“Dulce es la tierra cuando aparece ante los ojos de los naúfragos” (Odisea, XXIII, 232, Homero).
Dulce es la costa de Algeciras, o de Chios, o de Lampedusa… dulce es la costa para los que ya no tienen otra opción de supervivencia, dulce es la costa para los que llegan a verla. Como Ulises, se someten a una odisea en busca de un futuro mejor.
Mi proceso no es en este caso denunciar las injusticias o abrir un debate ya instaurado en nuestras sociedades, sino incitarnos a reflexionar y ver desde una nueva perspectiva la odisea trágica de la migración, y situarnos de cara al viaje hacia el desconocido, hacia lo que debe ser una vida mejor, incluso al precio de la vida misma, y franquear fronteras humanas y geográficas como las cartografías y paisajes topológicos de las manchas de pintura o acuarela, largas perspectivas de ensoñación o psico-geografias del viaje, el eterno arquetipo del laberinto que no ayuda a los hombres en su búsqueda de una vida apacible.
Un elemento se repite, el esqueleto de una barca, restos solitarios, símbolo trágico de la inseguridad del viaje, baos, quilla y roda que componen los cruces de las difíciles elecciones del camino. Caminos de mar y caminos de desierto, los biotopos naturales más duros y menos favorables a la existencia. En frente de sus superficies desesperadamente vacías, oscilamos entre el ensueño y la desesperación.
Desgraciadamente, no nos enfrentamos a un tema muy positivo pero, en señal de esperanza, he querido trabajar con colores y con la ayuda del diorama, apegado a mi propia tradición. Si encontramos un carácter poético en este trabajo, es porque se trata de un viaje inmóvil y de una odisea sin riesgos.
“Desgraciado, acuérdate de tu patria, si es que tu destino es que sobrevivas y llegues a tu alta morada y a la tierra de tu patria” (Odisea, X, Homero).