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Los misales de Ferrusola, el Caso Palau y la losa de la corrupción

Josep Carles Rius

“Reverendo Mosén. Soy la madre superiora de la congregación. Desearía que traspasaras dos misales de mi biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia. Él ya le dirá dónde se deben colocar. Muy agradecida”. Este es el texto de la nota manuscrita, firmada por Marta Ferrusola el 14 de diciembre de 1995. Palabras que contribuyen al sentimiento de tristeza de los millones de catalanes que durante 23 años dieron el poder a su marido, Jordi Pujol. Constituye, negro sobre blanco, la prueba del cinismo de quien durante décadas fue el administrador ‘moral’ de un sentimiento, el nacionalismo catalán. Y que hoy aparece, junto a su esposa y sus hijos, como la cúspide de un sistema corrupto.

Jordi Pujol construyó un relato basado en valores y principios compartidos por una amplia mayoría social en Catalunya. La decepción de sus votantes es infinita. Pero Convergència era una extraordinaria maquinaria de poder. Y aún lo es. La última prueba llegó sólo una semana después de conocerse las demoledoras palabras de Marta Ferrusola. La Generalitat impuso su mayoría en el Consorcio del Palau de la Música para evitar que esta institución acuse a Convergència por el presunto cobro de comisiones de Ferrovial a cambio de obra pública. A pesar de los indicios flagrantes surgidos durante el juicio. Algo parecido ocurrió cuando la vieja Convergència aupó a uno de los suyos a la dirección de TV3.

Quienes creyeron en Pujol descubrieron el cinismo de la apariencia, de la moral que se aplica a los otros pero no a uno mismo; la que sirve como instrumento de control social. El clan por encima de todo, el sentido patrimonial de la política y del país. Y no es solo una cuestión personal o familiar. El pujolismo fue un régimen construido sobre múltiples complicidades y silencios, de políticos, de los empresarios que pagaban y de la prensa que calló. Complicidades y silencios que únicamente se explican en un país sumergido aún en los viejos hábitos del franquismo; en una Catalunya y una España donde perduraban (¿y perduran?) los caciques. La fortuna descubierta a los Pujol en los paraísos fiscales no revela solo un fraude fiscal, sino el saqueo del dinero público a través del pago de comisiones por parte de los contratistas de la Administración. Dinero para los partidos y dinero para el clan. Corrupción sistémica.

Para entender el «factor humano» que explica por qué tantos catalanes, durante tanto tiempo, dieron la confianza y la admiración a Jordi Pujol es muy recomendable recuperar 'Això és una dona! Retrat no autorizat de Marta Ferrusola'. El libro explica cómo el clan Pujol-Ferrusola logró tejer a su alrededor un verdadero régimen que mantuvo la hegemonía política en Catalunya. El libro, escrito por la periodista Cristina Palomar en 2015 fue prácticamente silenciado por la prensa, en una prueba más del poder que aún conserva la vieja Convergència. En el libro refleja muy bien una época de una cierta Catalunya, la que después de la posguerra y el franquismo abrazó el catalanismo y la democracia de la mano del movimiento político y social liderado por Jordi Pujol. Esta Catalunya sufrió el día de la confesión del ex presidente de la Generalitat, un duro golpe emocional, seguido después de una sensación de luto colectivo.

Quienes habían convertido a Pujol en el padre de la patria, en su referente político e, incluso, moral, necesitaban encontrar un por qué. Sin una explicación, el fracaso de Pujol era también el fracaso vital de quienes le habían votado y admirado durante «toda una vida». Resultaba, pues, imprescindible señalar un culpable que, de alguna forma, “salvara” al President. Y, de pronto, todas las miradas se dirigieron a Marta Ferrusola. La esposa de Pujol era el “factor humano” que explicaba la debacle. La nota escrita por Ferrusola podría abonar esta tesis. Pero no estamos ante un “fallo humano”, de una persona o de una familia, si no ante un caso sistémico, un régimen clientelar que utilizó, y todavía utiliza, a Catalunya como patrimonio para enriquecerse y acumular poder. Y que no tuvo reparos en utilizar como ‘tapadera’ al Palau de la Música, símbolo de la cultura catalana. Y que no tiene reparos hoy en intentar enmascarar el proceso judicial del Caso Palau.

La experiencia del hundimiento del clan Pujol debería servir para que la sociedad catalana se emancipe de una vez de los falsos padres de la patria y sus redes clientelares. Pero el mundo del pujolismo, ahora transformado en otras expresiones sociales y políticas, permanece muy presente. Por eso la corrupción todavía es una losa insoportable en Catalunya, como demuestra el último episodio del patronato del Palau de la Música, ocurrido mientras aún resonaban las palabras de Marta Ferrusola. Por eso la Catalunya que creyó en Jordi Pujol y en su obra política, CDC, necesita primero hacer una catarsis. Y después abrir un profundo proceso de regeneración democrática.

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