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Niño de Elche y Underground Resistance otorgan al Sónar su cara más política

Niño de Elche y Underground Resistance otorgan al Sónar su cara más política

EFE

Barcelona —

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Hay dos formas de mostrarse combativo, una con el sonido contundentemente urbano de los norteamericanos Underground Resistance, vigías del techno de Detroit más radical, o con la feroz bofetada de realidad que Niño de Elche y Los Volubles han repartido hoy en la segunda jornada del festival Sónar.

Nadie duda de que la música electrónica salida de la calle y canonizada desde hace años por “Mad” Mike Banks y los suyos a través de Underground Resistance (UR) es tan contundente contra la intolerancia como un barco rompehielos.

Desde los teclados, Banks mantiene la llama del compromiso con la calle de UR a través de su nuevo proyecto Timeline, acompañado por Jon Dixon (saxo) y De'Sean Jones (teclados) y DJ Mark Flash, capaces de echar abajo cualquier prejuicio, ya sea musical o de otro tipo.

Despiadados con la indiferencia han estado Niño de Elche y Los Volubles con los centenares de personas que han hecho una larga cola para ver su espectáculo, “En nombre de”, en el SónarComplex.

Una letanía de cinco interminables minutos de verdadero dolor provocado por las secuencias chirriantes de una fábrica de alambradas, de las que se colocan en las fronteras, ha abierto el espectáculo, si lo visto se puede llamar así. Mientras Francisco “Niño” Contreras lanzaba su mantra: “el miedo como zona protegida por el miedo”.

Si este combo, que ya triunfó el año pasado en Sónar con “Raverdial”, quería provocar angustia en los espectadores, reproducir lejanamente el miedo que pueden llegar a sentir los inmigrantes al intentar llegar a Europa, lo han conseguido de pleno. No sólo por el ruido brutal, creador de acúfenos súbitos, sino por la sucesión de imágenes de cámaras de vigilancia, pateras naufragando, refugiados huyendo de la policía de fronteras...

Imágenes icónicas, demasiado vistas, sobre la tragedia de los refugiados y del Mediterráneo como cementerio, pero a las que nos hemos acostumbrado como si nada. Hoy, eso ha sido imposible, realmente provocaban sufrimiento.

Pero también ha habido diversión en esta jornada de tarde. El escenario exterior del Sónar Día ofrecía un show de actitud y ritmos reggae de la mano de Congo Natty, nombre artístico del británico Michael West acompañado de Congo Dubz, Tenor Fly y Nãnci & Phoebe.

Este amplio grupo de artistas ha trasladado los ritmos desenfadados del Caribe hasta el Village, con los componentes del grupo fumando y bebiendo sobre el escenario.

Con un ritmo frenético en el que las transiciones entre un tema y otro eran prácticamente inexistentes el conjunto, ha hecho una exhibición de jungle, estilo muy próximo a las querencias jamaicanas de West.

La banda se ha despedido con una electrizante mezcla de ritmos caribeños y dubstep, locura para los miles de espectadores y que han aprobado con sus aplausos las proclamas contra el racismo y la xenofobia que ha hecho el cantante antes de abandonar el escenario.

Desde Bélgica y en el SónarDome, Hiele ha abierto su caja de música de sonidos frágiles, deconstruidos, un trance fabril donde la música sonaba como la sintonía plástica de un videojuego revolucionado, melodías que por momentos parecían rebobinarse sobre sí mismas.

Menos fácil ha sido la propuesta de Kode9, el británico Steve Goodman, cuyo sonido de “witch” ambiental, un dubstep sin reglas, encajaba en perfecta sincronía con las imágenes en 3D de un dron curioso, que se movía sin parar descubriendo parajes industriales, áridos.

Por su parte, el alemán Jacob Korn ha cautivado a las miles de personas que llenaban esta tarde hasta los topes el gran hangar del Sonar Dome haciéndoles vibrar con cada nota de su sesión que rebotaba con vehemencia en el interior de tan magno espacio.

Con unos ritmos incisivos y vitalistas, Korn ha convencido a los fieles del festival con un a sesión que contenía la quintaesencia musical de lo que ha convertido al Sónar en uno de los referentes de la música electrónica experimental a nivel global.

Sergio Andreu y Miquel Vera

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