“A casi nadie le interesa ser un Robinson Crusoe voluntario”
Jon Bilbao (Asturias, 1972) decidió escribir sobre la soledad para dar respuesta a una “pulsión” que siempre había sentido. Un sentimiento que le llevó a trazar la historia de un monje medieval que decide subirse a una columna para alejarse de todo y consagrar su vida a Dios y a la reflexión. A partir de la historia de ese primer Juan surgió El silencio y los crujidos (Impedimenta), una novela que funciona como un tríptico de cuentos sobre la soledad.
“Es la historia de amor de un hombre en tres reencarnaciones sucesivas”, cuenta Bilbao en conversación telefónica con eldiario.es sobre la que reconoce que es su novela más arriesgada. Arriesgada por los saltos temporales, por la estructura, y por los tres Juanes que protagonizan el tríptico. Tres personajes que, en realidad, son el mismo Juan en tres épocas distintas.
En la primera parte, Juan es ese monje medieval, un estilita, que se sube a una columna. El segundo Juan es un biólogo que abandona su vida para marcharse a un tepuy de la selva amazónica a descubrir nuevas especies. En El silencio y los crujidos, Juan también es un genio de la tecnología que compra una torre en Menorca para aislarse del mundo después de haber revolucionado la industria pornográfica y de haber cambiado la sociedad con su último invento.
¿Por qué decide escribir un tríptico sobre la soledad?
El tema de la soledad voluntaria y extrema, pese a quien pese y cueste lo que cueste, es un tema que siempre me ha llamado mucho la atención. Reconozco que siempre he tenido esa pulsión a la soledad, aunque creo que no me haría nada bien porque las épocas en las que he estado sólo han sido bastante autodestructivas psicológicamente.
A pesar de ello, me apetecía explorar esto, sobre todo después de casarme y de tener hijos, porque seguía sintiendo esa pulsión. Me dije que había que aclarar esto de algún modo y la mejor forma que sé de reflexionar y de pensar es escribir ficción. Entonces empecé a escribir el primer relato, el del estilita, que me parece uno de los más paradigmáticos y risibles sobre la búsqueda de la soledad.
¿Es entonces cuando se da cuenta de que ese relato es algo más?
En principio iba a escribir un simple relato aislado, pero cuando terminé esa historia me di cuenta de que todavía tenía cosas que decir sobre la soledad y sobre ese personaje, sobre ese tal Juan. Se me ocurrió que lo podía continuar, pero por cuestiones familiares y profesionales no me podía plantear escribir una novela, así que me planteé la opción del tríptico: concebirlo como tres piezas aisladas, autoconclusivas, aunque ligadas temáticamente. Nunca había escrito nada con esa estructura y veía cierto riesgo en los saltos temporales entre las tres partes, pero me apetecía correr el riesgo.
Cuando publiqué mi libro anterior, Estrómboli, estaba muy tranquilo porque los relatos estaban muy bien trabajados y estaba muy satisfecho con el resultado. Pero sabía que esa tranquilidad, en parte, también era porque sabía que nadie se iba a sorprender porque eran relatos de Jon Bilbao y punto. Eso hace que no esté del todo bien y por eso me apetecía buscar algo nuevo.
Innovar.
Eso es. Quería tratar de forzar un poco mis propios límites. No sé si lo he conseguido, pero al menos lo he disfrutado enormemente, sobre todo en la segunda parte del tríptico -el relato que se desarrolla en la jungla venezolana-. Me cuesta recordar un momento en el que haya disfrutado más escribiendo.
¿Cree que es su mejor relato?
Su escritura todavía está demasiado reciente y todavía son muy recientes las opiniones. Puedo decir que es de los textos con los que más he disfrutado escribiendo, sentía vértigo y disfrute. Me lo pasaba muy bien, pero al mismo tiempo era consciente de que estaba escribiendo una historia de un hombre con una serpiente atrapados en una meseta y ya está, no pasa nada más. Pensaba que mucha gente se podría aburrir o preguntarse a qué venía esto. Sin embargo, fue un reto muy placentero. Hacia el final del relato tuve que tirar un poco de las riendas porque lo habría alargado por el mero placer de quedarme yo ahí arriba, en la meseta, con esos personajes.
Puede que sea uno de los relatos en los que mejor se refleja el sentimiento de soledad.
Esa plasmación de la soledad como tema está presente en todo el libro, pero la representación de lo que es estar completamente sólo durante mucho tiempo -primero por decisión propia y después en contra de tu propia voluntad- se refleja en esa segunda parte del tríptico. Y fue un reto añadido.
