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La paternidad es un estado del que jamás regresas

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“Un hijo es un sentimiento donde guarecerse”, escribí en el libro de aforismos ‘Causas, azares y luchas’ (2020).

Lo escribí en un intento por encontrar palabras que abarcaran la complejidad de mi sentimiento como padre. Plasmarlas, negro sobre blanco, y que quedarán ahí. Eternas. No lo conseguí; siempre hay algo que me falta.

Antes de ese intento hubo otros. Dieciocho años llevo así.

En el instante en que mi hijo desembarcó en la vida, lo cogí en brazos. Nos miramos, y tras descubrir que ninguno de los dos sabía qué hacer con el otro, acabamos abrazándonos. Esa fue nuestra primera experiencia emocional; la siguiente vendría al darle su primer baño. Nada más secarlo, noté en su rostro una leve sonrisa de pícaro. Acerqué mi rostro al suyo para besarlo en un acto de enternecido padre primerizo, y en esas décimas de segundo en que mi ego paterno se multiplicaba, me orinó en la cara. Su sonrisa se acentuó. La picardía se le quedó dibujada eternamente.

También intenté en un artículo del desaparecido periódico ‘La opinión de Tenerife’ hablar de dicho sentimiento. Lo titulé, ‘Esos locos bajitos’ (2013), y comenzaba así: “Se precipitan ruidosos a nuestras vidas y provocan el desorden y el inestable desconcierto en nuestras alineadas y conformadas maneras cotidianas, alteran incorregibles el equilibrio y la coordinación que, con tanto ahínco hemos construido y elaborado a nuestros días y a nuestros efímeros instantes, con un exclusivo e inconsciente propósito: ayudarnos a comprender”.’Tampoco ahí quedó registrada toda la complejidad del sentimiento que deseaba expresar. Y mientras, él seguía creciendo y desordenando todas mis percepciones de la vida.

Proseguí con los intentos. En mi libro de poesía ‘Todos los soles que no alumbran’ (2017), hay un poema que le dediqué y que da título al libro en recuerdo de una tarde que me preguntó que si podía llorar tras salir de un partido de fútbol. Sentía rabia y frustración por la derrota. Por supuesto, recuerdo que le dije. Me abrazó y las lágrimas brotaron de sus ojos como un impetuoso manantial. Y escribí: “Esta tarde, causa y proposición / olvidaremos todas las derrotas / apartaremos el dolor / por todo aquello no conseguido / montaremos en las bicicletas / y alcanzaremos la importancia de los instantes. / Nos reiremos, carcajada interminable / de todos los soles que no alumbran nuestros días”.

Hubo más artículos y más poemas en que lo intenté; también, por ahí, en hojas sueltas entre los libros o en textos en archivos del ordenador hay reflexiones; e incluso, en alguna de mis novelas algún personaje intenta abarcar, conceptuar y atrapar ese sentimiento. Sin embargo, en ningún momento lo he logrado.

Sigo en el intento, y él sigue ahí, dieciocho años ya desde aquel primer abrazo. Continuamos sin saber qué hacer con el otro. Mientras, hemos llorado, reído, nos hemos enfadado, hemos viajado, hemos gritado, nos hemos equivocado… y de vez en cuando nos hemos abrazado. Lo que sí parece claro es que, ‘La paternidad es un estado del que jamás regresas’ (Causas, azares y luchas’, 2020).

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