La implosión del Partit dels Socialistes (PSC), acelerada ahora con la marcha de algunos de los más importantes consejeros de los gobiernos de Pasqual Maragall y José Montilla, nos dice mucho sobre la situación de la izquierda en Catalunya tras muchos años de jugar el partido en un terreno de juego definido por sus rivales de la derecha nacionalista.
La socialdemocracia atraviesa en todo el mundo una impresionante crisis de identidad y de falta de ideas para hacer frente a una crisis imposible de afrontar con sus recetas tradicionales porque la globalización financiera ha erosionado a los Estados y, por tanto, las bases mismas sobre las que asentaba sus políticas para construir el Estado del bienestar.
En todo el mundo la socialdemocracia se ha visto envuelta en debates ideológicos de calado que han provocado importantes cismas hacia la derecha o hacia la izquierda. En Francia y Alemania, el Partido de la Izquierda y Die Linke nacieron precisamente por el impulso de líderes procedentes de la socialdemocracia y estos días hemos visto cómo en Reino Unido la sombra de Tony Blair, artífice del neolaborismo –la derechización del espacio en nombre de la modernización- casi se lleva por delante a Ed Miliband; mientras que en Italia y Francia se dirime una batalla frontal dentro del campo socialdemócrata gobernante entre social-liberales y una izquierda más vinculada a los sindicatos.
Son debates ideológicos durísimos porque está en juego el ADN mismo de la socialdemocracia y se dan en casi todo el mundo. Incluso en España, pese a que el PSOE lleva años dormitando: Izquierda Socialista -el ala izquierda del PSOE- logró el 15% de los votos en las primarias para elegir al líder del partido con la candidatura de José Antonio Pérez Tapias, cuyo programa exigía un giro a la izquierda.
La única excepción parece ser Catalunya, donde los debates en el espacio son también durísimos y se llega incluso a una escisión tan importante como la que vive ahora el PSC, pero no giran alrededor del futuro de la socialdemocracia, sino únicamente sobre el proceso soberanista.
Aquí no ha habido ni debate público ni tensión ni dimisiones ni bajas en el partido por asuntos que tengan que ver con el socialismo o la socialdemocracia: ni siquiera cuando José Luis Rodríguez Zapatero indultó ilegalmente al consejero delegado del Banco Santander, ni cuando este banco perdonó el crédito al PSOE, ni cuando La Caixa condonó el crédito al PSC, ni cuando Zapatero se arrodilló ante la troika en 2010 e impuso un giro de austeridad, ni cuando dijo que “bajar los impuestos es de izquierdas”... Ningún debate ni escisión, nada, nunca.
Y en cambio el partido histórico de la socialdemocracia catalana se escinde por el proceso soberanista.
La mayoría de dirigentes de Moviment Catalunya -qué nombre tan raro para un grupo de izquierdas han elegido los que ahora se marchan del PSC- son políticos que probablemente han dado lo mejor de sí mismos por este país, pero difícilmente puede sostenerse que han dejado alguna impronta en el eje izquierda-derecha.
Antoni Castells fue un solvente consejero de Economía que parecía obsesionado sobre todo por lograr el aplauso del Financial Times y La Vanguardia; el ex portavoz Joaquim Nadal está ahora imputado por supuestamente favorecer en una recalificación a la familia Lara, la ex consejera de Interior Montserrat Tura fue una dignísima representante de la política de “ley y orden”, más dura incluso que el actual consejero de Interior democristiano, y Marina Geli profundizó la misma política sanitaria que heredó de CiU, con un peso privado creciente, y además le parece perfectamente normal asesorar a la farmacéutica Abbott. Y si en Catalunya siguen hoy las subvenciones públicas para escuelas privadas que segregan por sexo es porque así lo prevé la Ley de Educación que firmó Ernest Maragall, hoy en Nova Esquerra Catalana, satélite de ERC, otro partido teóricamente socialdemócrata que no ha participado del gran debate mundial sobre el futuro del espacio.
Como el terreno de juego en Catalunya lo han definido exclusivamente los nacionalistas, esta escisión del PSC se presenta unánimemente como la del “sector soberanista” sin ni siquiera necesidad de indagar sobre si es también una “ala liberal” o “ala derecha”. Y es probable que esta indagación efectivamente no tenga sentido aquí porque lo que queda en el PSC no tiene tampoco ninguna pinta de “ala izquierda” o “ala socialdemócrata”, sino que lo que les une parece ser sobre todo la determinación de no querer romper con el resto de España.
Esto es lo que sucede cuando a la izquierda no le importa que la derecha nacionalista defina el terreno de juego: sea cual sea el debate en el mundo, aquí unos deben llevar la camiseta catalana y los otros la española.
Y en este partido las cartas están marcadas: los que han repartido las camisetas se han quedado con las mallas de local, conocen mejor el campo porque ellos lo han preparado, han buscado al árbitro y al realizador de televisión, que sabe perfectamente qué encuadres le conviene, han llenado la cancha de hinchas entusiastas y desde la megafonía jalean cada jugada, mientras que a la mayoría que lleva puesta la camiseta de visitante ni siquiera le apetece disputar este partido.
La goleada es inevitable.