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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

¿Atrapados sin salida? Idomeni y el horror

Wolfgang Kaleck

  • Desde el inicio de este blog mi idea era incluir en este espacio las contribuciones de colegas a quienes debo inspiración y motivación. Este post ha sido escrito por Eva Bitrán, quien trabaja en el Área de Crímenes Internacionales y Responsabilidad del European Center for Constitutional and Human Rights (ECCHR), especialmente en el Proyecto de Migración. En las últimas semanas la autora ha estado dos veces en el campamento de refugiados de Idomeni, ubicado en la frontera greco-macedonia.

Desesperación y desconcierto: así se percibía y así se percibe hoy la vida en Idomeni, un pequeño pueblo griego ubicado cerca de la frontera con Macedonia. Con el tiempo, este pequeño pueblo ha pasado de ser una parada en la ruta hacia Europa Occidental a un campamento semi permanente donde durante varias semanas (mal)vivieron más de diez mil refugiados, que quedaron ahí, atrapados, en la mitad de su viaje. La semana pasada la situación en Idomeni volvió a cambiar, dado que la policía griega desalojó el campamento.

Ya desde el verano pasado varios países de Europa habían cerrado, uno tras otro, sus fronteras a migrantes y refugiados. En noviembre de 2015 los gobiernos de Eslovenia, Serbia, Croacia y Macedonia comenzaron a negar el paso a cualquiera que no tuviera papeles de Siria, Irak o Afganistán. La frontera greco-macedonia fue cerrada el 8 de marzo de 2016, tan solo horas después de la cumbre de Bruselas e inmediatamente después del cierre de fronteras entre Serbia a Austria. Así, miles de solicitantes de asilo no tuvieron oportunidad alguna de obtener reparación por las violaciones de sus derechos humanos. En otras palabras, la Unión Europea y sus países vecinos lograron, de forma bastante efectiva, dejar de aplicar derechos fundamentales.

Como resultado, Europa vivió y vive hoy una catástrofe humanitaria, evidente al llegar a Idomeni. Lo primero que impactaba era el número de niños en el lugar: miles de pequeños corriendo en el barro, a punto de salir volando con el viento que azota. Como refugio, lo más común era ver carpas o tiendas improvisadas que no estaban preparadas para la lluvia o el viento de inicios de primavera. Las filas para obtener alimentos, ducharse u obtener atención médica de urgencia eran interminables. La lumbre se prendía con lo que hubiera a mano, porque al menos así se soportaba la enorme humedad del lugar. Todos tosían.

La primera vez que visité el campamento, en marzo, con mi colega del ECCHR de Berlín, fue justo dos semanas después de que la frontera fuera formalmente cerrada y una después de la llamada “Marcha de la Esperanza”, del 14 de marzo de 2016. En esa marcha, más de dos mil refugiados ingresaron a Macedonia bordeando la valla y vadeando un río, llegando a un pequeño pueblo llamado Moin. Ahí los esperaba la policía antidisturbios de Macedonia en vehículos blindados. Los activistas y periodistas que estaban allí fueron arrestados y separados del grupo, mientras que a los migrantes y refugiados (después de pasar varias horas a la intemperie) les trasladaron en camiones y les obligaron a cruzar la frontera griega (algunos lo hicieron por un agujero en la alambrada hecho especialmente para este efecto). Esta fue la expulsión colectiva más grande de los últimos años en Europa, pero no es un hecho aislado: las violentas devoluciones en caliente son el pan de cada día en Idomeni, así como en otros puntos de la frontera exterior de la Unión Europea.

Los migrantes y refugiados son expulsados sumariamente, violando de forma evidente la Convención Europea de los Derechos Humanos y sin oportunidad alguna de acudir a algún tribunal europeo. Es simplemente una privación de derechos que pocos están en condiciones de contestar. Sin embargo, en febrero de 2015, dos hombres de Mali y Costa de Marfil presentaron una demanda contra España ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con el apoyo del ECCHR, por la devolución en caliente de la que fueron víctimas en la frontera hispano-marroquí.

Volvimos al campamento seis semanas después, a mediados de mayo. El ánimo de la gente era distinto, pero el desconcierto seguía. Los migrantes y refugiados son familias enteras, con niños, abuelos, etc. Son familias con arquitectos, ingenieros y abogados, que hoy re-evalúan sus posibilidades e intentan buscar la ruta más segura (o menos mortal) para seguir adelante. Conversamos con una familia de cuatro personas que había intentado cinco veces pasar la frontera y entrar a Macedonia. Las cinco veces pagaron a un contrabandista de personas y las cinco veces fueron devueltos a Grecia. Muchos vuelven golpeados y hasta con quemaduras infligidas por la policía de Macedonia. Otra pareja -también devuelta en caliente desde Macedonia- perdió a dos de sus hijos a manos de las fuerzas de Baschar al-Assad, pero logró escapar junto a su hija. “No podemos continuar, no podemos volver, pero tampoco podemos quedarnos acá”, dijo el padre.

Las cifras confirman la frustración de estas personas. Con el acuerdo entre la UE y Turquía, quienes hayan llegado a Grecia antes del 20 de marzo y quieran solicitar asilo, pueden hacerlo, pueden ser reubicados dentro de Europa y pueden pedir la reagrupación familiar, pero para ello tienen que contactarse por skype con un usuario determinado, disponible sólo a determinadas horas, dependiendo del idioma y ubicación del solicitante. Obviamente, también necesitan tener una cuenta de skype, conexión a internet y, lo que es trascendental, deben lograr comunicarse. Ninguno de los solicitantes de asilo que conocimos ha podido comunicarse, de forma que en realidad se les niega de forma sistemática su derecho a tener derechos. Lo que es peor aún es que, en el caso de lograr comunicarse, sus perspectivas no son mucho mejores, pues según lo señalado por Welcome to Europe, “de los 66.400 migrantes y refugiados que la Unión Europea planeaba sacar de Grecia y reubicar en otros países de la UE durante los próximos dos años, sólo 584 personas fueron reubicadas entre noviembre del 2015 y marzo del 2016 y sólo otras 208 después de que el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía entrara en vigor”.

Desde el cierre de fronteras, las autoridades han intentado reubicar a quienes permanecen en Idomeni -entre diez mil y catorce mil personas- en campamentos administrados por el Gobierno, que generalmente son antiguas cárceles u hospitales psiquiátricos. El día de nuestra visita, un grupo de migrantes -que voluntariamente aceptó ser trasladado al campamento administrado por el ejército griego- era trasladado en autobuses cubiertos de publicidad de una agencia de viajes, que promocionaba: “Toma hoy tus locas vacaciones”.

Hoy las fronteras siguen cerradas y quienes logran cruzar la valla son objeto de las ya comunes “devoluciones en caliente”. La ilusión de la reubicación y reunificación parece imposible y la sombra de la expulsión es una amenaza constante que pende sobre sus cabezas.

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