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¿Qué es la CUP? Las exigencias del anticapitalismo condicionan la nueva Generalitat

David Fernández celebrando la entrada en el Parlament de la CUP en 2012

Jordi Molina

La CUP será necesaria para garantizar una mayoría independentista en el Parlament. Esto sitúa a la izquierda independentista, de profundas convicciones anticapitalistas –y que hasta 2012 no había pisado la sede parlamentaria– ante el reto más determinante de su historia reciente. No solo tendrán la llave para investir a un presidente, que bajo ningún concepto quieren que sea Artur Mas, sino que su crecimiento es decisivo para condicionar los futuros pasos hacia la creación de una República Catalana.

El programa de la CUP es nítido y contundente. La izquierda independentista ha repetido que más allá de una ruptura con el Estado español, es necesaria una ruptura con los dictados de la UE y la Troika. Algo que pone contra las cuerdas a la lista de Junts pel Sí, con sensibilidad conservadora, sobre todo entre sus miembros procedentes de las filas de CDC. “No pagaremos su deuda” es, sin ir más lejos, el punto 3 de un programa que propone la proclamación de la República Catalana.

Una de las líneas rojas de la CUP es no investir Artur Mas. “Mas no es imprescindible”, reitera este martes en una entrevista en este medio Antonio Baños, que espera nuevos “nombres de consenso” para poder investir un presidente. De momento, Raül Romeva o Oriol Junqueras son las dos figuras que podrían desbloquear el debate. Una condición indispensable para que la izquierda independentista se sume a un gobierno de concentración es que ponga en marcha su “plan de choque ciudadano”, otra de sus propuestas nucleares. La formación ha subrayado que no renunciará a su paquete de medidas para sacar de la pobreza extrema a 472.000 catalanes, que costaría unos 6.900 millones de euros.

¿Pero cómo ha llegado un partido desconocido para muchos a tener hoy la llave del gobierno de Catalunya? “Vamos despacio porque vamos lejos”, suelen decir sus militantes. La historia de la CUP viene de lejos y de cerca a la vez. De lejos porque sus fundamentos beben del Partit Socialista d'Alliberament Nacional (PSAN), que nació en 1968 con la independencia y el socialismo como objetivos irrenunciables. Pero también de cerca. No ha sido hasta su entrada en el Parlament cuando su presencia ha roto las costuras del municipalismo para presentarse al gran electorado.

Los datos hablan por sí solos. La CUP ha pasado de los 126.435 votos (3,47%) en 2012, pasando por los 221.577 (7,14%) de las municipales del 24-M, hasta los 336.135 (8,21%) obtenidos este 27 de septiembre. O lo que es lo mismo: de 3 a 10 escaños en el Parlament en las autonómicas y 372 regidores en las municipales, cuatro veces más que los que tenían hace cuatro años. También han logrado alcaldías como la de Badalona. “Ya no solo nos vota la Catalunya catalana”, subrayaba Baños en hace unos días, en alusión a las 70.000 personas del área metropolitana que apoyaron a la CUP el 24 de mayo.

Entre los principales logros de la formación hay que destacar su entrada por primera vez en el Ayuntamiento de Barcelona en las últimas municipales -con 3 concejales-, en el de Tarragona -2- y el de Lleida -2-, mientras que en Girona pasó de los dos que sumó en 2011 a 3 actualmente. Además, logró hacerse con Alcaldías como la de Berga (Barcelona), donde arrebató a CiU el primer puesto aunque ambas fuerzas tendrán seis concejales, y en La Vilella Alta (Tarragona).

El bautizo de la CUP “en Matrix”

El bautizo de la CUP “en Matrix”Matrix es como la CUP llama al Parlament. “A veces nos tenemos que tomar pastillas rojas para no perder la noción de la realidad aquí dentro”, solía decir David Fernàndez en tono irónico. Seguramente no se entiende el crecimiento de la CUP sin este diputado. Recordado por enseñar un zapato al “gángster” Rodrigo Rato, los interrogatorios a los exdirectivos de Caixa Penedès –“¿conocen la mafia? Pues mírense al espejo”— o la comparecencia de Jordi Pujol, “¡Usted es un ladrón!”.

De hecho, a más de un diputado se le pusieron los ojos como platos cuando Fernàndez debuto como parlamentario en el debate de investidura el 21 de diciembre de 2012. “Somos hackers de lo imposible”, anunció el ahora exdiputado, que selló una intervención muy recordada, elogiada, incluso, por Duran i Lleida, y que situaba en la agenda conceptos hasta entonces poco abordados en sede parlamentaria. “Desobediencia, anticapitalismo o cooperativismo” resonaron en el Parlament en un día que marcaría un antes y un después en la historia reciente de la izquierda independentista.

Antes de ese fecha, la CUP partía de un proyecto municipalista que, hasta el momento, le había permitido utilizar las instituciones como altavoz de las luchas populares. Para la CUP, el reto parlamentario solo tenía sentido y estaba justificado si no era a costa de perder su esencia. “No representamos a nadie, en todo caso hay luchas que nos representan”, contaba Fernàndez en una entrevista. Una alternativa rupturista y sin renuncias aparecía para quedarse tras años de ausencia en el Parlament, pero no sin debate previo.

En marzo de 2012, la asamblea de la CUP celebrada en Reus reflejó un empate técnico entre los militantes que querían dar el salto al Parlament y los que no. Un debate que siempre estuvo latente y que solo la excepcionalidad del momento político, social y económico cerró meses más tarde. El 13 de octubre posterior, en Molins de Rei, el salto de la izquierda independentista a la máxima institución catalana contó con el apoyo del 80% de su militancia.

El 9N y la intervención de la CUP

El 9N y la intervención de la CUPUn capítulo paradigmático tuvo lugar a las puertas del 9N, cuando la CUP fue el único partido en apoyar a Mas en su cambio de planes para la consulta sobre la independencia de Catalunya. Un apoyo contra pronóstico que quedó plasmado, unos días después, en la polémica foto del abrazo entre David Fernàndez y el líder de CDC.

Fue un escenario con algunos puntos en común con el que se podría vivir a partir de ahora. “Como dicen en América Latina, para ver el sol hay que pisar el barro, la política es caníbal y esto es Matrix”, decía Fernández en una entrevista en el programa Salvados para justificar las posibles contradicciones que suponía el apoyo de la izquierda independentista al nacionalismo conservador. “Gracias al Estado español pueblos tan distintos, como el que representa la CUP o el de CiU, no hemos puesto de acuerdo”.

También bajo el mando de David Fernàndez, la CUP ha presidido la comisión de investigación de la Cámara catalana sobre el fraude fiscal, por la que desfilaron, entre otros, el expresidente de la Generalitat Jordi Pujol y buena parte de su familia tras la confesión de haber tenido una fortuna en el extranjero sin regularizar durante más de 30 años.

Pasados tres años, prácticamente todas las fuerzas políticas reconocen, en público o en privado, que la irrupción de la CUP ha movido hacia la izquierda el Parlament. Una Cámara donde el extremo izquierdo estaba flanqueado por ICV-EUiA, que tras su paso por el Govern del Tripartit se diluyó como la opción que expresaba mayor radicalidad democrática. Hoy, ese paso penalizador por el gobierno sirve de espejo a la CUP. Tras años de papeles secundarios en las instituciones, la izquierda independentista afronta hoy su mayor reto con el riesgo de caer en contradicciones.

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