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La represión franquista y el “trauma” que pasa de padres a hijos y de abuelos a nietos

Mapas de Memoria

Francisca Bravo Miranda

Tres años tenía la madre de Paloma Rivero cuando su padre fue condenado a morir por el garrote vil. La razón: ser republicano. “Desde que yo era niña me contaban la historia de mi abuelo. Para mi madre fue el gran trauma de su vida, que mataron a su padre. Siempre lo cuenta, hace poco estuvo hospitalizada y cuando el médico le preguntó que qué le pasaba ella le contestó: ‘es que mataron a mi padre’”, recuerda Paloma. Fue una de las ponentes de la mesa redonda ‘Testimonios de violencia’, el “broche de oro” del curso de verano impulsado por el proyecto Mapas de Memoria, ‘Antropología ante la memoria de la violencia de la posguerra española’.

El objetivo de la iniciativa fue observar la influencia de la violencia vivida en los años después de la derrota del bando republicano por los hijos y nietos de los represaliados por el franquismo. “No era mi padre el que matado, pero la muerte de mi abuelo ha influido mucho en la vida de mi madre y siempre he vivido su muerte a través de ella y de mi abuela”, recuerda Rivero. El nombre de su abuelo era Maximiliano Velasco, y fue delatado en 1942, año en el que fue condenado al garrote vil tras un juicio muy rápido. Su hija, la madre de Paloma, nunca pudo llamarlo padre, porque debió pasar los dos primeros años de su vida escondido debajo de la cama. “Las paredes tenían oreja en ese tiempo”.

“Quisimos dejar sobre la mesa cuál es la importancia de poder hablar de estas historias, poder ponerlo en palabras porque, si no, las heridas ni cicatrizan. Creo que es muy importante el trabajo de Mapas de Memoria, de sacar a la luz quienes fueron asesinados durante la posguerra”, reflexiona Paloma, que critica que se ha querido hacer una “limpia” de esta parte de la historia por parte de “los vencedores” de una Guerra Civil que quiso “borrar del mapa todo el pasado de España.

Maximiliano Velasco es uno de los rostros de la represión franquista. Fue voluntario en la guerra por el bando republicano, debido a las “injusticias que vio que sufrían los trabajadores” y salió herido en el frente. Paloma relata que intentó huir por Alicante, pero no logró llegar a los barcos y por eso tuvo que esconderse en Ciudad Real hasta que un vecino lo delató. “Fue sometido a un consejo de guerra, un juicio sumarísimo y fue condenado a pena de muerte”, recalcó. Pertenecía al partido socialista, al sindicato UGT y también al comité de salud pública de la casa del pueblo, razones suficientes.

“Cuando yo era niña, me contaba y recontaba la historia de mi abuelo, hasta la saciedad incluso cuando no se podía contar realmente. Toda mi vida he escuchado esta historia, y me ha influenciado mucho. Ver esa herida en carne viva, tan profunda que dejó la muerte de mi abuelo en mi madre”, recuerda Rivero. Paloma ahora es psicóloga y esto la ha ayudado a poder enfrentar esta parte de su historia familiar, que también ha afectado duramente a su abuela, que se quedó viuda con tres hijos.

En la mesa redonda, también se trató cómo no se podía decir cuáles fueron las consecuencias del régimen de Franco en tantas familias en España. “Hablamos de cómo una madre intentó ir a pedir la pensión y cuando le preguntaron qué había pasado, respondió ‘es que a mi padre lo mató Franco’ y el escándalo que se levantó”. De este modo, explica que el problema es que no se ha hablado de la violencia sufrida durante la posguerra, que fue “brutal” al “imponerse” un régimen de silencio y “por eso la sociedad sigue sin cerrar esta herida”. “En otros países vemos museos y monumentos de memoria, aquí no”, explica.

Otra de las consecuencias es que “el silencio aún continúa”. “Se cree que hablar de estos temas hará que las heridas se abran, pero no es cierto todavía están abiertas y por eso hay que sacar toda esta violencia a la luz. Se ha trabajado mucho en el olvido, pero no en el perdón y la reconciliación”, señala. Por ejemplo, recuerda que durante mucho tiempo no pudo hablar de lo que pasó con su abuelo y por eso resulta “muy emocionante” poder ponerlo en palabras libremente. “Ahora puedo mirar al dolor a la cara, sin miedo, que es lo que siempre nos paraliza. A pesar de ello, seguimos en la mentira, en la ocultación y eso hace que todavía hay cosas que sigan sin salir”, concluye.

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