'Testigo', la Europa de la vigilancia como escenario de un 'thriller' kafkiano
Hace dos veranos, una especie de comedia romántica preapocalíptica llamada Les combattants escenificaba que el Ejército devenía una salida profesional y vital para la Europa desesperanzada. Los jóvenes protagonistas se acercaban a la vida castrense, quizá ahogados por los discursos de sacrificio y austeridad en aras de la autorrealización, de un inconcreto bien común (coincidente con los deseos de eso que solemos denominar los mercados) o de una preparación para las múltiples catástrofes que presagia el nihilismo neoliberal. Cada generación está condenada a vivir peor que la anterior, dicen. Y, como afirmaba el thatcherismo, no hay alternativa.
Los responsables de Testigo apuestan por el thriller, pero comparten ese depresivo telón de fondo (la Europa de no future y desempleo estructural) con el amorío veraniego y algo sadomasoquista de Les combattants. En esta ocasión, el protagonista es un parado de larga duración que encuentra una salida profesional transcribiendo escuchas telefónicas. Quién las graba, a quién graba y por qué motivo serán enigmas que se le escaparán. Al menos inicialmente.
Sin tener ningún control de la situación, el oficinista acaba involucrado en una trama que incluye asesinatos, torturas y secuestros. Todo ello narrado con gélida pulcritud, conciliando la exigencia de ofrecer un cierto dinamismo con el respeto a la naturaleza de su protagonista. Duval se enfrenta a peripecias complicadas que va superando con una cierta perplejidad y alguna astucia, sin necesidad de convertirse en un inverosímil héroe de acción. Y vive las dosis justas de un amor sobrio, contenido, entre urbanitas abatidos.
Historia de un individuo perdido
Thomas Kruithof, realizador de la película, trata de manera lateral nuestro presente de miedo antiterrorista, pero parece mirar hacia una tradición cinematográfica previa. Testigo recuerda al thriller paranoico estadounidense posterior al caso Watergate, como El último testigo o la posterior Impacto. Sus protagonistas son testigos de acontecimientos que no acaban de comprender, o cuya dimensión les sobrepasa. Impacto, de Brian De Palma, se construía (como su ilustre antecedente, la Blow up de Michelangelo Antonioni) alrededor de la incapacidad para entender todo lo que puede decirnos una imagen o un sonido.
Los enigmas de Testigo son menos filosóficos. En realidad, la ópera prima de Kruithof remite especialmente a La conversación. Los personajes centrales de ambos filmes son hombres de mediana edad extremadamente solitarios. Eso sí: el Harry Caul ideado por Coppola era un profesional de la vigilancia, mientras que Duval es un advenedizo implicado en acontecimientos que le trascienden, con ramificaciones que llegan directamente al ministerio del Interior y la presidencia del país.
No todas las referencias posibles de la película tienen que ver con el thriller autoral producido en el efímero Nuevo Hollywood. Kruithof también puede haber convocado, en algunos aspectos, el espíritu del noir callado de Jean-Pierre Melville (El círculo rojo), añadiéndole dosis de paranoia y aplastamiento kafkiano del individuo. Incluso puede verse el eco de una de las obras de Melville, El ejército de las sombras, en el título original de Testigo (que se traduciría textualmente como La mecánica de la sombra).
La 'guerra contra el terror' desde Francia
En Testigo, el terrorismo es solo un aspecto en unas luchas taimadas y soterradas entre poderes diversos. Kruithof y compañía apuestan por una cierta abstracción que aleja al espectador de la realidad coyuntural y, voluntariamente o no, rompe la identificación del securitarismo con una especie de bien común con aspectos criticables.
En el filme, las cloacas del Estado y la seguridad privada juegan sus partidas de ajedrez, con reglas difusas, bandos confusos y muchos intereses espurios. Las escuchas y los seguimientos tienen muy poco que ver con el deseo de proteger a los ciudadanos. Espiritualmente, la propuesta casa con las miradas escépticas a la Guerra Fría. Y, de nuevo, con esos años setenta de desconfianza hacia las instituciones y digestión pesada de la era Nixon.
A diferencia del cine de Hollywood, que ha ofrecido varios centenares de películas sobre la denominada guerra contra el terror y sus ramificaciones, el audiovisual francés se ha fijado solo de manera ocasional en las políticas antiterroristas. Y abunda el escepticismo, aunque este llegue con formas inesperadas. En Testigo, las fuerzas de seguridad no son nada heroicas y la bandera no es suficiente para suturar las disensiones. En la carnavalesca Asalto en París, se va más allá: un grupo de funcionarios preparan atentados y azuzan disturbios raciales que sirven de cortina de humo para que cometan otros delitos.
Asalto en París apostaba por el entretenimiento de violencia y contrapuntos cómicos, mezclado con un populismo confuso muy propio del Luc Besson productor, el de Distrito 13 o Brick mansions. Otra producción reciente, Asalto en París. tomaba la forma de drama con toques de thriller, pero también incorporaba un cierto recelo hacia las instituciones. En el filme, un periodista introducido en un grupo fundamentalista era amenazado por la policía para que siguiese infiltrado, a pesar de las sospechas que estaba despertando. Como en Testigo, el hombre corriente era zarandeado por fuerzas que le trascendían, incluidos los agentes que en teoría deben protegerle.
Tanto Asalto a París como Objetivo: París fueron estrenadas de manera enrarecida. Se convirtieron en ficciones incómodas a raíz de los atentados reales que tuvieron lugar en Niza y París. Con todo, la propuesta más provocadora del audiovisual francés que trata del terrorismo moderno ha sido Nocturama. El realizador Bertrand Bonello (Casa de tolerancia) presentó a un grupo interclasista y multiracial de jóvenes que apuestan por una violencia armada más generacional que vinculada a la fe. Sus acciones adquieren un cierto aspecto de happening artística, de guateque que se va decantando hacia el tedio.
Se puede discutir si mirada de Bonello es frívola, si critica la frivolidad de otras miradas o si quiere abstraerse de ese tipo de consideraciones. En todo caso, como en Testigo, invoca el fantasma de una Europa sin expectativas de futuro y con unos principios éticos bajo cuestión. Porque no sólo se nos muestran los atentados de grupos armados, sino también una violencia estatal impasible, que ejerce la fuerza letal sin dudarlo y sin discriminar entre objetivos.