Alfonso Montes: el cántabro que fue hombre de confianza del presidente Negrín y murió en Mauthausen
Claudie ha cruzado la frontera francesa para regresar de un exilio que nunca vivió y del que, sin embargo, trae un bálsamo amargo de memoria y melancolía. Es la hija de Felisa, la niñuca de nueve años que en 1937 huyó con sus padres republicanos desde el muelle de Santander tras la caída de Bilbao. La sobrina de Alfonso, uno de los hombres de confianza del expresidente republicano Juan Negrín, que murió prisionero en el campo de concentración alemán de Mauthausen a los 28 años.
Este miércoles ha llegado a Ojébar, un pueblo del municipio cántabro de Rasines que no llega al centenar de vecinos. Una geografía sentimental que puede evocar con los ojos cerrados, que solo conoce en su imaginación a través de los recuerdos de su madre. Las escuelas, junto a la Iglesia de San Sebastián. La fuente de Casavieja camino a Torcollano. Ahora puede mirarlo todo como si reconociese en cada esquina aquella infancia rota, aquella pequeña patria a la que su familia tuvo que renunciar por la dictadura y la represión franquista.
Felisa no ha venido. La edad -ya ha cumplido los 97 años- desanima el desplazamiento desde Clermont-Ferrand donde reside desde que se casó con otro exiliado español. Palpita de emoción en la distancia porque el Gobierno de España, con motivo del Día del Homenaje a las Víctimas del Exilio, ha organizado un acto de reconocimiento a su familia: los Montes Maza.
Desde ahora, una placa de bronce sobre la fachada de la vieja escuela recuerda que Alfonso Montes Maza aprendió a leer y a escribir ahí con otros muchachos del pueblo, en un recreo que ensombreció la Guerra Civil. Fue protagonista de una vida rota y breve: nacido en esta pedanía en 1914, exiliado a Francia en 1939, detenido en el verano del 40, deportado a Mauthausen en el 41 y asesinado en el 42.
Cinco verbos que enhebran 28 años de trágica biografía. Fue uno de los 110 cántabros, según cálculos del historiador José Manuel Puente, que fueron deportados a campos de exterminio nazis como Buchenwald, Flossenbürg, Neuengamme, Dachau, Ravensbrück, Bergen-Belsen, Sachsenhausen y, sobre todo, Mauthausen.
Los Montes Maza, una familia de izquierdas
Los Montes Maza eran una familia de izquierdas. El padre, José Montes Mazmule (1882-1981) -que vivió para ver la restauración democrática- se convirtió en el alcalde pedáneo de Ojébar tras las elecciones de 1936 que ganó el Frente Popular. De su matrimonio con Joaquina Antonia Maza Sáenz (1887-1950), también del mismo pueblo, nacieron nueve hijos: cinco hombres que pasaron por la cárcel y cuatro mujeres.
Florencio y Benjamín se alistaron en el ejército republicano nada más estallar la sublevación militar. El primero alcanzó el grado de capitán, fue condenado a cadena perpetua y finalmente quedó en libertad condicional en 1941. Ese mismo año quedó en libertad Benjamín, que pasó por el campo de concentración de La Magdalena de Santander y varias prisiones del País Vasco. Fidel no tenía la edad reglamentaria para alistarse, pero cuando entraron las tropas de Franco se cree que fue detenido y trasladado a la prisión de Santander. Únicamente el mayor, Ángel Montes, se libró de represalias y se fue a vivir a Bilbao, donde regentó un quiosco de golosinas para niños. Joaquina, Pepita y Eugenia corrieron mejor suerte y no tuvieron problemas con las autoridades franquistas.
Alfonso, hombre de confianza de Negrín
En cambio, la guerra sorprendió a Alfonso haciendo la mili en Madrid y de inmediato se comprometió activamente con la defensa de la República. Cayó herido en una de las primeras batallas y, en agradecimiento a su valor, el presidente Juan Negrín lo nombró miembro de su equipo de defensa personal y se convirtió en su persona de confianza.
Lo acompañó cuando el Gobierno se trasladó de Valencia a Barcelona y en su salida por Cataluña hacia Francia, donde lo encerraron en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Para salir de ese infierno se alistó en una compañía de trabajadores, pero al entrar los alemanes fue detenido y deportado al campo de la muerte de Mauthausen, después de pasar por el de Altengrabow, con el número de preso 3.409. No resistió. El trabajo esclavo y los malos tratos de los nazis lo mataron en el verano del 42. Ni siquiera había llegado a vivir tres décadas.
