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Rodrigo Muñoz Avia: “Reírse ahora es impagable”

El escritor Rodrigo Muñoz Avia.

Paula Corroto

Con su primera novela para adultos, Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos, Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967) ya dejó bien claro que la literatura es una herramienta perfecta para desternillarse, para arrancarnos esa risa que tanta falta hace y dejar de ser tan trascendentales. Con la reciente, Cactus (Alfaguara), lo ha vuelto a hacer a partir de un tema tan del espíritu de los tiempos como es la búsqueda del sentido de la existencia cuando a los 37 años se ha perdido el trabajo, la pareja, la casa y todo. Al protagonista le ocurre todo esto en las primeras páginas y toma una decisión: marcharse a Silicon Valley para hacer un curso sobre los cactus. Y, además, en el verano en el que muere un mito: Michael Jackson.

Agustín tiene 37 años. Se ha quedado sin trabajo, sin novia y se marcha a hacer un curso sobre cactus a California. ¿Traslación de una experiencia personal sobre el hundimiento reciente?

Creo que no en lo que se refiere al hundimiento y a su itinerario interior. El punto de partida fue que conocía aquel sitio. Yo pasé aquel verano de 2009 en ese sitio, justo cuando murió Michael Jackson. En mi caso fue un viaje con mi familia y con mis hijos, pero aquel lugar me sedujo mucho porque es muy efervescente, luminoso, y a la vez muy aburrido, vacío y sin identidad. Quería escribir sobre aquello y con el tono de mi primera novela, que es esa mirada ácida que desmonta todo. Pero ese proceso que vive el personaje, ese dejarse llevar a ver qué ocurre, no tiene mucho que ver conmigo.

Hablas de un lugar sin identidad, pero de la homogeneización cultural de EE UU se lleva hablando desde hace décadas, y ahí sigue.

Sí, es mucho por cómo es EE UU y cómo es la costa oeste. La sensación que yo tengo allí es de que acaban de llegar, y es que no llevan mucho. Yo me preguntaba ¿cuál es vuestra cultura?, ¿vuestras raíces? Y más en un sitio como Palo Alto, donde hay gente de todas las partes del mundo y el concepto de nativo no es muy grande. Al personaje le ocurre algo que me ocurría a mí y es que me acordaba del pueblo de mi madre, que es manchego, y me apetecía ir allí, mientras que en Madrid no me pasa. Pero necesitaba algo muy auténtico y ancestral. También es verdad que es la visión de un extranjero, de alguien que no acaba de conocer los códigos del lugar.

Sí, pero si vas a Francia, Inglaterra, Alemania, sí notas la cultura de allí.

Sí, totalmente. Pero allí las distancias son tan grandes que parece que todo lo tienen que hacer grande. Para la mentalidad de un español, que somos tan próximos y recurrimos tanto a nuestros amigos, ellos son distintos. Es una gente que está bastante sola. Primero porque el concepto de familia es muy distinto, se ven solo en Acción de Gracias y Navidades…

En esta novela recreas la búsqueda del sentido de la vida. Me parecía que se encuadraba en cierto signo de los tiempos. Como que todos estamos bastante fastidiados.

Reconozco que es un libro que está escrito en pleno periodo de la crisis, pero nunca hice una vinculación con ello. Realmente él es un privilegiado porque consigue hacerse un viaje con la ayuda de su madre y al lugar más elitista del mundo. Pero es verdad que no está lejos de la crisis de valores en la que estamos. Lo que me interesaba de este tipo y es que es muy paradigmático de nuestro tiempo: es un tipo absolutamente indolente, que va donde le llevan, que es bastante resignado, si vienen bien dadas, se deja seducir, y si vienen mal dadas, pues tampoco protesta ni se lame las heridas. Ese carácter indolente, ser prisioneros de ciertas cosas, es muy de nuestro tiempo. No tenemos ese momento para mirarnos hacia dentro y ver qué estamos haciendo con nuestra vida.

¿Y de dónde viene esta indolencia?

No lo sé. Igual en otros tiempos también fue así. Pero ahora parece como que tenemos ya la vida escrita desde fuera, que viene organizada por la dependencia del trabajo, del móvil… De una serie de cosas en las que nos refugiamos o no nos permiten encontrarnos con nosotros mismos. Pero sí, la novela era un poco planearte si esta es la vida que quieres tener, sentirte vivo.

Y le aportas humor, porque el libro es realmente desternillante, lo cual desacraliza mucho el drama.

A mí sale de forma natural. Más bien me tengo que proponer no pasarme. Y aquí he tenido que rebajar el tono para que no se me fuera demasiado hacia el disparate. Podría escribir sin el humor, pero apuesto por él porque es una manera estupenda de conocer el mundo. La ironía ayuda a ver muchas cosas, a desmitificarlas. Y yo no lo veo como literatura de género. Que un libro pueda acariciarte la mente con el humor como lector me gusta. Es verdad que después el exceso de ironía puede ser contraproducente.

Sí, pero tal y como están las cosas, no parece nada mal tomárselas un poco a risa.

Sí. Yo tenía ganas de reírme por la situación política, por mi situación personal. Mi madre murió en 2011 y me apetecía un libro en el que me pudiera reír y los lectores se pudieran reír. Es que reírse ahora es impagable.

