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Vaciar el centro, expulsar a los ciudadanos: el caso de la plaça del Duc de Medinaceli

Monumento a Galceran Marquet en la plaza Duc de Medinacelli / CC by-sa Canaan (Wikimedia Commons)

Jordi Corominas i Julián

“La Promoción se encuentra en la Plaça del Duc de Medinaceli,una de las zonas con más historia y encanto de Barcelona. Con viviendas que cuentan con vistas excepcionales al Port Vell, su localización permite disfrutar del Paseo Marítimo y de la oferta comercial y de ocio del Maremagnum. Descubra los orígenes de Barcelona,paseando por el Barri Gòtic y disfrute de la mejor oferta cultural y gastronómica de la ciudad.Con óptimas comunicaciones viarias y una amplia oferta de transporte público. Tres dormitorios. Dos baños. Parquet. Aire acondicionado. Calefación(sic) a gas. Piscina comunitaria. Disponibilidad de piscinas y trasteros.”

Así reza la promoción de una famosa compañía inmobiliaria barcelonesa. El anuncio además de tener alguna que otra errata muestra cómo en Barcelona ni la crisis tiene piedad con el proyecto de desnaturalizar el centro para acrecentar su perfil de parque temático sin consideración alguna para los ciudadanos que toda la vida han vivido en la zona.

Alguien quisquilloso podría replicarme con el argumento ramplón consistente en que durante muchos siglos el carrer Ample fue la avenida más ancha de la ciudad y el primer lugar donde se ubicaron balcones para que los señores contemplaran las procesiones religiosas. Hasta Don Quijote y Giacomo Casanova tienen historias en sus rincones. ¿Me quejo gratuitamente?

No. Lo que queda del barrio gótico fue parte de la laberíntica ciudad antigua. Es hermoso contemplar su mapa y contemplar el caos de esas callecitas pobladas en su gran mayoría por gentes humildes que de generación en generación han mantenido un legado perpetuado ahora por ciudadanos con conciencia del espacio, algo que les distingue de un Ayuntamiento que desde la Transición democrática quiso crear un nuevo modelo de ciudad en esos barrios.

La primera piedra de ese cambio fue la reforma de la plaça de la Mercé que arrasó hasta con la casa de Picasso en la homónima calle. Era el principio de la homologación de las plazas con ese cemento duro que hace de las pocas resistentes con arena una gozosa e insólita excepción en nuestro panorama urbano.

Una de ellas, resistente en su concepción original, es la del Duc de Medinaceli. Fue ideada por el arquitecto Francesc Daniel Molina, uno de esos nombres engullidos por la refundación de Barcelona tras el derribo de las murallas. Entre sus aportaciones figuran la plaça Reial, la fachada del viejo Teatre Principal o el escudo del frontón que luce en la fachada de la Casa de la Ciutat.

La plaça del Duc de Medinaceli se ubica en el antiguo emplazamiento del Convent de Framenors. Se inauguró en 1851 y entre sus elementos más remarcables figura la estatua dedicada al almirante Galceran Marquet del gran escultor Damià Campeny, levantada sobre una columna en un estanque de piedra rodeado del palmeral, otra seña de identidad de esta estructura rectangular.

La plaza lleva su nombre porque el Duque de Medinaceli, heredero de los Montcada, donó sus terrenos a petición del Barón de Meer, capitán general de Catalunya. En 1881 adquirió su actual configuración cuando desapareció un tramo de la muralla de mar y la plaza quedó abierta entre el carrer Ample y el passeig de Colom.

En este caso la Historia sirve para valorar el flujo que modula las ciudades y les otorga una condición particular donde los residentes son fundamentales. Tras la orgía olímpica Barcelona apostó por unas políticas relacionadas con el turismo que aún marcan su agenda y gran parte del futuro. Los años del gobierno del alcalde Trías han acentuado estas políticas que en la zona hasta otearon ese bochorno de la estatua del descubridor de América enfundada con la camiseta del Barça.

La Rambla divide dos espacios marcados por esa transformación. El Raval ha dejado de ser peligroso con el cambio de nombre que ha desplazado el barrio Chino a una lápida de recuerdo inofensivo y naif que ha eliminado toda la fuerza de esa transgresión descuidada por las autoridades durante siglos. Ahora las prostitutas del carrer d’en Robador piden que el Consistorio les ceda un local para sentirse libre de amenazas, enfermedades y poder sentir tranquilidad en un inmueble cooperativista y claro, les niegan esa opción mientras se inauguran nuevos pavimentos, se presentan proyectos arqueológicos y de la tierra brotan maravillas propias de la campaña electoral. Mientras tanto la miseria impera y no se soluciona en ese afán de privilegiar la fachada y desatender a los que son el verdadero motor del dinamismo de Barcelona, hombres y mujeres necesitados de soluciones y ayudas que si llegan, lo hacen a cuentagotas, tarde y mal.

En el otro lado de la avenida de souvenirs y asesinatos de quioscos, sustituidos por obscenas oficinas de turismo y tiendas más higiénicas, se respira un aire esquizofrénico bien palpable en Escudellers. La meca del mercado negro, el templo de la sexta flota, ahora alterna un universo de camellos, lateros y turistas fascinados por esa excentricidad graciosa, le llaman color local, que enmascara las vergüenzas de la atroz especulación desarrollada sin piedad alguna para los vecinos expulsados de sus referencias de siempre, y la metáfora es muy clara: se mantiene la fachada y se reforma el interior, como si nada cambiara cuando todo se transforma para beneficio de unos pocos.

Dicen las malas lenguas que de no sobrevenir la crisis de las crisis el Raval se hubiera llenado de lofts para extranjeros con la cartera repleta de billetes. Tampoco ha hecho falta porque el barrio, dinámico con su mayoría de extranjeros dedicándose a la hostelería, es pasto de hipsters que vacían su contenido histórico llenándolo de vacuidad.

Ahora los que protestan son los vecinos de la plaça del Duc de Medinaceli. El viernes 17 de abril a las cinco de la tarde, a las cinco de la tarde que decía García Lorca, propusieron recuperar el espacio público con juegos, merienda y charlas que permitan debatir el expolio de la zona y demostrar la fuerza de la acción vecinal para resistir a los programas neoliberales ansiosos por convertir nuestro centro en un perfecto decorado sin sus figurantes de toda la vida, esos que conocen los rasgos de las historias locales y las sienten suyas, esos que son expulsados para que la marca siga imponiéndose siempre más y más a la ciudadanía, ninguneada a favor de unos intereses económicos donde lo social no tiene cabida.

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