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Marc Andreu y los pequeños grandes cambios conquistados por el movimiento vecinal

Marc Andreu, autor del libro 'Barris, veïns i democràcia' (Avenç) / SANDRA LÁZARO

Jordi Molina

Barcelona —

Durante la primavera de 1973, los vecinos del Poblenou se reunieron para exigir la construcción de un instituto para los futuros estudiantes de este barrio industrial de Barcelona. Entre los ciudadanos movilizados estaban los padres del hoy periodista e historiador Marc Andreu, que entonces era un bebé, acompañados por el añorado Josep Maria Huertas Clavería, maestro de periodistas. Ese día de protesta, inmortalizado en una foto, culminaría con el tiempo en el Instituto Icaria –futuro instituto del historiador– y sería, además, una especie de premonición: La vida que le esperaba al niño que descansaba dentro de aquel cochecito estaría marcada, para siempre, por el periodismo y el movimiento vecinal barcelonés.

Han pasado más de cuarenta años y, hoy, nos reunimos con él en el Poblenou, cuando acaba de publicar Barris, veïns i democràcia (Avenç, 2015), una obra que sirve de legado a todas las generaciones de que lucharon por convertir Barcelona en una ciudad justa, participativa y equitativa; primero en un contexto radicalmente hostil como la dictadura, y luego en una democracia que, a veces, como enumera el autor, quiso controlar e incluso subsumir el tejido vecinal organizado. “Una escuela de democracia”, señala Andreu, que serviría de vivero de otras expresiones sociales y sindicales que lucharían en clandestinidad por las libertades democráticas y que marcarían la agenda social, cultural y urbanística de los primeros años posteriores a la dictadura franquista.

Antes que nada, ponemos el prisma en la actualidad. Y es que aún hoy, según el autor, algunos responsables públicos siguen sin entender el papel del movimiento vecinal. Los de nueva hornada y también el movimiento clásico. Esto explica, en parte, que el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, “caiga en la estigmatización” cuando choca con protestas que enmiendan su gestión, como hace unos días ocurrió en el Paral·lel. “A Trias le rechinan los códigos porque no conoce el movimiento vecinal”, opina Andreu, que lamenta que desde el gobierno municipal se haya acusado a la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB), de hacer política. “Precisamente la responsabilidad de la FAVB, como cualquier otra organización social, es hacer política. No partidista, pero sí en beneficio del interés vecinal”, explica el autor, que recuerda como históricamente tanto la derecha como la izquierda han intentado apropiarse de la FAVB en beneficio propio.

Marc Andreu habla “de una diferencia en el ADN” entre el movimiento vecinal y la derecha tradicional de la ciudad. Y cita un ejemplo reciente: “En el Poblenou se suele silbar al concejal de turno durante el pregón de la Fiesta Mayor. Es una especie de tradición, el concejal Francesc Narváez (PSC) lo sabía y, a pesar de ser los más silbados, siempre asistía y aguantaba el chaparrón. Ahora, el actual concejal Eduard Freixedes (CiU), evita el día del pregón; rehuye el conflicto porque sus códigos son otros”. Andreu sostiene que la izquierda, aunque protagonizó monumentales enfrentamientos con la FAVB, “comparte el lenguaje” en contraposición a los partidos de derechas. “La mayoría de concejales de CiU son ajenos a lo que representa no sólo la FAVB, sino el asociacionismo de los barrios; es una realidad que no han compartido nunca, lo cual no genera choque, sino incomprensión”.

Como anécdota, Andreu recuerda que mientras Freixedes esquivaba la pitada, una nota de prensa del gobierno municipal explicaba que el concejal -e incluso el alcalde! - estaban en la Fiesta Mayor saludando amigablemente los vecinos de la zona. “Paseaban por alguna calle y se hacían fotos pero, en contra de lo que decía el servicio de prensa, no estaban en el pregón que es el acto central”. Un pregón que, dicho sea de paso, en septiembre pasado lo protagonizaron los activistas vecinales del colectivo Fem Rambla, que desde hace un par de años trabaja para proteger el espacio público de la proliferación de terrazas del sector de la hostelería.

