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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Sobre Hamás, el fundamentalismo y la propaganda israelí

Xavier Abu Eid

En su afán de justificar sus actos, Israel ha intentado jugar la carta del “fundamentalismo islámico”, como si el fundamentalismo fuese un fenómeno exclusivo del Islam. Semejante intento niega que los mismos judíos fueron víctimas del fundamentalismo cristiano, y que hoy en día somos los palestinos, con o sin religión, victimas del fundamentalismo judío. Mientras en los noticiarios se habla de los voluntarios “yihadistas” que se unen a ISIS en su macabra expedición entre Siria e Iraq, pocos hablan de los otros “yihadistas”, aquellos que enfervorecidos por el sionismo radical vienen de todas partes del mundo a atacar a palestinos y colonizar Palestina. Si hablamos de fundamentalismos, Israel tiene bastante que contar.

El 2013, alrededor de 300 indios peruanos se convirtieron al judaísmo y emigraron a Israel. Ellos, que nunca tuvieron ninguna relación con esta tierra, hoy tienen la potestad de detener a palestinos en los puestos de control, demoler sus hogares, expropiar tierras y construir colonias. ¿Qué mejor ejemplo de fundamentalismo que el existente en Israel, donde a 300 indios peruanos conversos se les otorgan privilegios que no tiene la población originaria de esta tierra por el mero hecho de no ser judía?

Para justificar las colonias en la Palestina ocupada, el líder israelí Benjamin Netanyahu dijo que “la conexión entre el pueblo Judío y la Tierra de Israel ha durado más de 3.500 años. Judea y Samaria, los lugares donde Abraham, Isaac y Jacobo, David y Salomón, e Isaías y Jeremías vivieron no son extrañas para nosotros. Esta es la tierra de nuestros ancestros”. ¿Qué puede ser más fundamentalista que utilizar esta narrativa religiosa para justificar la expropiación de tierras? Y no se trata de una frase aislada; forma parte del discurso integral que ampara las políticas del gobierno israelí en Palestina.

El 2010, el Vaticano llevó a cabo un sínodo sobre los cristianos de Oriente Medio, en el que se rechazó el uso de libros sagrados para justificar el desplazamiento del pueblo palestino y la construcción de colonias. El acto fue condenado por Israel, que consideró la declaración como una “difamación”. Vale la pena preguntarse por qué unos pueden hacer uso de libros sagrados para justificar sus actos y otros no. De hecho, una serie de escuelas religiosas judías en la Palestina ocupada continúan incentivando una cultura de odio e incitación contra el pueblo palestino, y son financiadas por el gobierno israelí. Las justificaciones religiosas para la ocupación afloran así con expresiones de odio y actos financiados y tolerados por el gobierno de Israel.

Hamás, la facción palestina de la Hermandad Musulmana, que a su vez se encuentra en los gobiernos en Turquía, Qatar, Libia y Túnez, no es un ejemplo de liberalismo. Nunca ha pretendido serlo. De hecho, en su formación, cuando eran apoyados por Israel para dividir a los palestinos entre seculares y laicos, sus primeros blancos no fueron soldados israelíes sino palestinos socialistas y comunistas, condenados por conductas que bajo su particular interpretación del Islam consideraban “anti-islámicas”. Luego Hamás tomó las armas y se convirtió en una organización islamista de resistencia, que llevó a cabo una serie de actos inaceptables que sirvieron de muy poco a la causa palestina (y de mucho a la propaganda israelí). Su principal nicho fue el fracaso del proceso de paz por el que la comunidad internacional tanto apostó, y por el que tan poco hizo para que fructificase. Fue precisamente a partir de 1993, año del Acuerdo de Oslo, cuando la comunidad internacional se mostró más permisiva con Israel (por el bien del “proceso”), mientras a los palestinos se les pedía tolerar “por unos años” el vivir bajo dominio extranjero. Tal es el periodo de apogeo de Hamás, durante el cual Israel continuó adueñándose de los recursos naturales palestinos y construyendo colonias.