La altura es uno de los elementos que unen a los personajes de El silencio y los crujidos: el estilita desde su columna, el biólogo atrapado en el tepuy con una serpiente gigante y un genio de la tecnología encerrado en una torre menorquina.El silencio y los crujidos
Sí, como la historia surge de forma natural, ya tengo al estilita subido a las alturas. Entonces me puse a dar vueltas a la cabeza sobre cómo podía continuar y cómo podía contar la historia de diferentes solitarios vocacionales. Enseguida me vino a la mente la imagen de un tepuy, que no deja de ser una columna inmensa y geológica, y la torre de la tercera parte fue por una cuestión de recurrencia. Además de esto, me gusta la metáfora clara de la persona que no solo busca la soledad, sino que también busca distanciarse del resto de los mortales.
¿Por qué utiliza los mismos nombres para los personajes de cada parte?
Por la sencilla razón de que son el mismo Juan y son la misma Una en las tres partes. Ahora que estoy promocionando el libro, algún periodista poco imaginativo y un poco vago me pide que lo resuma en una frase. Suelo decir que es la historia de amor de un hombre a lo largo de tres reencarnaciones sucesivas: en las dos primeras partes del tríptico, esa historia de amor acaba mal; en la tercera está en un equilibrio sostenido pero es inestable.
Por el contrario, en Estrómboli optaba por el anonimato para algunos de sus personajes.Estrómboli
Sí, en algunos casos porque ese personaje habla en primera persona y a veces ni siquiera resulta necesario calificarlo con un nombre porque, a partir de lo que hace, de lo que dice, de su forma de hablar y de las reacciones de los demás personajes, ya es suficiente. En otros casos, como en el de 'El peso de tu hijo en oro' [uno de los relatos que componen Estrómboli], los personajes están más bien calificados por algún atributo como “el cojo”, y en eso también es suficiente. El tercer motivo es que a veces esos personajes son un alter ego apenas disimulado de mí mismo. No he querido ponerles mi nombre, pero tampoco he querido inventar uno que pueda llevar a una confusión.
¿Qué hay de usted en los personajes de este tríptico?
Hay bastante de mí a nivel de intereses y de reflexiones. En cuanto a los personajes, por suerte, creo que no hay mucho porque ninguno de los tres Juanes de este libro me parecen personajes envidiables. La conclusión personal que he sacado al escribir este libro es que la idea mitificada que tenía de la soledad no era más que eso, una mitificación. La soledad no sería un espacio paradisíaco donde dispondría de todo el espacio y de todo el tiempo para mí, para poder hacer lo que quisiera, sino que al cabo de uno pocos meses sería un sumidero psicológico que no sé a dónde me podría llevar. Eso es lo que he tratado de plasmar, sobre todo con el último Juan -el más reflexivo, el más realista, el más pragmático-, que concibe un plan de años de duración para luego alcanzar una soledad real y sostenible. Pero, aún así, no sabe durante cuánto va a aguantar porque puede que un día se levante y hagan clic una serie de resortes mentales que le lleven a decidir que eso no era para él y que necesita algo de calor humano.
¿Cree que es posible una vida en soledad?
Es posible y hay gente que lo ha hecho, pero no sé hasta qué extremo será satisfactorio ni cuáles habrán sido las consecuencias psicológicas de eso. A casi nadie le interesa ser un Robinson Crusoe voluntario. Esa es la razón por la que el tercer Juan no opta por decisiones operísticas o exageradas como los otros dos, que se suben a una columna o se van a la jungla. Él se sube a una torre de Menorca que no llama mucho la atención y de vez en cuando baja para ir al cine o ir a dar un paseo por la playa y se recuerda a sí mismo de qué personas se quiere distanciar. Necesita pasarlo un poco mal para luego disfrutar más de su soledad.
En ese último relato hay cierta crítica a la tecnología con la tecnología que revoluciona la industria pornográfico que crea Juan: Revival.Revival
Es cierto que en el libro hay una crítica, apenas velada, al papel de las tecnologías en nuestras vidas, sobre cómo nos están obligando a replantearnos el concepto de privacidad. El hecho de que mucha gente, en el portátil, tenga por costumbre utilizar un trozo de cinta aislante para tapar la cámara por si acaso le están pirateando. Es muy sintomático de un temor que hace veinte años era pura ciencia ficción. Por ahí van los tiros en la tercera parte del tríptico que, además, tiene un elemento paradójico porque estamos ante un personaje que, para conseguir una intimidad fortificada, básicamente jode la intimidad del resto del mundo y monta un programa para ganar un montón de dinero, sin pensar en las consecuencias -suicidios, parejas rotas-. Le da igual porque él está en su torre y ha conseguido lo que quería.
No estoy en contra de las nuevas tecnologías, pero tampoco soy un tecnófilo. A las redes sociales no les dedico mucho tiempo. No estoy dándole vueltas a la cabeza para poner una ocurrencia cada mañana para recibir unos cuantos likes.