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La escuela ante la muerte: “Escuchar, escuchar, escuchar”

Llinars recuerda a los estudiantes y profesores de intercambio fallecidos

Pau Rodríguez

Barcelona —

La muerte de un ser querido, la profundidad del dolor posterior a la pérdida, es transversal. Nadie escapa al duelo, tampoco por supuesto los niños y adolescentes. Y en algunos casos, como en el trágico accidente del vuelo Barcelona - Düsseldorf, este proceso afecta a todo un conjunto de jóvenes y su centro educativo: ha sido el caso del instituto Giola de Llinars del Vallés, que recibió la noticia de la muerte de 16 estudiantes y 2 maestros alemanes que acababan de hacer un intercambio con sus alumnos; o del Colegio Alemán de Barcelona, que ha lamentado la pérdida de tres padres de alumnos del centro. Ante la muerte de familiares o compañeros por parte de niños y niñas, ¿cómo reacciona la escuela? ¿Qué herramientas tiene el maestro para ayudar a sus alumnos a superar la pérdida?

Antes de hacer cualquier recomendación, los expertos, psicólogos y educadores, avisan que la intensidad del dolor, y la manera de responder, depende mucho de los casos: no es lo mismo la pérdida de los compañeros de intercambio que la muerte de un alumnos del centro. Como tampoco es igual la reacción de un niño de Primaria que la de un estudiante de bachillerato.

“El proceso de duelo es interno, y responde a los ritmos de cada uno: por eso es importante de entrada no desplegar ninguna actuación aparatosa, sino acompañar y dejar el espacio para que los jóvenes en este caso verbalicen sus necesidades”, expone Gené Gordó , subdirectora de Apoyo y Atención de la Comunidad Educativa de la Generalitat. Gordó se refiere en este caso al apoyo, a través de psicólogos y psicopedagogos, que activa el departamento de Enseñanza en casos de tragedias y conflictos que afectan a los centros. “En un primer momento hay que escuchar, escuchar, escuchar”, reitera, “y luego ya diseñarás que necesita cada persona”.

El objetivo es evitar de entrada situaciones forzadas para personas que lo están pasando mal: evitar prohibiciones, no presionar a aquellos que no quieran exteriorizar cómo se sienten, escuchar activamente. Y dejar que sean los maestros y psicopedagogos del centro -con prioridad sobre el apoyo externo- los que gestionen la situación. De hecho, los profesionales consultados apelan siempre en primera instancia “al sentido común y el buen conocimiento que maestros y tutores tienen de sus alumnos”, en palabras del psicólogo y escritor Gustavo Martín.

Los protocolos siempre se supeditan a los valores humanos cuando se trata de atender al sufrimiento, pero aún así los maestros disponen de ciertas pautas para gestionar el duelo, desde el primer momento, el del choque, hasta la integración -sea cuando sea que llega- de la pérdida. “En primer lugar hay que decir la verdad: ser realista. No hay que dar demasiados detalles, pero sí aportar la información de los hechos y dejar después de que tomen la iniciativa los niños y niñas, que pregunten y se expresen”, expone África Macías, del grupo de duelo del Colegio de Psicólogos de Cataluña.

Macías se refiere en este caso a los adolescentes, pero también vale para los más pequeños. “La diferencia está en el lenguaje, adaptado a sus necesidades, pero evidentemente no has de ocultarles lo que ha pasado, sino facilitar que participen, que se expresen como lo saben hacer ellos, que en este caso puede ser con juegos o dibujos”, expone esta psicóloga.

Los dibujos, murales, las flores, las velas son también rituales que ayudan a las personas sentirse “confortadas”, apunta Concepció Poch, autora del libro Pérdidas y duelos. Los actos de conmemoración, como el que se celebró ayer en Llinars del Vallés, ayudan a compartir el duelo. “Las escuelas hacen bien de dejar expresar el dolor de manera comunitaria, con actos colectivos”, añade Macías. Y Gordó puntualiza: “Estos actos también deben ser en función de la diversidad de la comunidad: los procesos de duelo son diferentes en función de las culturas, puede ser diferente en el caso de familias venidas de fuera de Catalunya, y hay que tenerlo en cuenta”.

Del rito a la rutina

Del rito a la rutina Pero, ¿y al día siguiente? Intentar volver a la normalidad. ¿Significa empezar con las mates tan pronto suena el timbre? “No necesariamente, pero sí intentar retomar la rutina del día a día y, a la vez, estar predispuesto a seguir hablando del problema cuando los alumnos muestren la necesidad”, valora Macías. “Si había examen se puede aplazar unos días, pero es bueno que no mucho más”, añade.

Esta psicóloga también recomienda a los docentes y a las familias que, en los días siguientes, estén atentos a algunos de los síntomas que pueden presentar los niños y jóvenes en estas situaciones. Falta de concentración, problemas de sueño, con la comida o cambios de conducta pueden ser algunos de los trastornos que sufran durante los días siguientes a la muerte. “Si eso los maestros y familiares lo saben se quedan aliviados y no se asustan tanto”, detalla Macías. El maestro debe convertirse entonces en un observador, y si ve que estos síntomas se mantienen en el tiempo, o que son más graves que los señalados, sí lo puede comunicar a los padres y los psicólogos del centro.

Por último, otro ritual conjunto, que se suele aconsejar, es el del cierre. “La escuela debe facilitar también un espacio para el cierre, al cabo de unos días o cuando haga falta: las cosas no se cierran si no se ritualizan”, constata Gordó. Macías prefiere el concepto de “integrar la experiencia; los afectados a menudo no se lo acaban de creer, y esto sirve también para aceptar la realidad”. Con este objetivo el centro de Llinars ha preparado un acto este viernes.

Y sobre todo no olvidar el seguimiento. Las cámaras de televisión, afortunadamente o no, se irán; la preocupación de la comunidad educativa y local se irá diluyendo inevitablemente, pero el maestro deberá seguir dejando que las emociones puedan aflorar en clase.

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