Más energía limpia, las mismas emisiones, ¿de dónde vienen ahora?

Sucio como el carbón

Darío Pescador

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Según Bloomberg, en 2020 el mundo gastó la cifra récord de 501.300 millones de dólares en energías renovables, vehículos eléctricos y otras tecnologías para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y en 2022 el gasto acumulado superó el billón de dólares.

Sin embargo, estos esfuerzos no parecen haber reducido significativamente las emisiones. Lo que sí lo hizo fue la pandemia. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) afirma que las emisiones mundiales se redujeron en casi 2.000 millones de toneladas en 2020, lo que supone el mayor descenso en términos absolutos de la historia.

La Universidad de Stanford calculó que las emisiones de dióxido de carbono procedentes del petróleo, el gas y el carbón en 2020 serían un 7% más bajas respecto al año anterior. Por supuesto, esto no duró.

En cuanto se recuperó el transporte mundial, las emisiones de CO2 rebotaron con fuerza en 2021 hasta sus niveles anteriores, y a lo largo de 2022, aunque solo aumentaron en un 0,8% respecto al año anterior, alcanzaron un nuevo récord con un total de 37.500 millones de toneladas.

Según Carbon Brief, el aumento proviene del incremento en las emisiones por los combustibles fósiles, aunque no de forma uniforme. El CO2 de los combustibles fósiles descendió ligeramente en China, se mantuvo igual en Europa, y se incrementó ligeramente en EEUU.

El mayor aumento proviene del resto del mundo, especialmente La India. De acuerdo con los autores del informe de Global Carbon Project, las emisiones de CO2 se han mantenido estables, con la excepción de la pandemia, desde 2015.

Pero para cumplir los objetivos climáticos globales de limitar el calentamiento a menos de 2ºC, las emisiones no solo tienen que estabilizarse. Es necesario que disminuyan rápidamente hasta alcanzar las emisiones netas cero en la segunda mitad de este siglo. Mientras las emisiones se mantengan, el mundo seguirá calentándose.

¿De dónde vienen las emisiones?

El crecimiento de las energías renovables es imparable. Según el Instituto de Recursos Mundiales, la cuota de mercado de la energía solar y eólica en la generación mundial de electricidad creció a una tasa media anual compuesta del 15% entre 2015 y 2020, y se espera que se incremente un 50% más entre 2021 y 2026.

China, el país que más emisiones genera por su tamaño y su dependencia de las centrales eléctricas de carbón, también es el que lidera el cambio a las renovables, seguido de EE UU y Brasil.

Estos buenos datos llevaron a algunos analistas a predecir que 2021 marcaría el punto más alto de las emisiones, y a partir de ahí empezarían a descender. Pero no contaban con la guerra.  

En los dos últimos años, el carbón ha resurgido. La invasión de Ucrania por Rusia ha elevado los precios del gas natural en todo el mundo, lo que ha llevado a algunos países europeos como a Alemania a recurrir al carbón para contener los precios de la energía.

Gracias a los continuos cierres por pandemia en China, su consumo de carbón se moderó pero muy cerca, en la India, el uso del combustible más sucio del mundo se ha disparado, con un aumento del 5% 2022, sumado al 15% del año anterior.

Sumando todo, las emisiones procedentes de la combustión de carbón han aumentado casi en 1.000 millones de toneladas, anulando los ahorros de las renovables. Además, hay otro riesgo que no tiene que ver con los combustibles fósiles: la desforestación.

Aunque suponen un porcentaje pequeño respecto a las emisiones totales de CO2, la quema de bosques tropicales sigue añadiendo toneladas a la atmósfera, Sobre todo en Brasil, Indonesia y la República Democrática del Congo.

Para que las emisiones empiecen a disminuir, es necesario que los países más ricos reduzcan sus emisiones mucho más rápidamente y, además, ayudar a los países en desarrollo a cambiar a fuentes de combustible con menos emisiones, y detener la deforestación.

Esta última parte es la más complicada. Las negociaciones sobre el clima de los últimos años en la ONU se han centrado en decidir quién paga la factura, y los países pobres no están dispuestos a renunciar a su desarrollo económico, aunque sea a costa de calentar el planeta, y esperan que los países ricos lideren el cambio. Entretanto, la temperatura sigue subiendo.

* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo 

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