Estamos en un bucle. En un círculo en el que gestos y palabras se retroalimentan sin un desenlace, sin una salida. Durante dos días, Artur Mas protagonizó el mensaje y ahora le ha correspondido a Mariano Rajoy dar la respuesta. El presidente de la Generalitat se dirigió a los catalanes, a la sociedad española y a la comunidad internacional para reivindicar el derecho a votar. El presidente del Gobierno se ha dirigido, principalmente, a su electorado. Ha sido su discurso más contundente y duro respecto a las aspiraciones catalanas. La convocatoria de la consulta por parte de la Generalitat es un acto “de demagogia”, “antidemocrático” de “graves consecuencias” porque “fractura los lazos de hermandad”, “divide a los catalanes”, “los aleja de Europa”, provoca “el descrédito de las instituciones” y genera “frustración”. Es, en opinión de Rajoy, el resultado de la “política de hechos consumados, unilaterales, que llevan a un punto de no retorno”.
Y aunque en algunos aspectos Mariano Rajoy puede tener razón a la hora de dibujar este diagnóstico, se olvida de que cuando desde Catalunya las fuerzas políticas mayoritarias han intentado los caminos del consenso y la negociación se han encontrado siempre con el muro del Partido Popular y su entorno. Es el bucle que ayer reapareció con el consejo de ministros exprés, la suspensión fulminante del Tribunal Constitucional, las primeras concentraciones de protesta.
“Propongan una reforma de la Constitución”, proclama Rajoy, cuando sabe que Catalunya difícilmente concitará las mayorías necesarias para plasmar sus reivindicaciones en la ley de leyes. El argumento central de Rajoy es la “indisoluble unidad de la nación española” y la “soberanía única e indivisible del pueblo español”. Y la pregunta es ¿qué puede hacer una mayoría social en Catalunya que se siente nación? ¿Y qué vía les queda a quienes quieren ejercer la soberanía para decidir, incluso, seguir progresando junto al resto de España?
Mariano Rajoy habla de diálogo (“Aún podemos enderezar el rumbo”), pero carece de la credibilidad suficiente porque no lo ha practicado hasta ahora. Y tampoco son fiables las puertas que deja entreabiertas, porque parecen muy estrechas para acoger la magnitud del reto planteado desde Catalunya. Rajoy, posiblemente, acaba de ganar un puñado de votos entre los suyos y debe pensar que bien vale la tensión institucional en tiempos electorales. Pero su inmovilismo resulta irresponsable, tanto como el unilateralismo que reprocha a Artur Mas. A ambos, y a sus partidos, la confrontación les reafirma en su poder. El Partido Popular y CiU necesitan ideas fuertes, épicas, para superar las sombras de la corrupción y los fracasos en la gestión diaria de sus instituciones.
Rajoy tenía la posibilidad de apuntar una salida creíble y ha optado por despojar de toda legitimidad la propuesta que llega de Catalunya. Un discurso tan nacionalista como el que, en su opinión, emana del Palau de la Generalitat. Pero su responsabilidad es mucho mayor. Porque hemos llegado hasta aquí en buena parte por el uso electoral que él y su partido han hecho de Catalunya y porque él, como presidente del Gobierno, tiene la iniciativa política. Tiene la llave para salvar a los ciudadanos del bucle en el que nos han metido.