Laibach y la pesadilla europea
Este 2014 se cumplen treinta años de la fundación del N.S.K. (Neue Slowenische Kunst), un colectivo artístico surgido en la Yugoslavia socialista con la noble intención de provocar e incitar al debate político desde la pequeña (apenas 14.000 habitantes) población eslovena de Trbovlje. Eslovenia había mantenido unas relaciones complejas con Alemania y Yugoslavia desde el siglo XIX, formando parte de uno u otro territorio en función de los arrebatos militaristas de cada bloque.
En ese contexto hay que encajar la actividad del N.S.K. y su más popular artefacto, el grupo electrónico Laibach, cuya estética y su mismo nombre -Laibach fue el nombre alemán para Liubliana en tiempos de la ocupación nazi- apostaba por la ambigüedad y las referencias militaristas.
Dice la leyenda que, cuando Laibach echaron a andar ofreciendo sus primeros conciertos-performances, los círculos obreros se encargaron de denunciarles a las autoridades por un espectáculo que teóricamente hacía apología del totalitarismo. Posiblemente les resultó mucho más ofensivo un detalle en apariencia banal, la sobreimpresión de un pene cuando proyectaban imágenes del recién fallecido jefe de Estado, Tito, en una performance en la Bienal de Zagreb. La consecuencia, amplificada por una polémica aparición en TV, fue que Laibach tuvo prohibido actuar en su país durante un par de años. Más allá de ese acto de censura, el caso se saldó sin incidentes para el grupo: su propuesta se acercaba en exceso a las maneras del régimen como para que éste pudiera acusarles de algo.
Como suele ocurrir con la mayor parte de bandas que coquetean con el sonido y la estética industrial -un género, por cierto, dentro del que hay que reconocerles la categoría de pioneros, con ascendencia directa sobre los exitosos Rammstein-, a Laibach se les ha vinculado desde su formación con el nacional-socialismo. Más allá de que el grupo siempre haya desmentido esas acusaciones -“tenemos de nazis lo que Hitler de pintor”, aseguraron-, su obra desmonta la idea.
Desde su primer día de actividad Laibach y el N.S.K. se concentraron en los diferentes sistemas de opresión que operaban sobre el pueblo esloveno. Por supuesto el propio Gobierno de Yugoslavia, satélite amable de la URSS. También una Alemania que, inicialmente como Imperio Austrohúngaro y posteriormente durante la II Guerra Mundial, había sometido política y culturalmente a Eslovenia. Y por último un Occidente representado por la expansiva cultura pop anglosajona, la más fiera combatiente por la causa del capitalismo al otro lado del Telón de Acero.
Estas tres claves junto a la representación sonora del orgullo nacional de Eslovenia -una potente industria que es su principal valor estratégico e inspira las bases maquinales del grupo- definen a los Laibach de los inicios, cuatro expertos en el arte de la provocación que regrababan el Let It Be de los Beatles en clave maquinera o versionaban éxitos del momento en la vieja Europa como el Life Is Life de Opus –rebautizado para la ocasión como Opus Dei- o Final Countdown de Europe. Poco imaginaban entonces, una década antes del ingreso de Eslovenia en la Unión Europea, que el nombre del grupo de Joey Tempest, Europa, la vieja Europa, se convertiría precisamente en su principal obsesión artística décadas más tarde.
Uno de los primeros mandamientos del grupo es que “todo arte está sujeto a la manipulación política, excepto aquel que se sirve del mismo lenguaje que esa manipulación”. En esa línea en 2001 el N.S.K. pasó a transformarse de colectivo artístico en metafórica Nación-Estado, mientras que su nuevo disco, el recién publicado Spectre, adjunta un carnet para que el fan de Laibach pase también a formar parte de una suerte de partido político trans-nacional -en la web puedes registrarte en una organización que busca “cambiar el mundo cuando sea necesario y posible”-.
Detrás de toda esta majarada hay una preocupación real sobre la deriva que está tomando Eslovenia y sus socios europeos. En 2004 uno de los cuatro componentes que forman el núcleo duro de la banda, Ivan Novak, declaraba al hilo de su por entonces último disco Volk, compuesto por irónicas reinterpretaciones de himnos nacionales como el alemán, el británico, el norteamericano... ¡o el español!:
“Nos estamos cuestionando muchas cosas, y una de ellas es el totalitarismo y el fascismo. La gente puede pensar que los fascistas ya no son relevantes, que es algo que ha quedado para la Historia. Sin embargo si miras a Italia ahora es obvio que el fascismo está de vuelta. Está creciendo, como un virus, con otra forma. Tan pronto como algo es sistematizado surge con una nueva forma. Es por eso que es importante utilizarlo. Lo más totalitario es siempre nuestra forma de pensar, nuestras propias mentes”.
Esa preocupación por la deriva europea da un paso más allá en Spectre, donde encontramos un tema tan explícito como Eurovision: “Hay multitudes en las calles / Lloran para ser escuchados / Lo intentan con todas sus fuerzas / Pero los oídos están tapados / Tengo visiones de injusticias / Europa se está cayendo a pedazos”. Tras la producción bucólica, casi pastoral, acorde con las ridículos danzas y coros nacionales que se intentaban reproducir en Volk, el retorno ocho años más tarde de Laibach recupera su tensión característica, desde el arranque con esa melodía silbada a la manera de las marchas militares hasta ejercicios puros de música industrial que nuevamente volvemos a identificar con una población alienada, al borde del estallido social.
No podemos identificar grandes novedades en el retorno de Laibach, pero las circunstancias vuelven a poner de actualidad un discurso que entre tóxicas nubes de electrónica plomiza –en ocasiones actualizada por la vía de la EDM- apunta amenazadoramente al neoliberalismo como origen de nuestros males y no duda en situarse justo al lado de Occupy Wall Street y Anonymous. “Del norte al sur / venimos desde el este y el oeste / Respirando como una sola persona / Viviremos la fama / o moriremos entre las llamas / Reímos / porque nuestra misión es sagrada”, dicen en el tema de apertura The Whistleblowers, como siempre en el caso de la mítica formación centroeuropea abierto a las lecturas múltiples.