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'La llorona': la maternidad monstruosa que venía de México pasada por la batidora que todo lo homogeneiza

Mujeres asesinas y religión no del todo ortodoxa en 'La Llorona'

Ignasi Franch

Hasta ahora, los responsables del denominado Warrenverso, la franquicia de terrores cinematográficos iniciada a raíz del éxito de Expediente Warren, habían llevado al matrimonio de exorcistas protagonistas de la saga hasta el Reino Unido e incluso a Rumanía en La monja. Con La llorona se alimentan por primera vez de un conocido mito foráneo, proveniente de la América Latina, cuya historia ha conocido múltiples versiones populares y diversas adaptaciones fílmicas.

De esta manera, los responsables de este universo de demonios y exorcismos se alimentan de folklore extranjero. Eso sí: lo pasan por la minipimer igualadora de las convenciones hegemónicas en el actual cine de terror mainstream, en buena medida marcado por la influencia de la misma Expediente Warren. La Llorona de la película es una mujer que, enloquecida al descubrir la infidelidad de su marido, asesina a sus propios hijos para castigar al padre de estos. Una vez fallecida, vaga por la tierra, llorando, para robar vástagos ajenos con los que sustituir su pérdida.

No queda rastro, pues, de la huella de la colonización y sus heridas presente en varias versiones de este mito. En algunas de ellas, la Llorona mataba a sus hijos para autocastigarse por amar a un conquistador. La versión planteada por Miguel Mendes y compañía en cambio, es un mito general, intercambiable con la antagonista del díptico La mujer de negro u otros fantasmas ladrones de niños, sin contexto ni demasiado color local.

El resultado es una papilla homogeneizada, preparada para la venta en el mercado global. Llega acompañada de un guiño implícito a la comunidad latina y a la vecina México, siempre sin interferir en el disfrute (o no) del resto de la audiencia. El guiño no es del todo afortunado, porque la mencionada comunidad está grimosamente asociada con el mundo de los servicios sociales. Eso sí: un curandero (y antiguo sacerdote) que realiza prácticas propias de la santería se convierte en héroe del católico Warrenverso. ¿El Hollywood en lenta asunción de la diversidad racial y sexual apuesta también por el sincretismo religioso?

Como La mujer de negro, que trataba de un espíritu airado por haber perdido la custodia de su hijo, La Llorona conecta con los terrores a una maternidad monstruosa. De hecho, podría funcionar como pesadilla masculinista sobre madres vengativas y asesinas que, además, vuelven de la tumba para robar más y más niños. De nuevo, la solución pasa por la unión de familia y fe.

Exprimiendo los demonios de los huevos de oro

A pesar de incluirse dentro del Warrenverso, La llorona es una narración altamente independiente. Solo conecta con las obras previas a través de dos apariciones de un personaje secundario del filme Annabelle, protagonizado por la muñeca diabólica más exitosa de lo que llevamos de siglo. El vínculo es tan frágil que genera dudas: ¿se facilita que la película llegue a audiencias sin conocimientos previos, o estamos ante un añadido que dota de mayor atractivo comercial a una narración originalmente ajena a las peripecias de los Warren? Podría ser lo segundo, más aún porque la película incluye aspectos reciclados de un cortometraje de su director.

El primer largometraje de Michael Chaves comienza de manera prometedora. Una de las primeras escenas, filmada con una cámara dinámica y nerviosa, insinúa que veremos una obra visualmente trabajada. El resto de la narración, en cambio, opera bajo parámetros más funcionales. La firmeza del equipo actoral, liderado por Linda Cardellini (Mad men, Urgencias), dota de una mínima solidez a un conjunto bastante trillado. El susto es, de nuevo, el rey de la función. Y suele comparecer en forma de irrupción del espíritu malvado, casi siempre bajo un estruendo sonoro que proyecta desconfianza hacia la capacidad desasosegante de las imágenes que se ofrecen.

Con las convenciones formales llegan los tópicos narrativos. De nuevo, los malos espíritus y demonios se ciernen sobre familias monoconyugales, aparentemente más vulnerables a las fuerzas del mal. La protagonista es una viuda trabajadora cuyo hijo mayor añora de manera obvia a su padre y héroe policía. Como en la española Verónica, la presencia maligna va desplegándose cuando la madre no está en casa. Hasta que la crisis se agrava y la religión llega al rescate.

Alguna escena resultona, unida a varios juegos de percepción con espejos o superficies reflectantes, animan un poco la función. Quizá es demasiado poco para un Warrenverso que lleva, como mínimo, dos entregas consecutivas de resultados artísticos muy discutibles. Quizá la prometedora Annabelle comes home, de la que ya se conoce el correspondiente tráiler, vuelva a subir el listón y evite que los demonios de los huevos de oro mueran. Y no a manos de exorcistas, sino de productores cinematográficos sobreexplotadores.

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