Felisa, la hija pequeña en el exilio
Felisa nació en la primavera de 1928 y fue la menor de los nueve hermanos. Todavía recuerda, desde su casa en Francia, la fiesta para celebrar la liberación de los presos -tras ganar el Frente Popular las elecciones- y el regreso de sus hermanos. “Aquel desfile por Ojébar, un cortejo formado desde Ampuero, hasta Rasines, y Ojébar, todos los amigos presentes, los niños delante en los hombros de los hombres”, evoca. Desfilaron por todo el pueblo, desde el Solar hasta el Barrio pasando por Cojorcal y “pararon delante de cada casa de los fascistas para cantar la Internacional con el puño levantado”.
Una alegría efímera. Después llegaron las sombras de la Guerra Civil y los enfrentamientos en los montes cercanos de Guriezo y Rasines se oían los disparos desde las casas del pueblo. Era el verano del 37. Había caído Bilbao. El Frente Norte se agrietaba. Florencio apremió a sus padres. Tenían que huir de Ojébar por el peligro de la inminente llegada de los nacionales. Echaron a andar casi con lo puesto. Después de un rato descubrieron que Felisa les estaba siguiendo. Pero ya no podían volver atrás, no daba tiempo, y continuaron la huida con ella. Tenía nueve años.
La siguiente escena en su memoria es una multitud de personas hacinadas en el muelle de Santander intentando subirse a un barco mientras la resistencia republicana se quebraba en el frente de Reinosa. Había pánico, empujones, lamentos. El padre lanzó a la pequeña Felisa como un paquete, por encima de la gente, tratando de que embarcara para que al menos ella pudiera salvarse.
Finalmente, los tres, hacinados en la bodega de un barco sin agua ni comida que navegaba en la seguridad de la noche, desembarcaron en Pauillac, cerca de Burdeos, donde les atendió Cruz Roja y les subieron a un tren con destino a la Cataluña republicana. Allí se establecieron en una localidad cercana a Granollers, en cuyo aeropuerto se empleó el padre, José.
Felisa recuerda con amargura que los niños de la escuela la recibieron a pedradas porque la consideraban extranjera. Cuando las circunstancias se ensombrecieron aún más, la familia huyó a Francia, pasando a pie la frontera y tomando después un tren hacia hasta Langeac, en la región de Auvernia, en el departamento francés del Alto Loira.
La huida
Huyeron justo a tiempo. Alfonso pidió permiso a Negrín y se acercó al pueblo catalán donde residían. Solo encontró en casa a su hermana Felisa. Le regaló el chaquetón de cuero que llevaba puesto y le encargó que cogiesen sin falta el tren a Francia que salía aquella misma noche. Horas después, detuvo momentáneamente la comitiva del presidente Negrín, que también se iba al exilio, para asegurarse de que su hermana, que entonces tenía 11 años, había cumplido el encargo.
Felisa conoció en Francia a otro exiliado español, aragonés de nacimiento, que tuvo que ocultarse de la policía de Vichy para no ser deportado a España, como pedían las autoridades franquistas, para repoblar poblaciones o tener mano de obra. Desde allí colaboró con el maquis francés para combatir el fascismo.
Tras la II Guerra Mundial se establecieron en Clermont-Ferrand y se casaron en 1949. Fruto de ese matrimonio nacieron dos hijos. Una de ellas, Claudie, ha estado este miércoles en Ojébar, en el pueblo de su familia, donde esta semana se reivindican sus raíces y sus nombres, recogiendo en representación de su madre una declaración de reconocimiento y reparación personal expedido por el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática del Gobierno de España.
“Este reconocimiento más que para mi madre es para quienes perdieron la vida, y aunque yo no pude conocer a mi tío, es como si lo hubiera hecho, porque ella mantuvo viva su memoria”, ha explicado Claudie.
Un gesto que reconoce el derecho a reparar y recuperar la memoria personal y familiar de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura. Allí estaban el secretario de Estado de Memoria Democrática, Fernando Martínez, que ha dicho que “hay que hacer que estas historias se conozcan y especialmente entre la gente joven: son el mejor antídoto frente a la ola reaccionaria”.
Por su parte, la delegada del Gobierno en Cantabria, Eugenia Gómez de Diego, que ha organizado el acto en colaboración con el Colectivo Memoria de Laredo, ha recordado que estos días se conmemora el 80 aniversario de la liberación de los campos de concentración Mauthausen y Gusen y que se estima que más de 10.000 españoles fueron deportados y casi la mitad torturados y asesinados. “Va a hacer falta más que memoria para no repetir los errores del pasado, pero la memoria es uno de los ingredientes imprescindibles”, ha subrayado. El Ayuntamiento de Rasines, con su alcalde, Sergio Castro, también se ha sumado al homenaje.
Ahora Claudie regresará a Francia para entregar a su madre el reconocimiento, para contarle cómo está el pueblo, cómo es el camino que lleva a la vieja escuela, qué pone en la placa que guarda la memoria de Alfonso Montes Maza y cómo los pétalos de la primavera adornan el campo con margaritas. Ha sido un invierno muy largo en un pueblo que ahora recupera la memoria.
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