Y en este sentido, ¿qué te parece Twitter?

Me fascina. Pero también veo que es un humor muy cruel. Por ejemplo, todo lo que se hizo con Uma Thurman. Pero claro, hay tanta gente intentando ser ingeniosa que de repente hay algunos que aciertan y es genial. Paradójicamente, yo soy una persona bastante tímida y reservada y no soy nada gracioso. No respondo al tópico que se espera. Con la primera novela querían llevarme a programas de radio porque creían que era muy gracioso, pero no. Que luego me salgan chorradas escribiendo, pues sí, pero eso solo funciona si está bien escrito, la voz está armada y es creíble.

¿Este sarcasmo, esa crueldad de la que hablas, se da para protegernos de la frustración? También suena un poco pueril a veces.

Puede que sí. Yo lo que temo es que puede ser un mecanismo de defensa para no mirar a la vida en serio y no tomarse las cosas como son. Está muy bien tomarse las cosas a broma y desacralizarlas y ver que nada es tan importante, pero a la vez hay que atreverse a mirar a las cosas. El personaje de este libro claramente huye de su realidad con la ironía, se protege con ella, y, si le preguntan algo en serio, responde con una broma, y eso le pasa a mucha gente y me incluyo.

Con todas las distancias, también le ocurría a David Foster Wallace. Y a muchos escritores ingleses. Y, por ejemplo, está en el centro del humor de Ricky Gervais.

Bueno, Foster Wallace tenía un talento descomunal. Y es mucho más posmoderno. Podría hablar muy bien de él y también muy mal. Por ejemplo, con La broma infinita no pude porque me pareció un ejercicio de músculo bestial y me hartaba ver su cerebro en plena ebullición y esa exhibición constante de talento. Luego es verdad que con otros textos acierta plenamente. Pero yo me siento más cercano a su amigo Jonathan Franzen. Las correcciones y Libertad me parecieron la bomba. Y me gusta mucho Thomas Bernhard, que creo que tiene un sentido del humor enorme. Tiene una coña con esas reiteraciones exageradas y una ironía de fondo que me encanta.

La novela está ambientada en Silicon Valley, que es la gran metáfora del éxito. Donde te dicen que todos podríamos ser Mark Zuckerberg.

Sí, es ese símbolo. Es que es un sitio donde está prohibido fracasar y si vas allí es para tener éxito.

Entonces, de qué hablamos, ¿de generación perdida o generación frustrada?

Seguramente hay esa frustración. No es algo que yo haya decidido racionalmente pero sí salen cosas así en la novela es porque están. Cuando escribes esa intuición funciona mucho.

En la novela escribes: “Por algún motivo no puedo leer en EE UU. La ficción ha dejado de tener sentido aquí”. ¿Y en España?

Espero que no, porque si no estamos perdidos. Pero es algo que me pregunto muchas veces. ¿Qué sentido tiene esto? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué diferencia hay entre que exista mi libro o que no? Creo que la ficción sí tiene su hueco. Yo empecé estudiando Físicas y me pasé a Filosofía y a lo que aspiraba era a entender el mundo, la realidad. Y al final creo que haber escrito ficción es intentar comprender la realidad. Cuando escribes comprendes mejor las cosas. Te acercas a un trocito de la realidad y lo ves mucho más claro. Es lo que dicen los psicólogos también. Y a mí me pasa. La ficción es una manera estupenda de mostrar la realidad que igual por otros caminos no puedes llegar de la misma manera. De esta forma visualizas y pones al lector frente a actitudes vitales.

Pero lo que sí parece evidente en España es que a los editores no les va mucho el humor en la ficción. Apenas hay novelas humorísticas. No tantas como en Inglaterra, por ejemplo.

No sé si es un problema de editores porque, por lo que me han dicho, los reciben con los brazos abiertos. El amor y el humor siempre van a ser bien recibidos. Sí es verdad que son libros que escasean, pero igual es un problema de los escritores. En Inglaterra hay muchísima más tradición, pero aquí cuando escribimos parece que nos tenemos que poner muy trascendentes, serios y desgarrados para ser considerados escritores.

También has escrito varias novelas para niños. ¿Es más fácil hacerles reír que a los adultos?

A mí me encanta utilizar el humor con los niños. Y cuando veo a mi hijo reírse da muchísimo gusto. Supongo que es más fácil. Porque están más predispuestos. Lo tienen más cerca. Nosotros nos volvemos más trascendentales.

Y, por cierto, tu personaje se va a aprender cosas sobre los cactus. Realmente, ¿qué aprendemos de estas plantas?

En ese mundo sin identidad del que hablábamos, que puede ser cualquier mundo occidental, los cactus son una referencia. Es algo que permanece idéntico aun cambiando poco a poco. Y el personaje aprende de ese ejemplo. Se siente a gusto a su lado. Los considera nobles. Como la única cosa en ese mundo efervescente y frívolo que le devuelve una imagen real y con la que se puede encontrar consigo mismo. Es una metáfora fácil, pero juegan ese papel simbólico enraizados en el suelo, chupando las raíces de la tierra, con un crecimiento lento, sin aspavientos, sin alardes, pero siempre ahí.

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