La destrucción de las esperanzas de paz por la vía de las negociaciones fue el principal impulso de Hamás. Sin embargo, el mismo Hamás que en su carta fundamental no reconoce a Israel, es el que luego se presentó a elecciones (reconociendo tácitamente el Acuerdo de Oslo), aceptó la Iniciativa de Paz Árabe (la solución de dos estados) y el que pide en las actuales negociaciones de alto al fuego, en el marco de la posición unitaria de todos los grupos palestinos, simplemente que Israel cumpla con sus obligaciones según los acuerdos que ha firmado con la OLP, lo que incluye el fin del bloqueo ilegal y la liberación de los prisioneros que Israel se había comprometido a liberar.

No es un deber de Hamás reconocer a Israel. En el derecho internacional son los estados quienes reconocen estados. El deber de Hamás es respetar los acuerdos que Palestina ha suscrito, que incluyen el reconocimiento de Israel, y eso es precisamente lo que hizo cuando firmó el último acuerdo de reconciliación nacional con el resto de los grupos auspiciado por el presidente Mahmoud Abbas. Paradójicamente, ha sido la consecución de ese gobierno de consenso nacional, que como parte de su programa se comprometía a respetar todos los compromisos palestinos, la que ha llevado a Israel a incrementar sus ataques contra Palestina.

Lo que sería más interesante es que los mismos que recuerdan a cada momento que Hamás no reconoce a Israel, dijesen lo mismo sobre el Likud o los partidos de los principales aliados del Sr. Netanyahu, Israel Beitenu del colono Avigdor Lierberman y La Casa Judía de Neftali Bennet. Estos partidos, muchos de cuyos miembros aun apoyan el desplazamiento forzado del pueblo palestino, no solo no apoyan la creación de un estado palestino, sino que se comprometen a hacer todo lo posible por evitarlo. Como dice el acta de constitución del Likud: “el gobierno israelí rechaza completamente la creación de un estado palestino al oeste del Rio Jordán”, es decir, en Palestina.

¿Por qué se omite esto cuando se habla del gobierno israelí? Lo constatable es que la solución de dos estados no es parte del programa de gobierno de Israel, pero la construcción de colonias ilegales sí lo es. Curiosamente, el gobierno israelí ha logrado que cierta parte de la prensa se fije más en lo que dicen los portavoces de Hamás que en lo que él mismo hace sobre el terreno. También suele olvidarse la falta de paridad: este es el primer caso donde la falta de reconocimiento del ocupante por parte del ocupado es visto como un problema central, mientras que el ocupante continúa desconociendo la existencia misma del estado de Palestina.

No es menos llamativo que cada vez que la OLP ha intentado tocar, por ejemplo, el tema de Jerusalén en las negociaciones con Israel, Netanyahu respondiese con declaraciones públicas llamando a Jerusalén “la capital eterna e indivisible del pueblo judío”. Esta visión fundamentalista de la realidad contrasta con los argumentos basados en el derecho internacional presentados por el equipo negociador palestino.

Israel pretende que la deshumanización de sus víctimas despierte simpatías por los crímenes que a diario comete. Comparaciones entre Hamás y el ISIS son vagos intentos por esconder su propia falta de compromiso con el fin de la ocupación y la consagración de dos estados democráticos sobre la frontera de 1967, tal y como respalda la legalidad internacional. Mucho antes de que existiese Hamás, Israel empezó a llenar de términos religiosos una situación que es, en su origen, un problema evidentemente colonial. Israel ha pretendido que la lucha nacional palestina sea vista como una lucha de fundamentalistas musulmanes en contra de la religión judía, mientras ellos mismos financian e incentivan la retórica anti-árabe/Palestina del movimiento de los colonos. Justificar la colonización y el desplazamiento de la población como un “mandato divino” es algo que Israel ha hecho desde su creación. Sí, es cierto que Hamás ha utilizado la religión con fines políticos. Pero eso es precisamente lo que ha hecho Israel durante los últimos 66 años y Hamás es simplemente una de tantas reacciones a la miseria y agonía que Israel, con la inacción de la comunidad internacional, ha condenado al pueblo palestino.

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