Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La Plaza de la Palabra
Acaba de terminar una edición de la Feria del Libro de Santander (FELISA) y, como el oleaje que se retira mansamente de la línea de marea, deja detrás de sí en la arena un rastro de recuerdos y momentos. Vaya por delante que esta nueva etapa de la Feria, con su relojería de cronómetro perfectamente engrasado y su elenco de invitados de gran nivel y atractivo, es ya de consolidación. Me cuesta pensar que haya una vuelta atrás. Puede haber un nuevo giro, pero la feria funciona y, como escribió Juan Ramón Jiménez, “no la toquéis, que así es la rosa”.
Disculpas por la pretenciosidad de la cita, pero es cierto: lo que funciona, mejor no tocarlo y la fórmula viene funcionando a la perfección: lo dicen los datos y lo dicen los comentarios de la gente que poblaba, día tras días, esa Plaza Porticada que, más allá de ese aire consuetudinario de tardofranquismo un punto rancio, durante una decena de días se convierte en la Plaza de la Palabra, en una auténtica fiesta de la palabra, que es lo que ha de ser toda Feria del Libro, lo que no siempre es así.
Por supuesto que hay desajustes y se echan cosas en falta (la ausencia del Gremio de Editores es una de ellas), pero ello no puede empañar el conjunto de una feria pujante, que atrae a autores de altura internacional, pero también de lo local y nacional, con actuaciones musicales y espacios para respirar en donde el visitante, que por más que esté de paso acaba quedándose, pueda huronear en los stands de los libreros.
La cadena del libro, salvo los grandes grupos editoriales que cuentan con sus propias cadenas, se caracteriza por su extraordinaria delicadeza, delicadeza que ya procede de la propia condición del libro en sí, un producto cultural sensible, que como producto ha de competir en un mundo hiperconsumista con otras ofertas, también llamadas culturales, pero que, bien hace referencia al mero espectáculo, bien alimentan un consumo pasivo y acrítico.
Es muy sano comprobar cómo Santander se sale del sota, caballo y rey cultural, con sus mandarines, santones y sus cadenas de favores, y revela una imagen de apertura, de ventanas abiertas que la configura como una referencia nacional, ya que si FELISA ha conseguido algo es convertirse en una de las mejores ferias del país, a otra escala, pero sin nada que envidiar a capitales con más población, recursos y visibilidad. Quién lo diría.
Devolver a la palabra su posición central en el pensamiento, la transmisión del conocimiento y en el disfrute no es baladí en estos tiempos en donde todo, partidos, medios de comunicación y grandes referentes sociales, parecen confabulados en apartar de la palabra a la gente.
Pero ¿qué es la palabra? Hoy, ayer y siempre es el gran agarradero de las sociedades modernas y democráticas. Sin palabra no hay democracia y, si me apuran, no hay futuro. Sepultar la palabra, y la palabra es siempre crítica, rabiosamente independiente, y maravillosamente plural, solo deja calles oscuras, ciudades apagadas, poblaciones adocenadas. Reivindicar la palabra es reivindicar el futuro, sea cual sea, y mientras haya futuro hay esperanza para la salud de una sociedad. Basta ver quién tiene miedo a la palabra y trabaja por ocultarla para saber cuál es la alternativa.
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