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La tragedia del instituto Joan Fuster, en busca de respuestas educativas

El acceso al instituto Joan Fuster en Barcelona / ENRIC CATALÀ

Pau Rodríguez

La muerte de un profesor de instituto a manos de un menor de 13 años en el instituto Joan Fuster de Barcelona, un caso sin precedentes en España, ha impactado profundamente en la comunidad educativa, que se pregunta ahora qué ha fallado. ¿Cuáles son los mecanismos, si es que existen, que no se han activado a la hora de detectar una conducta como la del joven agresor? Las preguntas son muchas y, desgraciadamente, sus respuestas a menudo no son compatibles con los ritmos de consumo de información. Sin embargo algunos expertos señalan herramientas que deberían ayudar a detectar trastornos de conducta: entre ellos, una observación más cuidadosa por parte de los tutores, una relación más eficaz entre la familia y la escuela o una mayor presencia de psicólogos en el sistema educativo.

Pocas son las certezas, pero con precaución los psicólogos y educadores consultados lanzan algunas propuestas, a la vez que ven los centros de Secundaria poco permeables a los problemas emocionales de sus alumnos. “¿Cuál es el nivel de observación en los centros? Los docentes deberían tener tiempo para observar la vida de los niños y niñas”, valora el psicólogo Jaume Funes, que recuerda que a menudo los institutos cuentan siquiera con un profesional psicopedagogo para todos los jóvenes, además del seguimiento puntual de los Equipos de asesoramiento y orientación psicopedagógica (EAP), “más dedicados a la orientación que la prevención”.

Afirmar que quizás en este caso nadie lo hubiera podido prevenir no es incompatible, según los expertos, con constatar las carencias de los centros de ESO. Entre ellas, “la soledad del maestro”, según Olga Piazuelo, psicóloga y coordinadora del Grupo de Trabajo de la Adolescencia en Crisis. “Los profesores están solos frente a muchos alumnos, que se encuentran en una edad de estallido de su personalidad, y a menudo bajo mucha presión”, constata Piazuelo, que en este sentido considera que los centros deberían abrirse más a la presencia de psicólogos que “ayuden a trabajar dinámicas con los alumnos”.

Las declaraciones de la consejera de Enseñanza, Irene Rigau, apuntaron a que el alumno agresor habría sufrido un “brote psicótico”. Rigau resaltó que en los últimos meses no se había identificado ningún comportamiento extraño del joven, pese a que varios de sus compañeros recordaron actitudes sospechosas como una supuesta pasión por las armas. Y otra vez asalta la duda. ¿Nadie lo podría haber detectado?

“Hay situaciones que son imprevisibles, pero también hay condiciones objetivas que ayudan a que estas terribles historias no sucedan”, apunta Rosa Cañadell, portavoz del sindicato USTEC-STEs. “El profesorado está agobiado por el aumento de horas, de alumnos, de burocracia y de normativas cambiantes y cada vez tiene menos tiempo para compartir las problemáticas del alumnado”, constata. Con mucha más dureza, desde el sindicato de profesores de Secundaria ASPEPC enmarcan este hecho en un “problema de disciplina” derivado, según aseguran, de la “impunidad” con la que quedan “la inmensa mayoría de agresiones, verbales o físicas, al profesorado”.

Otro de los elementos que habría que reforzar ante casos de trastornos de conducta como el de este alumno, sobre todo para identificarlos y abordarlos a tiempo, es la relación entre la familia y el centro. Nuevamente Funes lanza una pregunta: “Aquí habría cuestionarse cuál era la relación de los padres y el instituto, si los padres habían pedido ayuda al tutor o no”, pregunta, teniendo en cuenta un contexto de Secundaria en el que el contacto con las familias es mucho más escaso que en Primaria.

Respecto a los supuestos brotes psicóticos, Piazuelo también subraya que “debe quedar claro que no todo el mundo que sufre brotes psicóticos tiene conductas agresivas y mucho menos como la de este caso”. Hay evitar señalar prematuramente causas simplistas y estigmatizadoras como los trastornos mentales o incluso el uso de las redes sociales, apuntan los expertos.

“En la escuela, en casa, con los amigos, en las redes, desde las instituciones, los que estamos convencidos del valor irrenunciable de la vida ajena, somos responsables de aportar recursos a la educación, difundirlos”, reflexiona la psicóloga social Dolors Reig en su blog.

El conjunto de variables que han llevado al alumno del Joan Fuster a cometer la serie de agresiones en el centro se irán conociendo a lo largo de los próximos días. El foco de los medios de comunicación ya estará lejos del instituto, pero la comunidad educativa seguirá preocupada por potenciar los mecanismos que la prevengan de tragedias que por ahora esperan que sean aisladas.

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