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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Una carta al alcalde

Íñigo de la Serna, alcalde de Santander. |

Jesús Ortiz

—Vengo a presentar una factura.

—Pues tiene usted que escribirle una carta al alcalde explicándoselo.

—Mujer, ¿para qué voy a escribirle una carta al alcalde, si lo único que quiero es presentar una factura?

—Ah, es que el procedimiento es así.

Casi cuatro decenios viviendo en ciudades populosas y productivas; cinco lustros trabajando en el turno de noche de un diario, un lugar bastante estresante; cursos de capacitación diversa; dirección de varias pequeñas empresas; participación en negociaciones colectivas; formación como consultor de organizaciones… sé muy bien que si quiero salir indemne de esta no debo perder la calma, que si quiero que la chica me escuche tengo que hablarle tranquila y amistosamente. Son mis primeros meses en Santander y tengo frescos todos esos aprendizajes. Así que intento hacerle ver a la funcionaria de la ventanilla del registro del Ayuntamiento que no tiene sentido que le escriba una carta al alcalde para presentar una factura… pero no hay nada que hacer.

Todo lo aprendido, tan útil para desenvolverse en Barcelona, es perfectamente incapaz de penetrar la capa de seguridad y aplomo de la funcionaria. A mi amabilidad contesta con buen tono, pero con firmeza: tengo que ir a tal tienda (me da la dirección exacta) a hacer una fotocopia de la factura, escribirle la carta al alcalde y entregarle a ella las tres cosas. La verdad es que quedo admirado. ¡Ahí es nada, unos funcionarios de categoría modesta que han sido perfectamente entrenados para resistir las maniobras de persuasión de cualquier desaprensivo que pretenda que se desvíen un ápice de su deber! No acierto a comprender que su deber incluya exigirme una carta al alcalde para registrar una humilde factura, pero un Ayuntamiento con esta preparación seguramente sabe cosas que yo no podría imaginar.

Han pasado cinco años y he aprendido cosas nuevas. No las suficientes para entender bien cómo funcionan las cosas por aquí, sigo bastante asombrado de la capacidad local para la gestión y el emprendimiento. Por ejemplo, parece que los dos negocios más prometedores en Cantabria son el almacenamiento de ancianos y el cuidado de las basuras, quién lo hubiera dicho. También es bastante admirable que se discuta la localización de dos o tres museos distintos, no solo acerca de los edificios que los albergarían, se discute al tiempo de las poblaciones en que situarlos: en Madrid o Barcelona no están tan avanzados, nunca les he visto discutir por más de uno cada vez.

Pero aquel día de la factura todavía no estaba acostumbrado al ingenio local. Así que, obediente, voy a la tienda indicada, hago la fotocopia y me pongo a escribir una misiva cortés: «Querido alcalde: espero que te encuentres bien al recibo de la presente, a la que acompaña una factura al Ayuntamiento…». Vuelvo a la ventanilla; como antes, ahora tampoco tengo que hacer cola en el registro: los aborígenes, pienso, seguro que saben una manera más sencilla de presentar un documento y no viene nadie por aquí.

Le doy a la funcionaria los papeles, coge la factura y su copia en una mano y la carta en la otra. Pasa la vista de un documento a otro, quién sabe si comprobando la redacción de la carta al alcalde. Dice:

—Ah, pero esto es una factura.

—Sí, exacto, una factura.

—Pues entonces esto otro no hace falta— y al tiempo que lo dice rasga en dos la carta al alcalde, tira ambos trozos a una papelera, sella la factura y su copia y me devuelve esta con un aire muy profesional y un aplomo incontestable.

Al contrario que yo, que salgo a la calle con cierto temblor de piernas.

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