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Sociedades cooperativas, todos en el mismo barco

Lara Campo y María Teresa López son dos de las maestras cooperativistas del Colegio Mayer, ubicado en Torrelavega.

Rubén Vivar

Cada viernes, al finalizar la jornada, Pedro, Edu y Julio mantienen una pequeña reunión. Analizan el trabajo pendiente, los próximos proyectos, los materiales, la maquinaria, posibles proveedores... En definitiva, departen sobre la marcha de la empresa, su empresa. Hace poco más de un año dieron un giro radical a su situación laboral. Los tres se encontraban buscando empleo desde hacía casi dos años, y viendo que no llegaba ninguna 'oportunidad' decidieron tomar las riendas de su futuro asociándose en una cooperativa.

Julio lo tenía “muy claro” desde el principio. Contaba con experiencia como empresario, y un curso del Servicio Cántabro de Empleo sobre emprendimiento terminó por 'empujarle'. Conocía a Pedro porque trabajaba en su misma empresa, que llevaba varios meses sin pagarles y que, finalmente, entró en concurso de acreedores; y a Eduardo “de coincidir en obras”. Les “comió la oreja” y juntos comenzaron la aventura de 'ponerse por su cuenta', según relatan.

Tras cerca de ochos meses de “trámites y papeleo”, el 2 de junio de 2014 echó a andar Carpesan Sociedad Cooperativa de la Madera. Cuentan que el comienzo fue duro. Durante los seis primeros meses dieron pérdidas, aunque aseguran que nunca pensaron en tirar la toalla. Actualmente, están “en torno a un 80% de la capacidad de nuestro trabajo” y cuentan con dos autónomos para los casos en los que necesitan un apoyo.

“Va muy bien, mejor de lo que esperábamos para llevar menos de un año”. Para ello, han tenido que “patear la calle” con el fin de darse a conocer. “Ahora ya no tenemos que estar tan pendientes de buscar trabajo. Ya nos llaman”, explica felizmente Julio, que destaca que “nunca hemos estado parados porque si no había trabajo en la nave, a la calle a tocar puertas y hacer contactos”.

Para poner en marcha la cooperativa tuvieron que desembolsar 50.000 euros entre los tres. La Consejería de Economía del Gobierno de Cantabria les ha concedido una ayuda, pero ponen pegas: “No puedes contar con eso. La tenemos concedida pero no sabes cuándo te la van a ingresar”, señala. Ellos tienen un sueldo fijo. Y es que “la que ganas más gana es la empresa”, y si al cierre del ejercicio contable hay superávit, lo destinarán a mejorar las instalaciones “para poder competir con empresas más grandes”. 

Dentro de la cooperativa, cada uno tiene repartido su rol aunque todos echan una mano “en lo que haga falta”. Trabajar en cooperativa implica tomas las decisiones en asamblea, algo que aseguran no las ha supuesto ningún problema en estos diez meses de andadura. “Todo se habla. Y si hay que votar, somos el número perfecto”, bromea Julio, que atiende a eldiario.es Cantabria en la oficina de la nave en la que trabajan mientras que Eduardo atiende a una clienta que acaba de entrar.

Como empresarios, tienen un horario más flexible. Si hace falta meter más horas se meten, aunque resaltan que se hace con otro gusto. “El sacrificio es para uno mismo”, manifiesta Eduardo, que en su experiencia como trabajador por cuenta ajena ha visto como “al final no te reconocen el esfuerzo. Y si te tienen que echar, lo hacen sin miramientos”. “Aquí, si te equivocas, te equivocas tú. Y si ciertas, aciertas tú”, añade Julio.

  

Antes de formar la cooperativa, a Eduardo ya le habían ofrecido ser su propio jefe quedándose con una tienda de muebles en Santander. “Pero no lo vi muy claro”, dice. ¿Qué cambió para que después fuese uno de los fundadores de Carpesan? “Al final hay que tirar para delante y probar. Mira cómo está la situación...”. En casi dos años en el paro, ni una llamada del EMCAN para una oferta de trabajo. “Cursos sí, y cuando les había”.

Según relatan, lo más complicado ha sido la burocracia. “Hemos tenido que hacer 300.000 papeles. Tendrían que facilitar los trámites”, reclama Julio al ser cuestionado por ello. No obstante, destaca el asesoramiento de la Cámara de Comercio, que “nos ha ayudado a ver cosas que no habíamos previsto”. También subrayan que es “importante” contar “con la confianza” de una gestoría, que lleve las cuentas y que les mantenga informados de posibles líneas de ayuda. “Nosotros a lo nuestro, que es la carpintería”, enfatiza.

Un colegio 'extraño'

Lara y María Teresa también hicieron de la necesidad virtud. El último propietario del colegio en el que trabajan se jubilaba y ellas, junto al resto de las diez maestras del centro, formaron una cooperativa que les permitió hacer una especie de subrogación del concierto educativo. En este sentido, agradecen a la Consejería de Educación el apoyo que les ha proporcionado. “Todo han sido facilidades”, afirma, al mismo tiempo que igualmente reconocen la ayuda de los antiguos dueños.

