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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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La relación con los pueblos de España

Jordi Borja

Es una cuestión importante, delicada y manipulable. Ahora hay que reconocer que esta relación no es buena y puede fácimente empeorar si el proceso independentista va hacia adelante. Pero no es evidente que en el caso de que se produjera la independencia fuera peor, probablemente tendería a mejorar. Hoy partimos de una relación manipulada por la demagogia y la irresponsabilidad de los líderes políticos de los partidos estatalistas y de los medios de comunicación. Han utilizado los resortes del poder político y mediático para acusar al conjunto del pueblo catalán de insolidarios con el resto de los españoles, de marginar a los que viven en Catalunya y son originarios de otras regiones españolas, de imponer la lengua catalana a todos y discriminar la lengua castellana. Tratan a las instituciones y líderes catalanes de totalitarios, aventureros, contrarios a la democracia. Promueven incluso campañas contra los productos de origen catalán. Es decir, practican ya el separatismo, la xenofobia y el enfrentamiento entre pueblos. ¿Cuál es la fechoría catalana que merece esta animadversión? Simplemente la voluntad de una gran mayoría de los ciudadanos catalanes de ejercer el derecho a decidir su futuro por medio de una consulta no vinculante.

También hay en Cataluña algunos grupos y personajes con vocación de talibanes que despotrican contra los “castellanos” o “españoles” y un sentimiento ampliamente difuso en sectores de la sociedad catalana de que en el resto del Estado no se nos quiere y de que los gobiernos españoles nos tratan mal. Un caso anecdótico es que nunca hubo un catalán como jefe de gobierno desde 1870, cuando lo fue por unos meses un general que murió asesinado, y los presidentes de la primera República, que por cierto duró un año y medio.

Pero ni los medios de comunicación ni los líderes políticos participan de este juego peligroso de enfrentar a “pueblos” por razones obvias. Suponemos que por sentido de responsabilidad y por el simple hecho de que Cataluña es una sociedad integradora en la que conviven catalanes de varias generaciones, descendientes de inmigrantes del resto de España y actualmente también inmigrantes de otros países.

El conflicto es con el Estado, no con los pueblos. Una parte importante de los catalanes de hoy tienen orígenes en todas las regiones españolas. Sería absurdo generar animadversión hacia sus lugares de procedencia o de donde eran sus antepasados. Pero no hay una comunidad catalana y otra comunidad española o castellana. La emigración a Cataluña tiene una larga historia. Primero fue de regiones limítrofes en el siglo XIX. A partir de principios del XX se extendió a toda España hasta que prácticamente se interrumpió el flujo a mediados de los 70. El resultado es que hay un continuo que va de los catalanes de muchas generaciones hasta los llegados en la década de los 70 que ahora tienen hijos e incluso nietos. No hay una base real para para provocar un enfrentamiento entre dos comunidades contrapuestas que no existen. Aunque siempre se pueden estimular enfrentamientos por medio de la demagogia y la mentira. La lengua no es una división aunque una minoría lo haya intentado y otros, fuera de Cataluña, lo hayan magnificado y el gobierno español lo utilice para reducir la enseñanza del catalán. La realidad es que la gran mayoría mezclamos continuamente catalán y castellano y si Cataluña fuera independiente las dos lenguas serían oficiales, como lo son ahora.

Sin embargo, es cierto que muchos de los nacidos fuera de Cataluña o sus hijos o nietos mantienen lazos sentimentales o familiares. En algunos o quizás muchos casos viven la situación con alguna angustia como si tuvieran que optar entre Cataluña y España, o su pueblo o comarca de Andalucía o Galicia o Aragón. Y desearían una solución pactada que no fuera una ruptura. En otros casos es todo lo contrario. Los hay que se aceptan de buen grado lo que les parece que es la voluntad de la mayoría o incluso afirman su identidad y su integración formando parte del actual movimiento popular. Otros se manifiestan indignados por las campañas contra Cataluña y regresan de sus pueblos -o de los de sus padres- convertidos en independentistas o por lo menos dispuestos a aceptar esta posibilidad.

En todo caso, sea cual sea la relación futura de Cataluña con el Estado español, las relaciones sociales y familiares, o culturales, económicas y profesionales, no tienen porque debilitarse o obstaculizarse. El autor ha vivido esta dicotomía en una situación distinta pero con cierto paralelismo. Mi educación fue francesa desde los 4 hasta los 14 años. A los 20 estaba viviendo en Paris, forzado al exilio, y allí viví 7 años seguidos. Aprendí primero el francés que el castellano, la historia francesa antes que la española y durante muchos años me sentí perseguido por las autoridades españolas franquistas y en cambio acogido por las instituciones francesas. Mis lazos sentimentales se forjaron con Francia y los mantengo sin problema alguno. Más tarde fui estableciendo lazos políticos, profesionales, personales, culturales y sentimentales con personas y colectivos de diversas ciudades y regiones españolas. Además nos unía la lucha contra la dictadura y como catalán me sentí siempre acogido por los resistentes de toda España, quienes siempre aceptaban el derecho a la autodeterminación de Cataluña. Me sentí orgulloso de vivir en un Estado y una sociedad que iniciaba un difícil proceso democrático, que progresivamente ha ido degenerando en todos sus aspectos no solo en relación a Cataluña, ni mucho menos.

Pero los lazos solidarios con las personas y los pueblos se han mantenido siempre y no me imagino que sea cual sea el futuro de Cataluña vayan a resquebrajarse. Las fronteras de los Estados cumplen funciones limitadas, hoy no separan a los europeos. Independientemente de como termine, la relación entre Cataluña y España no debe establecer fronteras sino lazos de colaboración. Los afectos, la memoria y los vínculos personales en ningún caso requieren pasaporte. Son situaciones como las actuales las que nos separan. Una relación nueva, pactada y solidaria, nos unirá más a todos.

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