Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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El auge de la ultraderecha se veía venir en España. El fenómeno global ha prendido en un país que ha blanqueado el fascismo y el separatismo catalán ha sido la mecha que ha encendido el nacionalismo español. La derecha ha echado leña al fuego y la izquierda no sabe cómo apagarlo. El PSOE andaluz, agotado por la corrupción y el tiempo, ha caído empujado por el pacto de Sánchez con los soberanistas, mientras la alianza entre Izquierda Unida y Podemos sigue en descenso porque no tiene mástil de bandera al que agarrarse ni una alternativa a la exaltación patriótica.
En las elecciones andaluzas, lo de menos ha sido Andalucía, paradójicamente: la mayoría ganadora ha votado para defender esa España que se siente amenazada por los independentistas que quieren romperla, los inmigrantes que quieren invadirla, el feminismo que quiere pervertirla y la extrema izquierda que quiere destruirla. Ha ganado la “España de los balcones” que decía Casado, la que se indigna por los chistes con la bandera o los ataques a la Guardia Civil y la Policía Nacional, la del “a por ellos”. Una España que se ha rebotado contra el nacionalismo catalán y dice “mi patria no es peor que la tuya”. Ha ganado el “y yo más”.
Tenía que pasar. Somos un país que no se quita de encima el muerto del franquismo, tenemos una prensa reaccionaria que lleva años normalizando la retórica de extrema derecha, los medios mayoritarios han apoyado a una derecha radicalizada para evitar el cambio de régimen y enfrente apenas hay oposición al giro ultra. El Partido Socialista es parte del sistema, recula cada vez que se inclina hacia la izquierda y ha sido penalizado por su pacto con el independentismo. Podemos, colocado ya por sus enemigos en el extremo, se desgasta por los ataques externos, las luchas internas, las incongruencias de sus líderes y, sobre todo, por su incapacidad para articular un discurso transversal de país que haga frente al discurso ultranacionalista.
Vamos de cabeza al fascismo si la oposición no lo evita. El PP con los peores resultados de su historia en Andalucía y Ciudadanos con los mejores, no parecen tener problema en pactar con VOX, un partido ultra que quiere suprimir la ley de violencia de género, la de memoria histórica y el matrimonio igualitario, eliminar el aborto y el cambio de sexo de la Sanidad pública o prohibir organizaciones políticas. Si eso no es fascismo que exhumen a Franco y lo vea.
Pero la izquierda y el centro izquierda cometerían un error si caricaturizan al votante de ultraderecha. Ese elitismo no haría más que agigantar la bola, como hemos visto en otros países. No es que la sociedad se haya vuelto fascista de pronto, es que mucha gente se refugia de la crisis global en lo local y encuentra en el patriotismo populista el alivio a la incertidumbre. Las izquierdas tienen que ofrecer propuestas y respuestas a la precariedad y la inestabilidad, no siempre preguntas y protestas. Tienen que hablar como hizo el 15M de los problemas materiales, hablar como hace el feminismo de la desigualdad, hablar de lo que le importa a la gente, no de lo que le importa al partido. El miedo al regreso fascismo puede movilizar a algunos afines, pero no basta: hay que seducir, no insultar, al votante que se ha derechizado.
Por supuesto que el sistema y los medios que después critican a la ultraderecha, crean las condiciones para que brote, pero no podemos echar todos los balones fuera. Es el momento de comprometerse, hacer pedagogía, movilizarse y reaccionar. Basta de buscar excusas. Más que por la España de los balcones, hay que levantarse por la España que se tira por el balcón.
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