“I believe that clear thinking and clear statement, accuracy and fairness are fundamental to good journalism”.
Walter Williams, 1914.
Degà de la primera escola universitària de periodisme a Columbia Missouri (EUA)
Ahora que columnistas y articulistas habituales han tomado una presencia tan destacada en los medios -por no decir los tertulianos, figura en la que muchos hacen el doblete-, puede ser de interés releer un clásico como Walter Lippmann, como final de temporada de esta sección iniciada en octubre pasado.
El gran periodista estadounidense -primer teórico de la opinión pública, colaborador de los presidentes Woodrow Wilson y Franklin D. Roosevelt, entre otros, y analista siempre riguroso y independiente- reflexionó en estos términos sobre la función del columnista: “Los columnistas que tienen por objeto interpretar los acontecimientos no deberían presentarse a sí mismos como personajes públicos con un electorado ante el cual son responsables”.
Me parece que en el momento en que un columnista se considera una figura pública, que se encuentra por encima del valor intrínseco y de la integridad de lo que publica con su firma, deja de razonar con la lucidez y el distanciamiento que los lectores tienen derecho a esperar de él. Como los políticos, los periodistas se convierten en personajes públicos admirados y preocupados por mantener las apariencias y mejorar; su vida personal, su autoestima, sus lealtades, intereses y ambiciones se convierten en algo inseparable de sus juicios sobre los acontecimientos.
A lo largo de treinta años de periodismo me parece que he aprendido a no caer en las trampas de la profesión y dejando de lado las formas más burdas de corrupción, como beneficiarse de la información privilegiada o buscar el favor de los que tienen prebendas que ofrecer, y dejarse guiar por la moda, la más insidiosa de todas las tentaciones es la de verse uno mismo en el escenario mundial haciendo una carrera pública y no como un mero observador que escribe artículos de prensa en un periódico sobre alguna de las cosas que pasan en el mundo.
Así que, a mi modo de ver, escribo sobre las cosas sobre las que creo que tengo algo que decir, pero no me veo como alguien con una relevancia pública; ni como un asesor general para la humanidad, ni siquiera para los que me leen ocasionalmente o con frecuencia. Este es el código por el que me guio. Lo aprendí de Frank Coob, que lo seguía al pie de la letra y me advirtió una y otra vez el último año de su vida: muchos más periodistas han caído víctimas del engreimiento que del alcohol. Como recordará, él tuvo ocasión de observar los efectos de ambas clases de borrachera “.
Lo decía en una carta a Alexander Woollcott de la revista The New Yorker, en octubre de 1940, la víspera de las elecciones que darían el cuarto mandato a Roosevelt, citada en el libro magnífico “El periodista y el poder, una biografía de Walter Lippmann ”, escrito por Ronald Steel. Citó esta carta en un comentario posterior en su columna “T & T” (Today and Tomorrow) en el New York Herald Tribune, el 2 de noviembre, y añadió esta definición del periodista político:
“Un periodista no es un personaje público, o al menos no debería serlo. No es ni una institución pública ni un núcleo de 'referencia' ni de 'liderazgo'; es un reportero y un comentarista que expone ante sus lectores sus hallazgos sobre asuntos que ha estudiado y no va más allá. No puede abarcar el universo, y si empieza a pensar que ha sido llamado para cumplir esta misión universal pronto (...) terminará diciendo cada vez menos cosas sobre cada vez más cosas hasta que al final hablará de todo sin decir nada”.
Buen verano.
Sobre este blog
“I believe that clear thinking and clear statement, accuracy and fairness are fundamental to good journalism”.
Walter Williams, 1914.
Degà de la primera escola universitària de periodisme a Columbia Missouri (EUA)