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'El libro de las lágrimas', un ensayo personal que reflexiona sobre los lugares donde lloramos

La autora Heather Christle

Carmen López

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La génesis de El libro de las lágrimas (Tránsito editorial, 2020. Traducción de Magdalena Palmer) de Heather Christle fue la idea de trazar un mapa de todos los lugares en los que había llorado para ver el aspecto que tenían. Cualquier persona que quiera trazar el suyo por orden cronológico debe acudir al lugar en el que nació. Es donde un ser humano llora por primera vez, aunque los recién nacidos no segregan lágrimas.

Esa es una de las muchas cosas que se aprenden en este ensayo que mezcla datos científicos con experiencias personales, referencias culturales o estudios sociológicos. Ordenados en párrafos, la línea temporal del libro está marcada por los fragmentos biográficos de la escritora: un aborto involuntario, la muerte de un amigo, el embarazo, el diagnóstico de la ciclotimia, la maternidad.

Esa estructura surgió a medida que el libro tomaba forma. “Mi vida personal –que incluye episodios de depresión profunda, ideas de suicidio, llanto incontrolable– fue sucediendo mientras escribía el libro. Al principio no había decidido que estas experiencias y las historias que había detrás de ellas formasen parte del texto, pero se entrelazaron de tal manera que no podía imaginar el libro sin ellas”, explica Christle a elDiario.es por correo electrónico. “Hay muchas formas de conocer, muchas formas de aprender. Como las conexiones entre mi propia vida y la investigación que realicé siguieron creciendo, me pareció importante no crear una división artificial entre ellos”.

El libro de las lágrimas es la primera obra de no ficción de la escritora, que hasta el momento se había dedicado a la poesía con cuatro títulos publicados en inglés más otros textos aparecidos en medios como The New Yorker. Esta trayectoria también explica de alguna manera el estilo del libro. “Comencé a escribir lo que pensé que sería un poema en prosa, pero cada vez iba haciéndose más largo hasta que me di cuenta de que quizás aquello era un ensayo. Me planteé a mí misma todo tipo de preguntas y empecé un proceso de investigación más completo, buscando respuestas a esas cuestiones. En ese punto tuve que admitir que estaba trabajando en un libro”, expone.

Pasaron cinco años desde ese comienzo hasta que la versión definitiva estuvo acabada. Durante esa media década recopiló experiencias de amistades y familiares además de las suyas propias, visitó bibliotecas, bases de datos y apuntó cualquier referencia que le pudiese servir. Hasta reseñas negativas en Amazon de una muñeca que llora: “Las lágrimas también son de risa. ¡No salen con un flujo constante y no son nada impresionantes”. El libro incluye 198 notas al final en las que se especifican las fuentes y otro apartado en el que se listan los permisos concedidos para incluir textos e imágenes de otras personas. No quedan dudas de la exhaustividad y legalidad del trabajo realizado: su marido bautizó un rincón de su casa como ‘la llantoteca’.

Ese proceso de investigación fue para Christle: “Extraño, emocionante, desgarrador, aburrido...me llevó tanto tiempo que abarcó todo tipo de diferentes modos y estados de ánimo. Me alegra que mi vida y formación como poeta me permitieran seguir hilos aparentemente sin importancia o sin relación en la investigación, de modo que las idas y venidas del tema más amplio podrían crear submotivos inesperados: elefantes, gravedad, leche, la luna. La parte más difícil de la investigación fue que escribí este libro sin afiliación, así que tuve que hacer uso del acceso de mis amigos a bibliotecas y bases de datos, además de solicitar pequeñas subvenciones que me permitieran visitar archivos que estaban en otras ciudades. Ahora que trabajo en la Universidad Emory, en Atlanta [da clases de escritura creativa] esa parte de mi trabajo se ha vuelto mucho más fácil”.