Una obra con memoria

La obra, sin embargo, está enclavada —como recuerda el subtítulo del libro: El movimient ciutadà i la reconstrucció de Barcelona (1968-1986)— entre los años 1968 y 1986. Según Andreu, a partir de las elecciones municipales de 1979, las exigencias de participación y democracia de base del movimiento vecinal colisionaron con resistencias de los viejos poderes económicos y los nuevos poderes políticos. “El movimiento ciudadano sufrió el desencanto político y la crisis de las asociaciones de vecinos”, describe. Aunque pone matices: “si bien es cierto que el sistema oficial de participación canalizó parte del movimiento vecinal, también lo es que, a diferencia de otras zonas de Cataluña y del Estado, en Barcelona se mantiene un sustrato crítico que impide que se desactive por completo”.

De este modo, el periodista defiende que en los años 80 y 90 las asociaciones de vecinos siguieran plantando batalla en la calle. “En 1987 los vecinos del Poblenou tuvieron que pelear duro para conseguir que se socavara la Ronda Litoral y no separase el mar del barrio. Del mismo modo que en Nou Barris lucharon para socavar la Ronda de Dalt y evitar fracturas entre barrios”. Pequeñas grandes victorias como estas, “a menudo no absolutas o sólo parciales”, pueden parecer hoy obvias pero hay que recordar que costaron décadas de esfuerzo y lucha colectiva. Conquistas que contrapone a un tiempo en que también era habitual que el Ayuntamiento pretendiera controlar la FAVB, donde cita el caso del “intento nítidamente partidista”, que hizo el PSC con la candidatura de Margarita Rodríguez, que presidiría la federación.

Antes del advenimiento de la democracia, en cambio, Andreu relata un movimiento vecinal radicalmente combativo. El libro recoge múltiples ejemplos de cómo el movimiento ciudadano forjado en los barrios fue uno de los componentes destacados de la lucha antifranquista. Desde ocupaciones de solares olvidados y de instalaciones públicas exigiendo viviendas, escuelas y parques, hasta secuestros de autobuses, en demanda de más transporte público. Una oposición que fundamenta en la aportación de tres corrientes: “el del mundo antifranquista militante -donde destaca sobre todo comunistas con un pie en el PSUC, pero también afines a Bandera Roja-; el del mundo de los cristianos de base; y el del mundo de las redes sociales y familiares, ligadas a la inmigración llegada a los barrios populares”.

Un cóctel que hizo que aquella “singular” Barcelona fuese “un paso por delante del resto del Estado” y consolidara una ruptura con la dictadura mucho más profunda que en ninguna otra parte. Sin duda el movimiento vecinal vivió su etapa dorada hasta el final de la década de los setenta, cuando la FAVB llegó a tener 70.000 socios de 80 asociaciones activas. Tanto es así, explica Andreu, que “tras provocar el cese de los alcaldes José María de Porcioles (1973), Enrique Masó (1975) y Joaquín Viola (1976), impuso su agenda política y reivindicativa durante los dos años de mandato del alcalde de la Transición, Josep M. Socias Humbert”. Bajo el mandato de este último, el autor constata que “paradójicamente” fue el período en que más cerca estuvo el gobierno municipal de los vecinos. “Para cierta voluntad populista, Adolfo Suárez (UCD) intenta apaciguar la agitación social cediendo terreno a la fuerza del movimiento vecinal”.

La FAVB, una lucha constante

La FAVB, una lucha constanteSi el libro, presentado a principios de marzo en el Centro Cívico Can Felipa -en la nada casual plaza Huertas Claveria-, tuviera un actor protagonista este sería sin duda la FAVB. “Entidad nacida burguesa y afín al poder establecido”, recuerda Andreu. Su nacimiento, sin embargo, estuvo vinculado a los intereses de comerciantes y empresarios de Barcelona, que se agruparon en las llamadas asociaciones de bombillaires, “el apodo que se les dio para que promovían la iluminación de las calles comerciales por Navidad ”, explica Andreu. “La FAVB fue autorizada en 1972 porque se veía como una plataforma burguesa, lo que cambió radicalmente poco tiempo después”. En los últimos años del franquismo, rápidamente pasó a ser un paraguas para las sensibilidades de la izquierda y el catalanismo, el referente de una población que salía a la calle, agotada tras lustros de carencias, tanto en la vida cotidiana como de en las libertades democráticas.

