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Hambre y desperdicio alimentario: “Hay estudios sobre cómo frutas y verduras locales se tiran a la basura por su estética”

El mostrador de panes que hay dentro de la 'Panadería artesanal Noemi', uno de los establecimientos que intenta evitar el desperdicio de alimentos en Santander

Ainhoa Díez

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Mientras el hambre afecta a más de 720 millones de personas, según el último informe de la ONU, este mismo organismo alerta de que el 17% de los alimentos producidos en el mundo fue a parar a la basura. Ambas cifras presentan un crecimiento progresivo y constante, aunque el doctor especializado en el desperdicio alimentario, Héctor Barco Cobalea, matiza que se trata de datos aproximados porque nadie se ha molestado en conocer el problema y, por tanto, “nadie sabe lo que se desperdicia realmente”.

Lo que sí ha quedado ampliamente demostrado es la “irracionalidad” del sistema alimentario actual, resalta este especialista en conversación con este medio. “Estamos hablando de una cantidad ingente de alimentos que no se están aprovechando, incluso después de ser producidos, cultivados, transformados, envasados y transportados”, denuncia. Y es que, “a pesar de todos esos esfuerzos, acaban en la basura”, con el consiguiente impacto medioambiental que ello supone: aproximadamente un 10% de las emisiones de CO2 proceden del desperdicio alimentario.

Las recientes olas de calor, el aumento de las temperaturas y los incendios en toda España son un recordatorio constante del problema al que se enfrenta el planeta. Para este experto y miembro de la ONGD Enraíza Derechos, que participa esta semana en uno de los Cursos de Verano de la Universidad de Cantabria, la generación de residuos alimentarios debería “haberse abordado en el pasado con una intensidad que no se ha hecho, pero ahora con el cambio climático aún más”. Para ello resulta imprescindible un replanteamiento de nuestra cadena alimentaria que se basa en comprar productos procedentes de zonas lejanas y, al mismo tiempo, desaprovechar aquello que cultivamos a nivel local.

Barco define este fenómeno como “distanciamiento alimentario”. Por un lado, la distancia física de los lugares donde se producen los alimentos que consumimos y que implica una contaminación añadida por el transporte para poder acceder a ellos. Por otro, la mental, una falta de conocimiento sobre lo que comemos o cómo se ha obtenido que hace que “queramos que la fruta y la verdura esté reluciente, que no tenga ningún bichito, que no tenga nada, que esté impoluta”, desarrolla Héctor Barco. “Hay distintos estudios sobre cómo frutas o verduras producidas localmente se están tirando a la basura por su forma u estética. En un contexto de cambio climático tenemos que ser mucho más eficientes y aprovechar más los alimentos locales y de temporada, que son a su vez los más sostenibles”, subraya.

En esa línea de pensamiento se enmarca la cooperativa ‘EcoTierruca’, una pequeña tienda que pone a disposición de la población de Santander menús saludables y sostenibles para llevar. Maybe Arce, socia del establecimiento, explica que trabajan con alimentos frescos. “Según el producto que hay en la huerta, nosotras cocinamos nuestras recetas”, explica a elDiario.es, y añade que para ello es “importantísimo trabajar con productores locales”.

Tanto Barco como Arce coinciden en que para avanzar hacia un sistema más sostenible es necesario incrementar el conocimiento sobre la procedencia y producción de los alimentos. “Con la cesta de la compra se puede genera un impacto muy positivo, por ejemplo, si entiendo que no es malo que en una lechuga me aparezcan una serie de bichitos porque quiere decir que se ha cultivado en un campo con vida”, señala el experto. Desde ‘EcoTierruca’ apoyan esta visión porque son conscientes de que el hecho de no ser “un restaurante al uso” les permite un trato más cercano con los clientes y explicarles el funcionamiento de su cocina. Como dietista, Maybe argumenta que es importante que las personas “tomen conciencia de lo que están comiendo”.

Los motivos para evitar el desperdicio alimentario pueden ser varios. Desde ahorrar dinero, evitando comprar cosas que no se van a utilizar, hasta intentar reducir las emisiones de efecto invernadero que se generan de forma inútil o incluso “el motivo social”, enumera Héctor Barco. El experto hace hincapié en que el hambre del mundo no se da por una falta de producción de alimentos, sino de acceso a los mismos, por eso lo entiende como un potencial cargo de conciencia a tener en cuenta cuando se tira comida.

Vender más barato antes de que caduque

Fue esa motivación la que llevó a Noemi Canedo, dueña de la ‘Panadería y pastelería artesanal Noemi’, a utilizar una aplicación que le permitía poner a la venta a un precio más barato los productos que no se vendían porque “cuando pone que quedan dos días para la fecha de caducidad la gente ya no los compra”, explica. Reconoce que tiran poca comida porque casi todo se vende, pero como no utiliza conservantes artificiales en su bollería los productos tienen una fecha de caducidad menor y le gustaría que la gente fuese consciente de que “aunque ponga como fecha de caducidad mañana, aun se pueden comer perfectamente”. La aplicación permite que “por lo menos no se tiren”, y, para ella, aunque no exista un beneficio económico, es suficiente evitar “el cargo de conciencia” que implica desperdiciar comida.

Barco valora positivamente cualquier iniciativa como la de esta pastelería. Afirma que “el cero absoluto evidentemente puede sonar a utopía”, pero eso no supone un problema mientras permita avanzar. “Aunque el 0% sea imposible no quiere decir que no tengamos margen de mejora, de hecho, tenemos mucho. Así que vamos a caminar y ya veremos si nos quedamos en un 2%, en un 5% o en el porcentaje que sea. Lo importante es que, ahora mismo, en la situación que estamos merece la pena que centremos el esfuerzo en llegar a hacer una reducción sustancial, hasta la que podamos”, defiende.

El último Proyecto de Ley aprobado por el Gobierno para luchar con el desperdicio alimentario podría ser uno de esos avances, pero Barco señala dos fallos principales: gestiona un problema “sin llegar a conocerlo porque faltan iniciativas que estudien a fondo de dónde procede lo sobrante y pone mucho hincapié en la donación”. “Antes de la donación está la prevención, es decir, sería aun mejor que no se llegase si quiera a generar desperdicio”, remarca.

Si bien es cierto que “todas las ideas son igualmente bienvenidas”, el especialista recalca la importancia de tener en cuenta una jerarquía en las propuestas para solucionar el problema. Primero se intenta no producir desperdicio y, si no es posible, “lo utilizamos para consumo humano o, cuando tampoco se pueda, animal”.

‘EcoTierruca’ es el vivo ejemplo de esta filosofía de actuación. “De momento, desde el primer día que hemos abierto no hemos tenido que tirar comida”, afirma Maybe Arce. Su secreto reside en “una buena organización, escuchar las necesidades de los clientes y cocinar mucha variedad de platos en poca cantidad”. La gerente de esta tienda los describe como “muy sencillitos y tradicionales”, de tal manera que en lugar de tirarse a la basura se puedan combinar y continúen proporcionando una alimentación nutricionalmente variada, una prioridad para Arce por su formación como dietista. Como base de su organización, está la colaboración tanto con clientes como con productores. En este sentido, Borras ve ahí la clave para alcanzar un sistema más sostenible ya que, independientemente de dónde provenga el grueso del desperdicio, “no hay culpables únicos. ”Todos formamos parte del sistema y, por tanto, todos somos responsables“, sentencia. 

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