Llorando en la limo

El libro de las lágrimas no es una mera recopilación de datos ni un diario de los lloros. El ensayo, con toda su carga poética, hace un análisis desde un punto de vista de género, raza, clase social. Todo influye en el significado de una llantina, incluso el lugar físico en el que se encuentra quien solloza. “Las lágrimas no están fijadas a su significado. Para entenderlas, tengo que mirar a mi alrededor y más allá de ellas, dentro del cuerpo de quien llora, hacia el mundo y cómo responde. Esto cambia según el tiempo y el espacio. He aprendido que en lugar de mirar las lágrimas en sí mismas, es más revelador ver lo que suponen, lo que hace que sucedan”, afirma la autora.

Nadie se va a acercar a C. Tangana si le ve llorando en una limusina como dice en su canción. Más allá de cuestiones como la estética o la simpatía que se le tenga a este artista en concreto, es porque alguien que está dentro de un coche no quiere consuelo o por lo menos no lo está pidiendo. Es una de las teorías que expone Christle en su ensayo: “El coche es una zona privada para llorar. Si ves a alguien llorando cerca del coche, quizás tengas que ofrecerle ayuda. Si ves a alguien llorando dentro de un coche, ya sabes que tiene el tema controlado”. Además, es un hombre.

Sin embargo, si alguien ve llorando a alguna de las integrantes de la banda Cariño, que hicieron una versión de esa canción pero “llorando en vespinos” y no “en la limo”, seguramente corra a ayudarla. Porque las lágrimas de las mujeres blancas “[puede] que no parezcan gran cosa, pero son muy peligrosas. Cuando las mujeres blancas indican con sus lágrimas que se sienten inseguras, incomprendidas o atacadas, el mundo entero se lanza en su defensa. La naturaleza mítica de la vulnerabilidad femenina despierta el impulso de protección en todos los hombres, independientemente de la raza”, dice Brittney Cooper en un texto que la escritora incluye en su ensayo.

Cooper es una activista y crítica cultural de Estados Unidos, especializada en temas de género, cultura afroamericana y hip-hop feminista. Esas lágrimas de la mujer blanca que menciona están relacionadas con lo que Christle nombra como lágrimas blancas en su libro: “Las que vierte una persona blanca que de repente es consciente del racismo sistémico o de su propia implicación en el supremacismo blanco. Puede ser una forma de defensa frente a una agresión imaginada, una forma de cerrar una conversación que la persona blanca encuentra ofensiva ”¿Me estás llamando racista?“ y empieza el llanto.

Las diferencias de las consecuencias que tienen las lágrimas según la pertenencia a un grupo social de la persona que las genera se remonta milenios atrás. Según las investigaciones de la escritora, las operaciones del aparato lagrimal para abrir el conducto por el que salen las lágrimas aparecen incluso en el Código de Hammurabi [el primer conjunto de leyes encontrado hasta el momento. Data del año 1.760 a.c.]. Si en la operación había algún error y se perdía el ojo, el paciente recibía una indemnización pero “era más elevada para los hombres libres que para el esclavo”.

Con todo, la escritora no quiere mandar un mensaje global a través de su trabajo, sino que su objetivo es que los lectores “encuentren sus propios caminos a través de páginas del libro, para permitirse hacer sus propias asociaciones y conexiones, para preguntarse cómo sería su propio libro de lágrimas. Dicho esto, espero que la gente se ría también en alguna ocasión. Creo que hay algunos momentos bastante divertidos”, afirma.

Por muy larga y sentida que sea una llorera, termina en algún momento, como lo hizo la investigación de Christle, aunque podría haber seguido durante cinco años más porque las lágrimas son inherentes al ser humano. Incluso ahora, que el volumen ya se ha publicado, sigue: dándose cuenta de nuevas conexiones y asociaciones que exigirían incorporarse al libro si todavía lo siguiese escribiendo. “Supongo que eso es parte de la razón por la que dejé de escribirlo”, sostiene y añade que: “Estaba lista para vincularme a otro tema. Quería poder pensar en otra cosa. Los acontecimientos de mi vida se entrelazaron en la redacción del libro y quería deshacer el nudo para poder llorar otra vez”.

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