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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

La FIFA después de Blatter

Gonzalo Boye Tuset

Jefe del Departamento Legal de la Federación Palestina de Fútbol —

Cuatro días ha durado este último mandato de Joseph Blatter como presidente de la FIFA. Sus esfuerzos por ser reelegido para otros cuatro años dieron fruto, pero, inmerso en la lucha por el poder, no se dio cuenta de que su destino ya no dependía de los votos de las federaciones, sino de la dinámica judicial iniciada por la Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York en una investigación de varios años y de la que poco o nada se ha sabido hasta las detenciones de la semana pasada en Zürich.

La semana pasada, en Zürich, todo eran rumores, suposiciones y algunas caras de auténtica preocupación. En realidad nadie sabía muy bien qué estaba sucediendo a pesar de lo previsibles que son las estrategias de esa fiscalía americana. Para quienes tenido que defender en casos iniciados por los fiscales del distrito sur de Nueva York lo previsible era lo que ha venido sucediendo. Por tanto y aun a riesgo de equivocarme, creo que el caso sobre la corrupción en torno a la FIFA no ha hecho más que comenzar.

La técnica habitual de dicha Fiscalía consiste en construir las investigaciones a partir de elementos menores, es decir, personas a quienes fácilmente se le pueden imputar/acreditar determinados hechos y, haciendo uso del denominado principio de oportunidad penal, llegar a beneficiosos acuerdos a cambio de una colaboración eficaz para avanzar en la investigación y estructuración de los casos. En el escándalo existente en torno a la FIFA es evidente que todo comenzó de esta forma.

El primero en caer, por una investigación tributaria, fue Chuck Blazer -tesorero de la CONCACAF- quien en 2013 se declaró culpable y se prestó a hacer una parte importante de la investigación para la Fiscalía, incluso grabando reuniones, conversaciones y aportando datos relevantes para avanzar con el caso. De Blazer se pasó a las detenciones de la semana pasada en Zürich y de ahí a la dimisión de Blatter, no sin que antes se publicase en el New York Times la posible implicación de Jerome Valkce, secretario general y hombre de confianza de Blatter, en un soborno de más de 10 millones de dólares.

Cuesta admitir que Blatter haya dimitido por no contar con el respaldo absoluto de los miembros de la FIFA. De hecho el pasado viernes, una vez reelegido, le escuchamos asegurar que trabajaría para devolver la FIFA al lugar que le corresponde, que no se puede cuestionar a la FIFA por los actos de unos pocos y que él no podía controlar a todos, pero que sería el presidente de “los que le votaron y los que no”. Por tanto, la explicación habrá de buscarse en otro sitio y, seguramente, la misma se encuentre al otro lado del Atlántico.

En todo caso, ahora lo que corresponde es conocer qué sucederá a partir de este anuncio de Blatter. Obviamente, habrá de convocarse un Congreso extraordinario que debería celebrarse no antes de tres meses, pero como el objetivo de dicho Congreso será la elección de un nuevo presidente éste no podrá realizarse antes de cuatro meses, que es el plazo establecido para la presentación de candidaturas (art. 24.1 de los Estatutos FIFA), las cuales éstas deberán contar, como mínimo, con el apoyo de cinco federaciones.

Con independencia de quién o quiénes se postulen a suceder a Blatter, y de quién finalmente lo consiga, lo importante es tener claro hacia dónde debe ir la FIFA y cuáles serán los desafíos de quien asuma la dirección del máximo órgano rector del fútbol mundial.

En primer lugar habrá de limpiarse la casa, colaborando efectiva y eficazmente con las autoridades judiciales para esclarecer todos y cada uno de los casos de corrupción actualmente en investigación y, sobre todo, aquellos casos que no hayan sido aún destapados. Las sospechas son muchas y solo la colaboración plena -y el esclarecimiento de cualquier sombra de corrupción- servirá para restablecer una muy deteriorada imagen institucional.

En segundo lugar, si hay algo en que habrá de trabajarse de cara al futuro, es en la transparencia. Una organización que mueve miles de millones de euros al año debe dotarse de mecanismos de transparencia y control de mucha mayor intensidad que los actualmente existentes. No basta con la publicación de las cuentas anuales ni con su aprobación cada año en un Congreso. Se hace necesario un esfuerzo que abarque la totalidad de la actividad de la FIFA y, especialmente, aquella que afecta a las contrataciones, derechos y gestión económica en general. Apenas existen estos mecanismos y los pocos que existen son de escasa relevancia jurídica.

El tercero de los desafíos consiste en la compaginación entre los principios rectores de la actividad de la FIFA y su aplicación práctica. Es decir deberá ponerse especial atención a que los objetivos declarados (art. 2 del Estatuto), los principios de no discriminación y lucha contra el racismo (art. 3) y la promoción de objetivos humanitarios (art. 4) se correspondan, realmente, con la actividad que se desarrolla. Un claro ejemplo de tal disociación se ha visto en el reciente Congreso, donde ha costado sangre, sudor y lágrimas conseguir que se aprobase un mecanismo de control y sanción de las actividades contrarias a los Estatutos que practica la Federación Israelí de Fútbol.mecanismo de control y sanción

Estas tareas no podrán ser abordadas sin un cambio radical de la estructura legal que rige la actividad de la FIFA. Los actuales estatutos, las normas reguladoras de los Congresos y otra serie de previsiones de régimen interno no sólo no permiten avanzar en la dirección que se necesita, sino que, además, la impiden, fomentando prácticas que hasta ahora no habían tenido una respuesta judicial adecuada.

Recuerdo el viernes pasado cuando, después de haber conseguido un importante éxito legal para la Federación Palestina de Fútbol, un “experto en la FIFA” me dijo: “es un error meter abogados en estos temas. Eso ha sentado muy mal”. Probablemente esa sea la percepción de todos aquellos que tan cómodos se han encontrado en una institución que se había apartado de sus principios rectores e incluso de sus propias normas.

Ahora, y a la vista de los acontecimientos, es claro que no sólo se necesitan abogados, sino que parte importante del futuro de la FIFA pasa por un arduo trabajo jurídico que permita dotarla de un marco legal que garantice la transparencia, impida la corrupción y sirva de base para el desarrollo y la aplicación práctica de los principios y objetivos que estatutariamente se proclaman, pero que en la práctica tan difícilmente se consiguen.

La modernización de la FIFA no pasa por renovar las instalaciones, sino las instituciones, las normas reguladoras, las personas y, sobre todo, la filosofía con la que se ha venido actuando en detrimento de la transparencia y democracia interna propia de toda asociación. Así lo establece el Código Civil suizo, que es el marco regulatorio externo de dicha institución.

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