‘Que no cabe en la cabeza’ es el título de la exposición de Javier Garcerá que acoge el Centre del Carme como un juego de palabras con el que el artista valenciano vuelve a Valencia para presentar al público una trayectoria artística y vital que le ha llevado por varias ciudades del mundo en los últimos años.
La propuesta que Garcerá ha planteado expresamente para la Sala Ferreres seduce al espectador y le propone un doble juego: por un lado reflexionar sobre qué es aquello que no cabe en la cabeza, que la razón no entiende, y por otro lado les invita a sentir, mediante el uso de la luz, como principio y fin del color, incluso con el sonido.
“Observado desde lejos, con una mirada rápida, parece que el lienzo sea monocromo”, explica Garcerá, quien invita al espectador a detenerse, ante sus cuadros de más de cinco metros de altura, a mirarlos desde cerca, y a caminar alrededor de ellos “en la proximidad, si verdaderamente prestamos atención a la obra, descubrimos un paisaje que además varía según nos desplazamos en el cuadro, con el juego de la luz”.
“Mi exposición habla del tiempo, pero no lineal, como una narración, sino del tiempo en profundidad, de la imagen que se desvanece, como en la vida, todo es impermanente. Nadie puede llegar a abarcar esta obra, porque cambia según la miras y según quién la mira”.
“La apabullante conclusión a la que nos lleva el título de la muestra es que son infinitas las cosas y las cuestiones que no nos caben en la cabeza, que somos incapaces de entender, de comprender, de asimilar. Y sin embargo es inmenso el poder que le hemos otorgado a esa singular cualidad humana”, explica Juan Bautista Peiró, comisario de la muestra.
Desde esta paradoja, profundamente asumida a lo largo de dos décadas, Garcerá ha ido diseccionando la compleja dialéctica que encerraba el paisaje como manifestación cultural del secular conflicto entre la Naturaleza que nos rodea y nuestra última e íntima naturaleza. Paulatinamente, ha ido focalizando su atención hacia interiores construidos y abandonados y finalmente hacia el espacio de trabajo, el estudio, también lugar de meditación, de reflexión, de creación.
Según Peiró, “la obra de Garcerá es muy intimista, casi espiritual, que va desde el exterior, en sus primeras fases en los que todavía se observa el paisaje natural, hacia el interior: su obra habla de su propio trabajo como pintor”.