Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.
Antes se decía, o se pensaba, o sea, yo decía o pensaba: “De todo hace 20 años”, hallando desmesura en el dicho. Con los años, el decir se ha, considerablemente, expandido: “De todo hace 40 años”.
Hace 40 años, o unos 40 años, en Toledo apareció semanalmente, como encarte del periódico La Voz del Tajo, el suplemento La Mujer Barbuda, que ideamos, sobre todo, el poeta Jesús Pino y yo; en esos momentos manteníamos un cordial trato con Antonio Gala, al que le habíamos organizado una conferencia que se desarrolló en un salón de caja de ahorros de bote en bote, con pantalla reproductiva de la charla en el vestíbulo, también de bote en bote. A él, que era famosísimo entonces, le dijimos que pensábamos sacar una revista a la que titularíamos Ambrosía, “papeles de poesía” o algo así. Gala, con su ironía y su eficacia, nos advirtió: “Si le ponéis Ambrosía, la van a llamar enseguida Ambrosia, sin acento. Ponedle La Mujer Barbuda, tan afín a Toledo, y yo os escribo el primer artículo.” Y así lo hizo. Yo no figuraba en la “mancheta” como director del suplemento, sino sólo como coordinador, pero quien lo dirigía realmente era yo.
El día 15 de septiembre de 1984 se publicó en la Barbuda, a doble página, una entrevista que le hice al novelista Luis Alfredo Béjar, que había nacido en 1943 y que en ese momento había publicado dos novelas; ‘El coleccionista de agujeros’ y ‘Aquello es lo que llamábamos Berlín’, ambas premiadas; la última obtuvo el Premio Sésamo en 1979, que era un galardón prestigioso destinado a proyectar a los más destacados jóvenes novelistas de la actualidad. A mi pregunta, “¿Crees que España es uno de los países más libres del mundo?”, él respondió tajante: “No, ni mucho menos, ni muchísimo menos”, aduciendo que nuestra nación era de los países menos libres del mundo. Refiriéndose al talante de las gentes, no a la Constitución, a la Justicia, a la Policía, mas señalando cómo nos tratamos, afirmando que aún llevamos un policía de los duros dentro del pellejo.
Mucha de la escritura de Luis Alfredo Béjar se ambienta en Toledo; Béjar, fallecido en 2011 a causa de una leucemia, fue un toledano de pura cepa. Al morir dejó una novela, a la que casi le había dado una última corrección y que ha permanecido hasta ahora inédita en un cajón del editor toledano Antonio Pareja. Hace pocas semanas se presentó este nuevo libro, ‘El sueño del reptil’, en la Sala Capitular del Ayuntamiento de Toledo.
Fue un evento nutrido, interviniendo literatos y políticos, pues Béjar fue concejal del ayuntamiento toledano por el Partido Comunista. En este libro, firmado solo por Luis Béjar (él mismo suprimió el atractivo Alfredo de su nombre compuesto), hay un párrafo que conecta con la respuesta que me dio en la entrevista: “Independientemente de la influencia que las condiciones nacionales tuvieran en Toledo, lo que cada vez estaba para mí más claro es que en esta ciudad se almacenaban cantidades de odio suficiente como para que se organizara, no una, sino catorce contiendas sangrientas.”
El relato de ‘El sueño del reptil’ transcurre a través del diálogo intermitente de un hijo con un padre al que le queda muy poco tiempo de existencia. Se combinan sugestivamente dos hechos que refiere el padre: un asesinato, ocurrido en 1934, en pleno centro de Toledo, y las sabrosas anécdotas de los miembros de la Orden de Toledo, fundada por el cineasta Luis Buñuel, encargada de que sus componentes gozaran de atrevidas aventuras toledanas. “A Luisito siempre le había gustado ese Toledo mitad cortesano y mitad rústico, algo que, según él, se desdecía en todo y por todo con la extensa tradición de una ciudad marcada en la historia por el arte, la ciencia, la filosofía y los entresijos de la alquimia”.
Siempre el novelista tenía conciencia de que la literatura no dejaba de estar trabada con la vida. En todas sus novelas, él relata, atento a su oficio, y, además, muy acertadamente, y con sobrada precisión, comenta: “Como era de esperar, terminé por apercibirme de que, así como suele decirse que la creación literaria obedece a un proceso un tanto escabroso y enigmático, es la vida misma en que suele basarse la que se nos presenta como una imitación continua del caos, un galimatías lleno de recovecos insondables y de verdades y mentiras ocultas o sencillamente escamoteadas por intereses siempre espurios. Incluso en una ciudad con toda la apariencia de un fósil como era la Toledo de entonces”.
Como profundo toledano que era (buena parte de sus novelas eran toledanas pero no toledanistas, como señala Enrique Sánchez Lubián), Luis Alfredo Béjar nos presenta ocasiones que dejan exhibir una divertida intrahistoria de Toledo. Valgan dos ejemplos: dos personajes que yo he conocido; el primero sería el llamado Juanito el Aviador. Era un muchacho, no muy del todo en sus cabales, que, al parecer desesperado por la negativa de una muchacha a la que amaba, había realizado alguna intentona de suicidio dejándose caer desde la valla del Miradero o alguna otra altura punzante y se había salvado, rebotando en ramas que amortiguaban la siniestra velocidad de la caída. Se le llegó a apodar: ‘Juanito el Aviador, suicida por amor’.
El otro personaje, muy conocido, era un profesor de literatura del Instituto, que se volvió completamente loco. Al estar ya majara, suspendía, o quería suspender, a aquellos alumnos que no habían redactado el examen con bolígrafo verde. En otro de los libros de Béjar, ‘El manuscrito de París’, Premio de Novela Castilla-La Mancha, habla de él. El nombre, verdadero, del docente, era José María Cabezalí. En la novela se le pregunta al profesor pirado cuál es la manera de escribir una novela, a lo que contesta: “¡Escribiéndola, coño, escribiéndola, cómo se va a escribir!”.
0