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Tubos y membranas vivas

Animaris Umerus © THEO JANSEN

J.M. Costa

Si alguien, por pura casualidad, acaba cayendo en la playa de Scheveningen en Holanda (junto a La Haya), es posible que de pronto contemple una especie de robot biomórfico que camina sobre la arena bajo el impulso del viento. Sería una de la Strandbeest (Bestias de Playa) del artista Theo Jansen, nacido allí mismo en 1948. La playa de Scheveningen no resulta de difícil acceso, de hecho es de las más famosas y ahora turísticas del país. Pero es lo suficientemente larga como para que grandes porciones de la misma sigan en estado aproximadamente salvaje. Es el ecosistema en el que estas criaturas han ido naciendo y muriendo desde que Jansen comenzara a crearlas, allá por 1991.

Las Strandbeests tienen nombre. Animaris Percipiere Rectus, Animaris Turgentia Vela, Animaris Umerus, Animaris Siamesis, Animaris Rhinoceros. Nombres raros, pero bastante auto-explicativos. También intencionados; se trata de destacar en todo momento que esto no son robots, sino criaturas vivas. Criaturas mecánicas y dependientes de fuerzas externas, pero esto es algo que también les sucede a muchas plantas y no por ello dejan de estar vivas.

De hecho, esa vitalidad sui-géneris (Animaris) es, precisamente, lo que permite exponerlas en los inertes espacios de los museos. Lo que vemos son los cadáveres de esas criaturas, una vez cumplido su ciclo vital que suele estar en torno al año. El que pasa entre concebirlas, probarlas, realizar y probar la versión definitiva y grabar en vídeo el resultado. Hay una criatura que está pensada para que sea la energía de un niño la que la ponga en movimiento. Y otras dos que son revividas a determinadas horas mediante compresores que puedes almacenar aire a presión en botellas de plástico (un pequeño guiño a la cuestión medioambiental). Un momento espectacular y que tiene algo de steam-punk.

Estas construcciones semovientes (gracias a la fuerza del viento) parecen tener una indudable relación con los primeros artefactos de la aviación. No solo muchos de ellos despegaron en playas, debido tanto a lo llano de esas pistas naturales cuando aún no había ninguna artificial, como al efecto del viento, sino que eran objetos fascinantes al mismo tiempo que hilarantes. El multiplano de Phillips (1904), el del marques d'Equevilly (1908) o el de Gibson (1911), eran máquinas imaginadas en el fervor de una revolución evidente, tanteos sobre ideas recogidas desde tratados de da Vinci hasta consideraciones de pretendido rigor científico.

Es decir, intuiciones equivocadas que apuntaban hacia el mismo fin, el dominio de los aires, el progreso. Esto no es aproximado, Jansen mismo acepta encantado tanto la familiaridad en las formas como el espíritu que animaba a aquellos pioneros. Y en cierta forma es lo que separa esto de la física recreativa o de una ingeniería naif y lo traslada a otro terreno, el de la utopía. Por el que el arte suele ir dejando ideas y objetos.

A estas alturas Jensen ha desarrollado una técnica. Las patas, las los miembros, las articulaciones, determinadas forma de velas-alas… Estos elementos aparecen una y otra vez. Normal, son del mismo filum. Pero también se perciben mutaciones, a veces voluminosas que vienen dictadas, según el mismo Jensen, “por dónde van los tubos”. No se trata de llevar las cosas al extremo, pero no hace falta escucharle o leerle para percibir cierta simbiosis entre cada Animaris y Theo Jensen.

Cómo a toda exposición, cada cual llegara con su bagaje, físico y mental, y Theo Jansen. Asombrosas criaturas es una exposición sobre la cual es muy fácil proyectar la propia imaginación. Desde el terreno del arte con un precursor de vehículos utópicos como Panamarenko o desde imágenes de ciencia-ficción como los Snow Walkers de Star Wars. No es fácil que nadie se asuste, pero se respira un poco el ambiente algo opresivo de un museo de Ciencias Naturales en otra dimensión. Aunque, bien mirado, eso le da el punto.

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