‘doses’ puede suponer una cierta mejora en las condiciones de vida de las gallinas, pero sigue implicando la elección de un mal menor. También se viene luchando contra la venta al por menor de peces vivos, evitando un debate sincero sobre la realidad de la pesca, cuyo potencial como fuente de sufrimiento no tiene parangón. Y se está tratando de prohibir que se mantenga a los perros encadenados, proponiendo como alternativa los cheniles, que también reducen drásticamente la calidad de vida de los animales.

Me gustaría añadir que también discutimos sobre el consumo de productos animales, pero, por desgracia, esto ocurre en contadas ocasiones. La lectura de las estadísticas duele. Un informe de 2018 titulado ‘An exploration into diets around the world’, elaborado a partir de estudios realizados en veintiocho países por el grupo de investigación internacional Ipsos, indicaba que las personas veganas representan tan solo el 3% de la población. Por su parte, Euromonitor International, una empresa internacional dedicada a los estudios de mercado, informó de que, en 2021, solo el 3,4% de los europeos seguía una dieta vegana. No discutimos sobre el veganismo. Despreciamos su valor, lo ridiculizamos y lo marginamos como comunidades, haciéndolo incluso círculos influyentes que declaran su preocupación por los animales.

Alguien podría decir que, en un contexto así, el contraste con el abolicionismo y la sentiocracia puede resultar paralizante y que la escasa probabilidad de materializarlo resulta más intimidatoria que movilizadora. Es discutible, pero aun en el caso de que fuese cierto, debemos tratar de superarlo. Además de un ciclo de laboriosas mejoras sociales en el ámbito interespecie, no parece haber otro camino que familiarizarse de forma sistemática y paciente con los nuevos conceptos y valores. No solo imaginándolos, sino haciéndolos imaginables también para los demás.

* Este texto se publicó originalmente en la revista polaca Magazyn Kontakt y ha sido traducido por Joanna Wisniewska.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en elDiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos, sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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