Éste es el segundo curso escolar en el que están al frente del Colegio Mayer, en Torrelavega, y la experiencia, de momento, no puede ser más positiva. Están “orgullosas” de ser una cooperativa. De hecho, la cooperación es uno de los valores que tratan de inculcar a sus 135 alumnos, tal y como explican.

A su juicio, lo más importante a la hora de constituir una cooperativa es “el grupo humano”. “Compartíamos una misma filosofía y todas remábamos y remamos en la misma dirección”, afirma María Teresa, rememorando el inicio del proyecto. Por su parte, Lara recuerda que su salarios como maestras eran “el sustento de la casa”, ya que, en muchos casos, sus maridos estaban en el paro a consecuencia de la crisis. “Había que conseguir mantener el trabajo porque lo contrario era una docena de familias en la calle”, apostilla.

Ellas, como directora y jefa de estudios respectivamente, gestionan el día a día aunque, según subrayan, todas las cuestiones importantes se deciden en asamblea, en la que “cada uno expresa libremente su opinión”.    

Como todos los centros concertados, su sueldo lo abona la Consejería, que también les aporta una subvención en función del número de aulas y alumnos. Tienen que retraer una parte de su salario para crear un “colchoncito” por si hay imprevistos, así como para sufragar los costes de mantenimiento (el agua, el teléfono...) y si hay que hacer alguna chapuza o mover mobiliario, recurren a sus esposos, que siempre están dispuestos a arrimar el hombro.

Y si por algún casual hay remanente, al igual que Carpesan, será reinvertido en la empresa, en su caso en mejorar los recursos educativos. Ya han instalado algunas pizarras digitales y pretenden extenderlas al resto de aulas.

Como propuesta para ayudar a posibles nuevos cooperativistas también coinciden en la necesidad de simplificar los trámites y sugieren la elaboración de una guía. “Cuando empezamos a mirar las posibilidades de seguir con el centro, no sabíamos dónde ir, a qué institución dirigirnos, los tipos de sociedades. Hay que dar muchas vueltas y al principio no tienes ni idea”, recuerda María Teresa, que acudió a Empleo, Educación, a la Cámara de Comercio, a la Dirección de la Mujer, al Ayuntamiento, a la Agencia de Desarrollo Local...

La “inocencia” del novato

Como anécdota, Lara recuerda que se encargó de elaborar los estatutos. Tomó como base los de otras cooperativas educativas, que también les han ayudado. Les puso “muy bonitos, con sus títulos, bien espaciado...” pero cuando llegó al notario casi se cae de la silla al conocer la factura. Cobran por hoja. “Es la inocencia del que no sabe”, declara la jefa de estudios mientras recuerda lo complicado que resultó elaborar los documentos, entre ellos, el plan de viabilidad.

Y es que su cooperativa es “un ente extraño” porque “nosotros no tenemos productos ni clientes, y los formularios están pensados como para una peluquería. Tampoco dominamos los inmovilizados, el capital...”.                        

Después del primer “año de rodaje”, en el que surgen “un montón de dudas”, e inmersas en el segundo curso, manifiestan estar “muy contentas”. Por jubilación de algún compañero han incorporado dos nuevos cooperativistas a prueba y hasta han creado nuevos puestos de trabajo, lo cual les hace “muchísima ilusión”.

Unión y esfuerzo

Francisco Javier es la voz de la experiencia en las cooperativas en Cantabria. Cuando fundó Coopemetal Cantabria, en la comunidad autónoma prácticamente no había ninguna empresa que se rigiera por estos principios. De hecho, recuerda que tuvo que acudir al País Vasco para asesorarse. “Fue un gran reto pero también una gran ilusión”.

El taller en el que trabajaba quebró con la crisis del '93, y lideró la creación de una cooperativa con los cerca de una veintena de compañeros que quisieron sumarse al proyecto. 

Él fue el “cabeza de turco” de la cooperativa -bromea- porque era el gerente del antiguo taller y porque era el que más experiencia tenía. Desechó crear una sociedad anónima o limitada, porque quería el “compromiso real” del resto de trabajadores. “En la cooperativa todo los trabajadores tienen que estar para lo bueno y para malo”. Así, subraya que las decisiones son “totalmente democráticas”. “Cada cooperativista es un voto”, incide. 

“Lo más importante es la unión”, explica sobre la clave para que una cooperativa salga adelante. “Hay que dejar de lado las diferencias porque eso conlleva rupturas. Si hay unión y un buen hacer de la dirección, el proyecto llegará a buen puerto”. 

Vienen de una difícil reconversión industrial y más recientemente han tenido que adaptarse a las nuevas exigencias de un mercado globalizado, pero “nunca” han rescindido un contrato, lo que les llena de orgullo. “Nunca dejaría a mis compañeros”, resalta mientras recuerda lo duro que fueron los principios en los que tuvieron que sustituir la falta de maquinaria por “horas y horas” de trabajo.  

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