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Este blog es un espacio de colaboración entre elDiario.es de Castilla-La Mancha (elDiarioclm.es) y el Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha para abordar diversas cuestiones sociales desde la reflexión, el entendimiento y el análisis.

El poder al servicio de las personas: una mirada ética en el tercer sector

Sociólogo. Consultor de Desarrollo Organizacional
La ética en el tercer sector

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Hace un par años, en un Congreso sobre ética celebrado en Oviedo, escuché una interesante intervención, llevada a cabo por Xabier Etxeberria, catedrático emérito de Ética de la Universidad de Deusto. En su intervención habló de dos enfoques fundamentales sobre la ética aplicada en las organizaciones: la ética de la independencia y la ética de la interdependencia. Explicó que el paso de un enfoque a otro es un salto enorme de mejora, porque supone dejar de entender los valores, los comportamientos y decisiones solo desde la autosuficiencia individual, donde cada persona solo mira por uno mismo de manera independiente y empezar a reconocer la importancia de los demás, del apoyo mutuo, de la conexión con los demás y de esa red de contacto y de humanidad que nos caracteriza como seres sociales que somos.

El tercer sector, formado en gran parte por fundaciones, asociaciones y otras entidades sin ánimo de lucro, lleva años trabajando desde este enfoque de interdependencia. Se trata de organizaciones que trabajan para impulsar la solidaridad y el cambio social, ofreciendo apoyos de calidad y de calidez, a personas que viven en situación de vulnerabilidad. El propósito principal se centra en el bienestar de las personas y mejorar su calidad de vida, pero también como no puede ser de otra manera, se presentan dilemas propios que suceden en cualquier tipo de organización y que tienen que ver con cuestiones sobre cómo ejercer el poder de manera ética, con decisiones que no se alejen de la misión, de los valores compartidos, ni de las personas a las que prestan los apoyos y servicios.

El poder en las organizaciones en el tercer sector se concentra principalmente en los órganos de gobierno, como son las juntas directivas, patronatos o asambleas. Es aquí donde se ejerce la responsabilidad de tomar decisiones, en un contexto como el actual de transformación profunda, como por ejemplo cambiar modelos de atención a las personas, de financiación, fusionarse con otra entidad o replantear los servicios para mejorar el impacto y resultados en las personas. Es precisamente en esos momentos cuando la ética y el poder se encuentran, y no siempre se pueden resolver ni de forma ágil, ni de forma sencilla.

Una buena gobernanza exige que el poder se ejerza con responsabilidad, transparencia y empatía. No puede servir para proteger estructuras o posiciones y cargos que son más individuales y partidarias, sino para fortalecer como decía antes el verdadero propósito de la organización, su misión. Es lógico en muchas situaciones, pensar en estos cambios genere temor por perder el control, se busca satisfacer intereses particulares o se decide desde la distancia, sin escuchar a quienes están en la primera línea de la acción social, esto suele ocurrir a menudo y mucho más de lo que parece. Dar voz a las personas atendidas, a sus necesidades y aspiraciones, debería ser siempre el punto de partida, sea como sea y suponga lo que suponga.

Avanzar hacia una nueva cultura ética implica dejar atrás visiones paternalistas y promover la personalización de los apoyos. Significa ver a cada persona como sujeto de derechos, capaz de decidir sobre su propia vida. También exige que los dirigentes del tercer sector compartan aprendizajes, colaboren con otras organizaciones y mantengan la apertura a la comunidad, no se trata de mantener la identidad de cada uno, sino la colaboración y las posibilidades de hacer y crear juntos entre todos.

Solo desde la coherencia entre valores y decisiones compartidas vamos a poder fortalecer a estas organizaciones, reforzando su esencia e identidad y facilitando sin duda que puedan partir de planteamientos sólidos cuando se enfrenten a decisiones importantes. Pero es que, además, si las personas están en el centro y se las tiene en cuenta, el poder se convierte en lo que debería ser: una oportunidad para cuidar, transformar y avanzar hacia una sociedad más justa, pues lo anhelos, los deseos, los sueños de las personas son el horizonte y metas para lograr, es aquello que debe inspirar.

En una organización social, las decisiones deberían basarse en un propósito compartido, en una causa común que trasciende los intereses personales. Sin embargo, todo esto es difícil, es complejo y por qué no decirlo, a veces resulta incómodo. El miedo a equivocarse, a perder poder, a generar conflicto o a poner en riesgo una estabilidad construida con esfuerzo dentro de una organización y desde hace tantos años como sucede en muchos casos, supone romper inercias y no es sencillo porque implica salir de un lugar conocido, donde el confort de la rutina ofrece seguridad.

En definitiva, trabajar entre personas y decidir colectivamente exige valentía, coraje y humildad. Coraje para cuestionar lo establecido y avanzar hacia formas más justas de ejercer el poder y por lo tanto de prestar los diferentes apoyos y servicios a las personas. Humildad para reconocer que nadie posee toda la verdad y que solo desde la cooperación y el diálogo es posible encontrar respuestas que reflejen los valores que decimos defender. La ética, lejos de ser una teoría, debe ser una práctica diaria que nos recuerda que la transformación social solo tiene sentido cuando coloca a las personas en el centro.

Estoy convencido de que una nueva cultura ética se presenta como pieza clave si realmente queremos transitar hacia los cambios que realmente merecen la pena, y esto conlleva tomar conciencia del valor de los demás, de facilitar la participación del otro, de renovar y dar relevo a quienes ya llevan más tiempo, de agradecer y recibir con agrado todo lo nuevo y que aporta, de ser éticos con uno mismo y con los demás.

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