Aún hoy esta entidad se mantiene fiel al espíritu combativo, una coherencia que no han seguido todas las asociaciones vecinales. “Muchas han mantenido radicalmente fieles al interés vecinal, pero también es cierto que en otros casos se ha asumido un papel cómplice de la administración, y hasta servil”. Una crítica bastante extendida entre movimientos asamblearios de nuevo calado en determinados barrios, que critican a las asociaciones de vecinos por haber ido perdiendo la mirada crítica. Esta deriva contrasta, sin embargo, con la constancia beligerante de FAVB, que aún hoy “sigue siendo un espacio desde donde pensar la ciudad lejos del poder”.

Andreu insiste en que muchas AV han animado las asambleas de barrio que han proliferado desde 15-M, y cita el caso de Jordi Bonet, que fue presidente de la FAVB proveniente del movimiento okupa. Habla de la “tenacidad de sus activistas” e insinúa irónicamente que algunas iniciativas vecinales de nueva hornada, a veces, creen que han “descubierto la sopa de ajo”. “Movimientos pacifistas, el movimiento ecologista, las vocalías de mujeres del movimiento feministas, las primeras movilizaciones del movimiento gay en Barcelona reciben el apoyo de la FAVB”, defiende. Hoy, sin embargo, admite que los movimientos sociales ya hace muchos años que se han emancipado “de las incubadoras” donde crecieron. Las asambleas de barrio, movimientos sociales como la PAH o el 15-M, plataformas temáticas se reparten el liderazgo crítica social de la ciudad. “Ya no se articula la crítica vecinal desde una estructura centralizada, como puede ser la asociación de barrio o la FAVB, ahora hay un trabajo en red, donde el movimiento vecinal es un elemento más”, explica Andreu que confía que, pase lo pase después de las municipales, el movimiento vecinal, gobierne la derecha o la izquierda, se mantendrá fiel al interés ciudadano.

El lazo de una extensa tesina

El lazo de una extensa tesinaEl libro de Andreu viene a ocupar un vacío hasta ahora en la intemperie. Y es que según el autor, así como la historia del movimiento obrero y el mundo sindical está ampliamente documentada, el movimiento vecinal no tenía una crónica a su servicio. De hecho, la obra representa la mitad del trabajo que realizó como tesis doctoral -de más de un millar de páginas-, dirigida por el catedrático Andreu Mayayo, que recibió la calificación de sobresaliente cum laude de parte del tribunal. Cosas de la vida -o de la derecha-, el Ayuntamiento actual, que se había comprometido a coeditar el libro junto con el Avenç, finalmente se echó atrás. “Debería dar las razones el Ayuntamiento, que tiene recursos de sobra y que a menudo edita muchas cosas sin la calidad que debería, pero da la sensación de que o bien ha sido por sectarismo, ignorancia o por una falta de responsabilidad institucional”.

El resultado es una amplia investigación forjada entre polvo y cajas de documentación en el archivo de la FAVB o del Gobierno Civil y múltiples de entrevistas personales, además de otros archivos, entre ellos de periódicos y periodistas. Una búsqueda que nos sirve para una última reflexión, como lo es la aportación del periodismo de proximidad, clave en la recopilación de datos del libro. El mismo Marc Andreu codirige la revista Carrer de la FAVB, un espacio de información, crítica y análisis donde confluyen veteranos periodistas y jóvenes profesionales que buscan su espacio en un mercado tan apretado como precario.

De hecho, el libro es también un homenaje encubierto a la llamada prensa pobre de los boletines vecinales y los huertamaros, aquellos reporteros de las secciones locales de los Mundo Diario, TeleExprés o Diari de Barcelona. Dos corrientes periodísticas que se alimentaron mutuamente para tejer la crónica urbana de la capital catalana durante muchos años. Aún hoy la prensa local tiene una huella importante en una ciudad donde conviven pequeñas ciudades, y en cada una de ellas, se hojea un periódico de barrio.

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