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Mi madre murió el 24 de julio. Hacía un par de meses que nos habían comunicado desde la Generalitat que tenía derecho a cobrar 594 euros como beneficiaria de la Ley de la Dependencia. Cuando les pedí a partir de cuándo podríamos ingresar esa mensualidad, me dijeron que la Generalitat no tenía dinero y que volviese a telefonear pasados unos meses.
Cuando mi madre murió, contacté con los servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona para comunicarles que podían detener el correspondiente proceso administrativo. Hace unos días descubrí que habían ingresado 594 euros en la cuenta corriente de mi madre. Volví a contactar con el departamento de Bienestar y Familia de la Generalitat para comunicarles mi sorpresa. Me dijeron que no les había llegado la información de la defunción de mi madre y que, por eso, habían hecho efectivo el primer pago mensual ordinario.
Les pedí que no hicieran más pagos y me explicaron cómo tengo que proceder para cobrar los atrasos pendientes. Después de meses de ver cómo todo se hunde a mi alrededor, cómo muchos amigos se quedan sin trabajo, sin acceso al paro, sin casa porque no pueden pagar el alquiler o la hipoteca, o cómo les cortan el servicio telefónico, les niegan las prestaciones sociales mínimas, o cómo muchos subliman su frustración depositando esperanzas en una lejanísima independencia, me encuentro con que el Gobierno catalán –el mismo que no puede pagar a los farmacéuticos, las entidades de asistencia social y las organizaciones de cooperación al desarrollo y que cierra plantas de hospital y quirófanos– tiene aún la capacidad de iniciar el proceso de pago a una persona beneficiaria de la Ley de la Dependencia.
Quizás es una flor en el desierto. Quizás es un espejismo entre tanta desgracia acumulada. Pero me ha permitido, ni que sea por unos instantes, volver a creer que es posible una sociedad donde la Administración pública esté al servicio de la gente y no al revés. Luego, he vuelto a ver a la señora Merkel mover la cabeza de derecha a izquierda para negarse a cualquier decisión que la perjudique a ella y a los suyos, recordando con ese gesto que le importa un bledo si las personas dependientes de los países del sur de Europa reciben las ayudas que necesitan.
Que mi difunta madre empiece a recibir el dinero al que tenía derecho en una sociedad de bienestar y justicia social consolidados es un buen síntoma.
Que la señora Merkel aprenda a mover la cabeza en otra dirección sería la confirmación de que esa sociedad vuelve a ser viable.
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