Carta a la ciudadana/o experto

Estimado experto del día a día; deleznable sancionador de los hechos consumados; execrable aficionado a blandir banderas sin mensaje en lugar de mostrar tus incertidumbres; lamentable 'cuñao' profesional, experto sin título, comentarista de barra de bar (ya con un 50% de aforo); patético divulgador acientífico en WhatsApp; aplaudidor-cacerolero de nuestros atardeceres en los que aprovechas el balcón para sentar cátedra; amante infiel de la vehemencia hasta que, al salir del anonimato o de la tribu, te conviertes en algo flácido, irreconocible, apenas un silencioso refunfuño…

En fin, estimado o estimada experta de andar por casa… que os zurzan. Os lo digo desde el principio por si no llegáis al final del texto, que yo sé que sois poco dados a leer lo que no ratifica vuestros prejuicios.

España, este estado gaseoso construido sobre el amateurismo, no soporta más expertos. Especialmente, el ciudadano/a experta, que se esconde en el torrente de los opinólogos para sentirse definitivamente importante por unos segundos. Para el ciudadano experto no hay límites: sienta cátedra en la espaciada fila de la panadería, aprovecha la hora de la caminata para fijar criterios con sus vecinos, selecciona con un criterio especialmente cazurro los vídeos y memes que esparce como esporas que alborotan la alergia de cualquier persona pensante… Y lo peor, se cuentan por millones. Cada uno en su entorno familiar, laboral o vecinal y todos jodiéndonos la vida.

Si hasta ahora, Cantabria, como buena 'provincia' (¡hemos rescatado las provincias!) estaba llena de expertos en el Racing y sus estrategias, Santander estaba preñado de expertos en el carril bus y Laredo tenía cientos de expertos en fijar las mejores fechas para la Batalla de Flores; ahora los ciudadanos expertos han puesto toda su energía por fases (como el Gobierno). En la fase cero, cuando aún no teníamos estado de alarma, el ciudadano experto sentaba las bases de la nueva gripe, definía los contornos de Wuhan y nos explicaba la incidencia de la temperatura en el bichito. En la fase 1, ya confinado, se enganchó a las redes para difundir la teoría del complot, explicaba a los vecinos que sacaban a su hija autista a pasear los efectos negativos de tan negativa actitud y sentaban cátedra sobre cómo y cuándo hacer videoconferencias. La fase 2 fue inquietante… conforme pasaban los días, el ciudadano experto descubrió que la bandera rojigualda tiene poderes desinfectantes (sin lejía, eso sí), tenía toda la información sobre el complot podemita-masónico contra las buenas gentes de España y se había convertido en un especialista en organizar salas de UCI y en armar respiradores con la tubería de la lavadora. La fase 3 ha sido insoportable… venido arriba y alentado por algunos medios, el ciudadano experto sabe perfectamente cómo recuperar la economía, cómo organizar la desescalada (en tropel, claro está), a qué país sería más conveniente deportar a Fernando Simón y cómo medir la distancia a la que comer rabas no supone un riesgo para la humanidad.

La pesadilla de cualquier persona decente –las que dudan–, se ha confirmado: el cuñadismo ilustrado se ha convertido en tendencia. Y no dejaría de ser una broma de mal gusto si no hubiera ciudadanos incautos que hagan caso a los ciudadanos expertos; pero los hay.

Estimado y deleznable ciudadano experto: guarda tu sapiencia para ti, cultiva tu vocación de anacoreta y aíslate a ti mismo en el armario de las escobas para así, como un poco de contagio, limpiar tus tentaciones divulgadoras.

Si vivimos en la era del cientifismo en la que los expertos y científicos son los nuevos sumos sacerdotes, el ciudadano experto es el nuevo falso pastor que vende la salvación eterna a cambio de un poco de atención. Estimada y estimado ciudadano experto… que te zurzan.