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Ejemplo de perdón y reparación

Simón Alegre

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Me resultaron muy gratas las manifestaciones de perdón de las víctimas del asesino de Charleston. No hace falta ser cristiano para tener esta actitud. Es preciso, por otra parte, tener una humanidad a prueba de bombas. El perdón verbal no deja de ser un acto formal. La justificación esencial que llena de contenido la acción es la intención de no participar en una vorágine de odio racial. He ahí la altura moral de los afectados.

La reacción de estos feligreses llama poderosamente la atención, por el hecho de haber sido objeto, en este caso concreto, de una violencia unilateral y ciega. Sin embargo, hay tesituras más enrevesadas y enmarañadas en las que, a menudo, tendemos a olvidar la importancia de gestos que van en esta línea.

Digo esto a colación del reciente tour de Iñaki Rekarte por los medios de comunicación para mostrar su arrepentimiento por el daño que causó como miembro de ETA. Es evidente que no hay compensación posible para la irreversibilidad de sus acciones, pero ello no quita mérito a la contribución realizada desde la reflexión personal. La sinceridad con la que se expresa es elocuente. También me parecen un paso adelante, aunque serían necesarias más demostraciones públicas para testar su validez, la presencia de José Amedo en encuentros de víctimas de ETA y GAL y la abjuración de sus delitos. Como decía Rekarte, lo difícil es perdonarse a uno mismo, pero más complicado es pasar la prueba de la empatía social.

No seré yo quien caiga en el error de justificar la violencia de estos grupos. Con las limitaciones inherentes a la democracia formal, los vascos tuvieron ocasión de expresar sus preferencias respecto al marco nacional. Eso sí, con la coacción omnipresente del Ejército español, durante la Transición, respecto a lo que Habermas define como una comunidad ideal de comunicación. Tampoco voy a equiparar la violencia del Estado con la del terrorismo, pero sí que me gustaría recalcar que la tortura, las arbitrariedades y, en suma, la Guerra Sucia no han ayudado a frenar la espiral de acción-reacción-acción. Se ha mejorado lo que no está escrito, en este aspecto, ya que el listón de las garantías español estaba bajísimo, lo que permite pensar en un futuro menos oscuro y lastrado por el pasado. Algunos esgrimirán que aquella Guerra Sucia ha contribuido a la derrota de ETA. Señalarán que forzó a Francia a sensibilizarse contra el terrorismo, un paso clave para la persecución técnica del fenómeno. Sin embargo, yo opino que las guerras sucias (también las de antes de los GAL) solo han conseguido ensanchar la inhibición social ante actos de naturaleza vil, como matar al cartero del pueblo, y retrasar, más aún, la cicatrización de viejas heridas.

Entretanto, los hay que se empeñan en minimizar el valor de las manifestaciones de perdón y arrepentimiento. Curiosamente, a muchos de ellos no les ha tocado de cerca este dolor, pero lo jalean cual hooligans mediáticos. Mayor es su irresponsabilidad. Especialmente, si se compara con el esfuerzo de quienes se arriesgan a ser críticos con su antigua zona de confort.

Los hay, incluso, que se ríen de una cosa tan humana como sacar a los muertos de una cuneta. No es cuestión del pasado, es de humanidad.

El odio es un combustible inagotable. Por eso, hay tanto acrítico que lo compra barato.

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